Informe Final
Nuestra Labor
Sedes Regionales
Convenios y Normas
Información Financiera
Balance CVR
Enlaces
Sesiones Institucionales
Seminario Internacional
Audiencias Públicas
Desaparecidos
Exhumaciones
Proyecto Fotográfico
Galería Audiovisual
Notas de Prensa
Discursos
Boletines
 
 
DiscursosArtículosComunicados de la CVR
  Discursos
Regresar
 

Discursos en ceremonias y otros


SEMINARIO «MÁS ALLÁ DE LOS HECHOS: PRENSA Y VERDAD»
DISCURSO DE INAUGURACIÓN

Señoras y señores periodistas:


Al haber comenzado a desarrollar sus actividades efectivas, la Comisión de la Verdad y Reconciliación ha considerado importante —más aún, indispensable— realizar estas jornadas de trabajo y reflexión con ustedes, pues quienes la integramos estamos convencidos de la importancia esencial de contar con el apoyo y la participación de los medios de comunicación para el cumplimiento de nuestro encargo.
La tarea que nos ha confiado la Nación es, en efecto, de una naturaleza tal que sólo se verá genuinamente realizada si es que logramos que ella sea asumida como misión propia por la sociedad entera. Nos corresponde, como es sabido, averiguar la verdad sobre los hechos de violencia acaecidos en el país entre los años 1980 y 2000, ofrecer una explicación sobre las causas que hicieron posible ese doloroso proceso, sugerir formas de reparar los graves daños ocasionados a las víctimas y brindar recomendaciones para la enmienda de nuestros defectos y vacíos colectivos, de manera que los hechos que hoy lamentamos no puedan repetirse en el futuro. Todas esas tareas podrían resumirse, tal vez, del siguiente modo: tenemos que despertar la conciencia moral del país; tenemos que colocar ante la sociedad un espejo para que ella reconozca su verdadera imagen y se haga cargo de sus defectos y vacíos; tenemos que propiciar entre los peruanos un acto de contrición genuina y el inicio de una reconciliación verdadera.
Es claro que una tarea semejante sólo puede realizarse si es que toda la sociedad se compromete a participar en esto que hemos llamado una introspección colectiva. Y para que ese compromiso germine, la Comisión de la Verdad y Reconciliación necesita que su mensaje sea transmitido de manera objetiva, constante y clara. Es decir, precisamos que los diversos medios de prensa del país —en ejercicio de su irrestricta libertad y en cumplimiento de su vocación de servicio— decidan hacer suya nuestra causa e involucrarse en un esfuerzo que, debemos decirlo, tiene trascendencia nacional e incluso histórica: propiciar el reencuentro de nuestra comunidad nacional consigo misma a partir del reconocimiento abierto y valiente de la verdad.
Conviene subrayar desde el inicio la gran afinidad que existe entre nuestra misión y la vocación del periodismo. En efecto, al igual que la Comisión, los profesionales de la comunicación cuentan entre sus deberes principales la averiguación y la exposición pública de la verdad sobre los hechos que ocurren en la sociedad. Esa es, en esencia, la razón de ser de la profesión que ustedes han abrazado.
Debemos tener presente que en relación con el asunto que nos concierne —la violación de los derechos humanos— dicha búsqueda de la verdad no ha sido fácil y que incluso ahora puede involucrar riesgos. En los años pasados, el periodismo independiente experimentó de la manera más tangible los peligros que se derivan de la investigación de la verdad sobre un crimen dentro de un contexto de autoritarismo y debilitamiento del Estado de Derecho. Hoy en día, por fortuna, vivimos en un clima de transición democrática y en un momento mucho menos convulso que el que experimentáramos en décadas pasadas. Así, la búsqueda de la verdad podría parecer ahora más fácil. Sin embargo, es conveniente no perder de vista algunas exigencias implícitas en ese objetivo, de las que somos conscientes los miembros de la Comisión.
Una verdad moral
Los hemos invitado a participar en este taller bajo un lema que describe con justicia el alcance de nuestras aspiraciones: «más allá de los hechos». Queremos dar a entender de este modo, en efecto, que si bien la verdad que nos corresponde sacar a la luz está referida a acciones y episodios concretos, la Comisión tiene el propósito de ofrecer al país un fruto más abarcador y profundo que una simple compilación de nombres, fechas, cifras, lugares y acciones. Queremos entregar a la Nación —pues así entendemos nuestro compromiso— un relato de lo acaecido en estos años, un relato que por ser veraz se halla pleno de gravitación moral. Con ello queremos decir que aspiramos a formular una interpretación que asuma las deficiencias de nuestra condición humana, las graves faltas morales que hicieron posible que los peruanos recorriéramos un camino de degradación expresado en un ciclo de violencia y autodestrucción demenciales.
