Inauguración de la
exposición fotográfica Yuyanapaq – Palabras del presidente
de la CVR –
Señoras y señores,
queridos amigos:
Dentro de muy pocas semanas, la Comisión de la Verdad
y Reconciliación presentará su informe final
al país. Lo vamos a hacer con la misma convicción
con que asumimos nuestro mandato; es decir, con la plena seguridad
de que sin verdad, sin justicia y sin grandes transformaciones
estatales y sociales que conduzcan a la reconciliación,
la democracia distará de ser esa realidad genuina que
todos los peruanos se merecen.
Hace dos años recibimos una misión grande y compleja:
investigar numerosos hechos de violencia cometidos en muchos
casos con una crueldad inaudita en nuestra historia, y exponer
a toda la Nación el resultado de nuestros estudios.
Hoy queremos afirmar de la manera más enfática
que la Comisión va a cumplir esa misión de manera
ineludible porque ese es su deber legal y, sobre todo, porque
tiene un compromiso que honrar ante cientos de miles, ante
millones de peruanos que reclaman la recuperación de
la justicia y de la decencia en nuestro país.
En las últimas semanas se oyen muchas conjeturas y propuestas
respecto del destino del informe final de la Comisión.
Hay quienes aseguran que no es momento oportuno para exponer
la verdad, concediendo, sin darse cuenta de ello, que en efecto
existe una verdad que sacar a la luz. Otros afirman que el
destino adecuado para esa verdad – la contenida en nuestro
informe – es el quedar archivada en alguna gaveta porque,
se alega, ni siquiera en democracia la ciudadanía tiene
derecho a conocer los asuntos que le conciernen.
Nosotros sostenemos que ninguna de esas posturas es aceptable
para un país que, una vez más, procura consolidar
el Estado de Derecho y brindar a sus ciudadanos la posibilidad
de una vida digna y honorable. Por ello, queremos que sepan,
amigos, que este 28 de agosto la Comisión de la Verdad
y Reconciliación hará de conocimiento público
su informe final y que no habrá amenaza directa o disimulada,
que no habrá campaña de descrédito ni
intento de soborno que sea capaz de desviarnos del cumplimiento
de la tarea para la que fuimos convocados: decir a todos nuestros
compatriotas, sin exageraciones pero también sin subterfugios,
la verdad sobre lo ocurrido durante esas dos décadas
de horror que transcurrieron entre los años 1980 y 2000.
Exposición
En rigor, la Comisión inicia hoy, con esta exposición,
el proceso ya indetenible de entrega de su informe final a
la Nación. Al inaugurar esta muestra de documentos gráficos
de la violencia, presentamos al país, para su conocimiento
y para su reflexión, los rostros del sufrimiento y la
prueba visible de las injusticias cometidas en nuestro país.
Y al mismo tiempo realizamos un último gesto de dignificación
pública de las víctimas, similar en su espíritu,
si bien diferente en su forma, al que iniciamos con nuestras
audiencias públicas.
El comisionado Carlos Iván Degregori ha explicado ya
el sentido que esta presentación de imágenes
tiene para la Comisión de la Verdad. Deseo insistir
brevemente en la extraordinaria vigencia de estas fotografías.
Ellas, como es sabido, son imágenes instantáneas:
el hecho, el gesto, la disposición de las cosas en ellas
recogidos, ocupan en la cadena del tiempo apenas el segundo
en que fueron capturadas. Y sin embargo, estas imágenes
del dolor desafían la lógica del tiempo, que
es el transcurrir y el desvanecerse, para conquistar más
bien una permanencia que siempre nos intriga. Son, pues, una
dilatación del tiempo, un pasado que se impone en nuestro
presente para llamarnos la atención y, por qué no,
para despertarnos.
Decir despertar no es una forma desacertada de designar el
servicio que la Comisión de la Verdad pretende rendir
a la sociedad peruana. Queremos removerla e inquietarla para
que abra los ojos y comience a reconocerse a sí misma
en los hechos que le tenemos que contar.