Sabemos bien que en el ámbito de las acciones humanas no existen actos practicados en el vacío, llevados a cabo desde una imposible neutralidad. Toda acción se halla impulsada en principio por una voluntad, por una deliberación, por una decisión de obrar en un sentido u otro. Y además de ello, nuestras acciones, justas o injustas, proceden de una cierta comprensión de la realidad y obedecen a una consideración sobre el valor de nuestros semejantes.
Por ello, si hemos de recuperar y explicar los hechos con rectitud, estos no pueden ser reducidos a sus datos externos o a sus manifestaciones superficiales, por más impactantes que éstas sean en sí mismas. La verdadera comprensión de ellos nos exige, en rigor, un intento de penetrar en las motivaciones de quienes fueron sus agentes responsables. En los casos que ocuparán nuestra atención, será imprescindible, por tanto, no solamente averiguar cómo ocurrieron los hechos sino también poner en claro por qué tuvieron lugar, qué motivos impulsaron a peruanos como nosotros a cerrar los ojos a todo valor moral y a abandonar todo sentimiento de piedad hacia sus semejantes. En esa reflexión nos preguntaremos cómo fue que un sector de nuestra sociedad llegó a pensar que cualquier medio, por inhumano que fuese, resultaba aceptable para conseguir fines presuntamente solidarios y altruistas; de qué manera se convencieron otros de que el orden y la seguridad justificaban el atropello de la dignidad humana, y finalmente cómo fue posible que un considerable número de nuestros conciudadanos volviera la espalda al sufrimiento de sus compatriotas y decidiera observar la tragedia nacional con ojos de indiferencia y con actitud de tolerancia e indolencia ante la barbarie.
De acuerdo a lo mencionado, permítanme reiterar, pues, lo que entendemos por una búsqueda de la verdad con implicaciones morales. Al hablar de hechos de violencia es claro que debemos tener en mente todo aquello que conforma la esencia de una nota periodística: sucesos, nombres, fechas, lugares, cantidades, escenarios. Pero sin perjuicio de ello, hay un suplemento ético insoslayable si queremos hallar la verdad en su sentido más pleno: me refiero a la necesaria reflexión sobre los caminos y deliberaciones por los que un ser humano llega a actuar en sentido virtuoso o en sentido perverso. La verdad es un bien moral y así debe ser buscada y construida.
La Comisión quiere entregar al país, por tanto, no un catálogo de los horrores que hemos padecido, sino un relato, una interpretación que nos haga comprensible por qué se pudo envilecer tanto nuestra vida ciudadana. No pretendemos descorrer velos para suscitar el escándalo fácil pero estéril, sino para propiciar la reflexión y la contrición, difíciles de afrontar, pero en última instancia fértiles para la edificación de la paz y la justicia.
En ese empeño, creemos que los medios de prensa pueden —más aún, deben— hacer una contribución fundamental. Al estar ellos en contacto diario con la población, irán configurando entre nuestros conciudadanos, casi de modo ineludible, una forma de entender este proceso, un cierto espíritu con el cual ellas asimilarán la paulatina revelación de nuestra reciente historia colectiva. Necesitamos que el periodismo enseñe a la sociedad a asumir esa misión con una perspectiva ética, que es también histórica —esto es, con la convicción de que, al revelar fielmente el pasado y al entender la intencionalidad moral que lo atraviesa, se está esbozando en gran parte el futuro de nuestra convivencia nacional.
Ahora bien, ¿de qué manera se realizará esta pedagogía cívica que es, también, misión de los medios de comunicación? Debemos decir que ella se actualiza en el ejercicio cotidiano del periodismo: las líneas editoriales que se escojan, los enfoques con que se decida exponer los hechos, el comentario ponderado y sobre todo reflexivo del proceso ayudará, sin duda, a crear ese gran relato moral que esperamos entregar al país al cabo de nuestro trabajo. Y por ello, porque el periodismo no puede escapar a las implicancias morales de su ejercicio, es necesario que los profesionales de la comunicación sean conscientes de ellas y les dediquen una reflexión constante y profunda.

Respetar el sufrimiento
Aproximarse a este proceso con el compromiso de ir «más allá de los hechos» tiene implicancias adicionales. Como he señalado, los hechos deben entenderse por medio de una restitución de las motivaciones y el mundo mental desde el cual actúan los responsables, ello sin olvidar la circunstancia histórica y social en que se desenvolvieron sus actos. Pero, además, tras esos ominosos sucesos, como bien lo sabemos, se halla también el hondo sufrimiento de las víctimas. Se trata de crímenes horrendos, imposibles de concebir en una sociedad de personas civilizadas, como son las numerosas torturas y asesinatos selectivos, las masacres indiscriminadas, las violaciones de todo orden a los derechos elementales de las personas, los secuestros y robos constantes a nuestros compatriotas más desposeídos, las humillaciones intolerables y el arrasamiento de comunidades enteras. No son, pues, solamente hechos que se puedan certificar con frialdad notarial. Estamos hablando, en rigor, de sufrimiento humano y ello constituye de manera inevitable, otra vez, una apelación a nuestras calidades morales.
¿Cómo hemos de aproximarnos a la averiguación y el relato de hechos de esa condición? ¿Cuál ha de ser nuestra actitud ante las víctimas de los episodios que investiguemos y aclaremos? ¿Dónde reside ese imprescindible equilibrio entre la veracidad y la exactitud de nuestro relato y la actitud de respeto que debemos a los dolientes? Son dilemas que han estado presentes en la reflexión de la Comisión de la Verdad desde los primeros días y son disyuntivas que comprometen también al ejercicio del periodismo. En estos días esperamos compartir con ustedes esas preguntas y esas reflexiones, de manera tal que la cobertura de la investigación de los hechos de violencia sea no solamente veraz y exacta, sino también justa y compasiva.
Así, pues, la actividad informativa que —todos lo aceptamos— ha de ser objetiva y tributaria de la justicia deberá tener en cuenta ese otro horizonte existencial que es el de los sentimientos y la consideración respetuosa del sufrimiento humano. Las víctimas y sus deudos, así como los numerosos peruanos que sufrieron menoscabo de su integridad física y su dignidad moral, tienen derecho a que el resto del país sepa la verdad de su padecimiento; pero al mismo tiempo merecen que los sucesos que los afectaron sean tratados con respeto y seriedad. No es aceptable que el drama humano que enfrentamos sea reducido al rango de noticia. Los medios de prensa no deben confundir su misión de esta hora, como es llamar la atención de la sociedad sobre la tragedia pasada, con una invitación a presentar como espectáculo lucrativo el infortunio de nuestros compatriotas. La información sobre aquella tragedia tendrá que situarse, pues, en ese delicado punto de equilibrio entre la objetividad y la sensibilidad humanitaria, no indiferente al padecimiento ajeno sin hacer concesiones a la mera información neutra y estadística ni a la exhibición sensacionalista e impúdica de los hechos descubiertos. El tratamiento mesurado de la información relativa a los hechos de violencia —debemos decirlo— ha de ser también parte de la justicia que deseamos instaurar en el país.
Promover la participación
Vemos, pues, que ir más allá de los hechos implica una consideración muy amplia de la verdad. Para usar mejor los términos, se trata de una percepción más profunda, lo cual significa concebirla como agente de justicia y por tanto exponerla con el respeto y la sensibilidad que son debidos a los asuntos que involucran la vida y la dignidad de las personas.
Tenemos ante nosotros la tarea de recuperar una grave historia. Ella es la historia de todos nosotros, y la superación del proceso de violencia es, por tanto, una responsabilidad de la sociedad entera. Ahora bien, para que ello sea efectivamente así, hay un requisito de indispensable cumplimiento, que es la participación amplia de la ciudadanía. Y dentro de ella, quienes tendrán la primera voz para la Comisión serán los que fueron injustamente afectados.
Es necesario que las víctimas o los familiares y allegados de las víctimas sepan que ahora tienen a quien acudir y estén dispuestos a hacerlo. La verdad que buscamos debe nacer de quienes padecieron los hechos. Ellos deben tener la seguridad de que ahora el país que antes les dio las espaldas se encuentra dispuesto a escucharlos y a hacerles justicia. Esa actitud de escucha, según es convencimiento profundo de la Comisión, forma parte de la reparación moral que el país debe a los dolientes: escuchar al que sufre, al que fue atropellado o humillado, es una forma de reconocerlo como persona, implica restituir su dignidad y hacer expreso el respeto que sentimos por ella y por sus sufrimientos.
Ahora bien, para que los afectados rompan su silencio y de ese modo se comience a abrir el paso a la verdad, es imprescindible que los afectados por la violencia posean un conocimiento claro de lo que la Comisión de la Verdad y Reconciliación está en capacidad de ofrecerles: una acogida respetuosa y concernida, un compromiso sin reservas con la aclaración de los hechos que los afectaron, una exposición honesta ante el país de la verdad sobre tales sucesos, una explicación general de las circunstancias que hicieron posible tal proceso de violencia y la formulación de recomendaciones que apunten a la reparación de los daños, resarcimiento que no necesariamente tendrá carácter pecuniario, sino que podrá ser moral y colectivo.