Por lo pronto, esta exposición constituye ya un gran
retrato que oponemos al rostro indiferente de nuestro país
para que se encuentre duplicado en él. Las fotografías
que aquí hemos reunido – rostros de pesar, cuerpos
y espíritus martirizados, imágenes de abuso y
humillación – no son en absoluto retratos de otros,
seres ajenos de los que cabe compadecerse por unos minutos
antes de seguir nuestro camino. Ellos, en su diversidad, o
precisamente debido a ella, expresan una realidad de nuestra
Nación que ya no podemos ignorar por más tiempo
y revelan la existencia del Perú, tal vez con más
fidelidad, y de seguro con más urgencia, que aquellas
imágenes rutinizadas de nuestro país – piezas
de museo, portentos arqueológicos, misterios icónicos – que
se entregan en los folletos turísticos y en las enciclopedias.
Hemos bautizado a esta exposición con una bella palabra
quechua: yuyanapaq: para recordar; y no es inoportuno señalar
que en ciertas comarcas del idioma español esa misma
palabra se utiliza para designar el hecho de despertarse. Recordar
y despertar son, ambas, formas de la lucidez, modos de reconocimiento
de nuestras circunstancias pasadas y presentes, maneras en
que ganamos dominio sobre nuestras vidas individuales y colectivas.
Y es con esa intención que hacemos este llamado a la
Nación: apelamos a su capacidad de comprender y de reflexionar,
pero al mismo tiempo convocamos sus sentidos y sus emociones,
su sensibilidad moral, en suma, con la esperanza de que se
decida – de que nos decidamos todos – a mirar de
frente las grandes verdades y nos emancipemos por fin de lo
pequeño y accesorio – las bochornosas rencillas,
los menudos cálculos de nuestra vida política – para
hacernos cargo de lo sustantivo y esencial.
Línea demarcatoria
He afirmado que esta exposición de imágenes es,
fundamentalmente, una continuación de las audiencias
públicas que presentamos al país en meses pasados.
Lo es, principalmente, porque ambas actividades tienen como
centro la reivindicación de las víctimas. En
efecto, si en las audiencias quisimos hacer llegar al país
las palabras silenciadas del dolor, hoy queremos que él
vea con detenimiento y con respeto esos rostros que antes no
ha querido mirar. Confiamos en que la mayoría de los
peruanos tendrá la valentía y la generosidad
suficientes para hacerlo.
Resulta penoso, sin embargo, escuchar en estos días
a más de un político cuestionar de manera prematura
y atolondrada nuestro informe con el argumento de que él
ha sido elaborado sobre la base de testimonios de dudosa credibilidad.
Instamos a quien así piense a que visite esta exposición
y vea aquí las evidencias de esa verdad que pretende
desconocer o rebajar a simple opinión. Más allá del
rigor científico con que hemos trabajado, que ha de
ser suficiente para quien quiera entender y para quien juzgue
nuestra labor de buena fe, estas imágenes ofrecen un
testimonio que ni siquiera la persona más insensible
y tozuda debería atreverse a ignorar. Por desgracia,
sospechamos que, incluso ante este llamado de la realidad,
habrá quienes prefieran refugiarse en sus prejuicios
y, en actitud dogmática, seguirán negando a sus
compatriotas el reconocimiento de su humanidad para continuar
considerándolos instrumentos para usar y desechar.
Digámoslo con franqueza: los peruanos no podemos seguir
viviendo con mentiras o medias verdades si queremos construir
de verdad una sociedad democrática. Este es el momento
de tomar una posición clara y de asumir responsabilidades.
El trabajo que la Comisión ha realizado – y que
no es solamente el quehacer de doce personas, sino el de toda
una sociedad – y nuestro mensaje, que en sí mismo
es y expresa la verdad aportada por miles de ciudadanos de
nuestra República – tendrá la suficiente
fuerza para convocar a la inmensa mayoría de peruanos
que desean justicia, paz, legalidad y equidad, y dejará en
claro, a manera de una línea divisoria, quiénes
son los pocos que, a pesar de todo, se atrincheran en su egoísmo
y en su ignorancia, en su soberbia y en sus minúsculos
intereses, para optar por el autoritarismo y por una sociedad
que acepta la violencia de manera abierta o soterrada.
Esta exposición fotográfica, preámbulo
de nuestro informe, comienza a brindar ya los elementos suficientes
que hacen necesaria esa elección moral, la cual sólo
puede ser el fruto de una reflexión sincera y valiente.
Queremos afirmarlo con voz rotunda, para que no haya pretextos
para el malentendido: se equivoca quien piensa que en esta
exposición, y en nuestro informe, brindaremos solamente
un catálogo de los horrores que unos peruanos infligieron
a otros peruanos. Tampoco tienen razón quienes afirman
que él será una simple requisitoria de culpables.
Es por supuesto indispensable que el informe final muestre
esos crímenes y señale a esos responsables porque
ello es parte de una compleja verdad largamente silenciada
y hoy impostergable.
Pero más allá de eso, nuestro informe final expondrá el
contexto histórico y social en el que ocurrieron los
hechos, porque queremos hacerlos inteligibles a la población.
Al mismo tiempo explicará de qué manera esos
atropellos cometidos por las organizaciones subversivas y por
agentes del Estado constituyen verdaderos crímenes de
lesa humanidad que la justicia debe sancionar. Explicaremos
además las secuelas de la violencia, es decir, la prolongación
en el tiempo de los daños sufridos por las víctimas
no únicamente en la dimensión material de sus
vidas, sino también en su naturaleza espiritual. Y sobre
todo señalaremos al país los caminos que debemos
transitar para instaurar en nuestro país una justicia
digna de ese nombre, sin la cual será imposible iniciar
un proceso de verdadera reconciliación. Sobre ésta,
nosotros sólo indicamos un camino. Hemos llegado tan
lejos como nos ha sido posible. Y nuestro punto de llegada
es el punto de partida para que las autoridades asuman y cumplan
su responsabilidad. Otorgar a las víctimas reparaciones
por los daños sufridos, abrir procesos judiciales a
quienes hayan sido responsables de los crímenes cometidos,
iniciar grandes reformas institucionales que remedien las grandes
inequidades que sirvieron de telón de fondo a la tragedia,
esas son tareas ineludibles para las autoridades del Estado
y para todos quienes aspiren a desempeñar algún
papel dirigente en el Perú de hoy.
Resultaría, en efecto, absurdo que alguien pretendiera
ser una autoridad legítima – es decir, democrática,
representativa, respetuosa de la ley, promotora del bien común – y
al mismo tiempo desconociera estos deberes de la Nación
o, peor aún, intentara mezquinar atención y credibilidad
a la palabra expresada de buena fe por decenas de miles de
peruanos de los estratos más humildes de nuestra sociedad.
Amigos:
Estamos a punto de concluir nuestro trabajo, y es justo señalar
que no siempre ha sido una tarea grata la que se nos encomendó.
Si de un lado hemos encontrado la gran valentía y la
dignidad de las víctimas y hemos sentido el apoyo generoso
de numerosas organizaciones y personas como ustedes, de otro
lado, en cumplimiento de nuestra misión, hemos conocido
y visto de cerca, también, lo peor, lo más ruin
que nuestra sociedad ha producido. Ese fue el encargo que se
nos dio y que aceptamos libremente. Y esa es la misión
que hemos cumplido con un trabajo denodado, y sobre todo, riguroso
e imparcial, mediante un despliegue de esfuerzos que no hubiera
sido posible sin la unidad de la Comisión en torno de
sus objetivos de verdad y justicia, ni, por supuesto, sin el
profesionalismo y el compromiso de nuestro equipo técnico,
organizado y conducido por el secretario ejecutivo de la Comisión,
profesional brillante y honesto y, más que eso, amigo
a quien todos respetamos y apreciamos en el más alto
grado.
A veces, mirando retrospectivamente, los comisionados y todos cuantos hemos bregado
durante estos dos años en una misión dura e ingrata, nos sorprendemos
de la unidad, de la cohesión con que hemos trabajado y seguimos trabajando.
Y sin embargo, ello no es extraño: para quien tenga el corazón
limpio y la mente despejada de prejuicios, la verdad nunca es divisoria, sino,
al contrario, una poderosa fuerza unificadora. La verdad, la búsqueda
de la verdad, la defensa de la verdad, nos ha unido, y sólo podemos desear
que una experiencia semejante se reproduzca en todo el Perú. Una sociedad
en posesión de su verdadera historia es una sociedad más libre
y unida.
Los miembros de la Comisión de la Verdad, al entregar al país estas
imágenes, que son un retazo de su historia, expresamos nuestra esperanza
de que éste sea un primer paso en ese camino de unidad y libertad, de
justicia y de legalidad, que es el camino de la reconciliación. Y la presencia,
la compañía y el apoyo permanente de ustedes, amigos, nos indican
que esa es una esperanza bien fundada.
Muchas gracias.
Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación
|