En este punto también, los medios de comunicación desempeñarán un papel crucial en relación con este punto. Nosotros esperamos que no solamente difundan información sobre los actos de violencia investigados, sino que también mantengan informada a la sociedad, y en particular a las personas directamente involucradas, sobre los alcances de nuestros objetivos y nuestra tarea. Mediante tal información precisa y oportuna, esperamos que la población adquiera progresivamente familiaridad con nuestros trabajos y propósitos y se anime a acudir a nosotros en procura de esa atención que hemos de ofrecerle por mandato legal y moral.
Reconciliación
Hemos señalado que para trascender los hechos debemos averiguar las causas y motivaciones por las que se produjeron los actos de violencia. Hemos señalado, también, que la verdad reclama también una consideración atenta y respetuosa del sufrimiento derivado de los sucesos que expondremos. Hay, por último, un tercer sentido en que queremos ir con ustedes, amigos periodistas, «más allá de los hechos». Es el que se refiere a las secuelas dejadas en todo el país por el proceso de violencia que nos corresponde aclarar. Nuestra comunidad nacional ha resultado profundamente herida por esos años de autodestrucción: son testimonio de ello los miles de destinos humanos truncados o lastimados irreparablemente.
Existe, empero, otra dimensión de esas secuelas que debemos señalar, comprender y subsanar. Me refiero a las graves desavenencias sembradas entre los peruanos de diversa condición en estos años de confusión y padecimientos. La escala y la intensidad de la violencia, y la manera en que ella afectó sobre todo a la población más humilde y olvidada, han puesto de manifiesto una vez más, y de un modo muy doloroso, la desintegración de nuestra sociedad, las brechas geográficas, culturales y de consideración social que nos separan históricamente. Pero además de reflejar esas distancias, la violencia que hemos experimentado ha creado otras nuevas, que son el fruto del recelo, la desconfianza y el sentimiento de agravio de los afectados frente a una sociedad que los ignoró cuando eran víctimas de atropellos incalificables. Ir más allá de los hechos significa, por tanto, comenzar a cerrar esas brechas y aliviar esos recelos mediante la contrición de toda la sociedad peruana y la reparación de parte del Estado —que nos representa a todos— de los daños y las ofensas inferidas a nuestros compatriotas.
Hay que tener en cuenta, pues, que este proceso no comprende solamente a las víctimas y a los victimarios. El destinatario de estos esfuerzos es el país entero, y solamente en la medida en que todos los ciudadanos sean receptivos al mensaje y a la fuerza educadora de la verdad, podremos hablar del inicio de una genuina reconciliación.
Por ello valoramos en gran medida esa vocación del periodismo serio y responsable por sacudir la sensibilidad moral de la sociedad. Tenemos la expectativa de que esa vocación se dirija ahora a este singular proceso de autocrítica que estamos iniciando. El periodo de violencia y degradación de nuestra vida pública que necesitamos superar fue un fenómeno que nos involucró a todos. No son hechos de violencia ocurridos a ellos, a personas alejadas de nuestro horizonte inmediato y por tanto desvinculadas de nuestras vidas. El atropello que sufrió cada peruano en realidad nos afecta y menoscaba a todos como miembros de una misma Nación y, sobre todo, como prójimos —es decir, cercanos— en nuestra común humanidad.
Creemos que entenderlo y asumirlo así es una necesaria experiencia que nos colocará en el camino de la reconciliación nacional, tarea que demandará de nosotros tiempo y sobre todo una profunda convicción ciudadana. Ustedes, profesionales de la comunicación, no se hallan al margen de este compromiso. Por el contrario, su papel es fundamental. Son ustedes quienes en buena medida guiarán a la opinión pública en este recorrido que nos ha de conducir a extraer las lecciones de las desgracias pasadas y a asumir el reencuentro nacional como un compromiso de todos.
La reconciliación es, como hemos dicho, la finalidad última del esfuerzo que ahora emprendemos. Es posible entender este término —reconciliación— de diversas maneras y con variadas acepciones; pero todas ellas deben estar referidas a un punto central: no hay reconciliación sin entendimiento y no existe entendimiento sin un lenguaje claro y sin un empleo honesto de ese lenguaje. Llamar a las cosas por su nombre, sin retacear y a la vez sin añadir nada a la realidad, es el punto inicial de ese entendimiento. Y, naturalmente, en ese cometido los medios de comunicación devienen protagonistas más que colaboradores, pues estamos hablando de la materia prima de su trabajo cotidiano, que es la expresión verbal de los episodios de nuestra vida en común.
Buscamos un entendimiento entre los peruanos basado en la verdad de nuestra historia reciente. Y al mismo tiempo procuramos un entendimiento que nazca del mutuo reconocimiento de nuestra dignidad como seres humanos. Cuando los peruanos hayamos asumido esa comunidad, cuando hayamos sentido como propios los sufrimientos de nuestros compatriotas más humildes y olvidados, cuando hayamos hecho concepto, verbo y sentimiento las enseñanzas morales que nos dejará este proceso de introspección colectiva, habremos empezado el camino hacia la reconciliación.

Síntesis

En las jornadas que hoy iniciamos tendrán ustedes ocasión de aproximarse a esa comprensión amplia de la verdad que anima a la Comisión y a la manera en que aspiramos a recuperarla y exponerla al país. Es para nosotros fundamental que ustedes, amigos periodistas, posean un entendimiento exacto de la naturaleza, los objetivos y los métodos que emplearemos para realizar nuestra misión. Es importante, sobre todo, compartir con ustedes una convicción esencial que está implícita en lo que he expuesto esta mañana: si buscamos la verdad sobre terribles hechos de violencia no es para satisfacernos en ella ni mucho menos para avivar rencores en el país; lo hacemos porque estamos persuadidos de que ella es indispensable para que exista justicia en nuestra sociedad, una justicia que debe comenzar por el reconocimiento de la dignidad de las víctimas y que debe abarcar también la instauración de formas de relacionarnos entre los peruanos marcadas por el respeto mutuo y no por la discriminación.
Por lo tanto, buscamos la verdad porque ella es un bien en sí misma, pero también porque ella es portadora de lecciones que deben servirnos para hacer de nuestro país una verdadera comunidad nacional, un hogar y un espacio de realización para todos los peruanos.
Las experiencias de otras comisiones semejantes creadas en diversos países nos muestran que el papel de los medios de comunicación es determinante. Ese papel no se reduce, como he señalado, a la cobertura constante o exhaustiva de lo acontecido. Implica, por encima de todo, un acercamiento a esos hechos que se halle en permanente diálogo con una reflexión moral. Me refiero a una cobertura periodística consciente de todo lo que se halla involucrado en la exposición lo que será desvelado: las motivaciones de los perpetradores, los fracasos históricos de nuestro país, el sufrimiento perdurable de las víctimas y la responsabilidad de toda una sociedad que no supo reaccionar con firmeza cuando los atropellos y violaciones de los derechos humanos se estaban produciendo.
Sólo una comprensión justa —es decir, integral— de esos hechos en su genuina complejidad nos permitirá convertir esta introspección colectiva en el comienzo de un futuro mejor para los peruanos. Para que ello sea así requerimos de ustedes, del ejercicio riguroso y ético de su profesión y de su compromiso con una causa nacional de enorme trascendencia. Por todo ello, y con la certeza de que hallaremos en ustedes honestos, diligentes y generosos colaboradores en una tarea que marcará la historia de nuestro país, me es grato darles la bienvenida y declarar inaugurado el taller «Más allá de los hechos: prensa y verdad».


Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación