Presentación
del Informe Final de la CVR
ante el pueblo
de Ayacucho y ante toda la Nación
Distinguidas autoridades de la ciudad de Huamanga;
compatriotas de Ayacucho;
compatriotas de toda la Nación:
Una vieja costumbre quechua, andina, peruana es la costumbre
de la reciprocidad, ese hermoso hábito por el cual los
hombres y mujeres de los andes entretejen sus vidas en un constante,
incesante dar y recibir. La Comisión de la Verdad y
Reconciliación, que se ha adentrado en nuestra patria
durante más de dos años, recibiendo de su gente
más humilde lo más íntimo que tiene, el
testimonio de su padecer y la expresión de sus esperanzas,
quiere asumir hoy esta tradición y, para hacerlo así,
ha venido a esta hermosa ciudad de San Juan de la Frontera
de Huamanga, Ayacucho, a devolver el testimonio de su propio
recorrido.
Ese recorrido se condensa en las conclusiones que
hemos venido a comunicarles en este día. Hoy nos toca, en efecto,
a los miembros de la Comisión de la Verdad y de la
Reconciliación,
cuando llegamos al final de nuestro mandato, pedirle al pueblo
de Ayacucho, y por su intermedio a todo el Perú, no
que brinde su testimonio, sino que, más bien, nos
dé audiencia
y reciba nuestro propio testimonio. A través de él
queremos rendir cuentas de nuestro trabajo; y debemos hacerlo
por un imperativo moral aquí, en esta ciudad, que
fue la primera que visitamos y en la que comenzamos a recoger
la
información veraz que encierra nuestro informe.
Es
fundamental hacer esta rendición de cuentas en esta
ciudad, que posee para la nación peruana un valor
emblemático
cuando se trata de hablar de la violencia que experimentó nuestra
patria en las últimas dos décadas. Fue aquí donde
se sufrió la mayor cantidad de pérdidas humanas
durante el proceso de violencia que vivimos. Fue aquí,
además, donde por desventura se incubó y se
comenzó a
desarrollar ese terrible fenómeno del terrorismo,
ajeno por entero al espíritu de estas tierras y que
obedecía
a una ideología totalitaria que trató de convertir
a toda nuestra patria en un inmenso campo de batalla. En
efecto, hace veintitrés años surgió en
Ayacucho el autodenominado Partido Comunista el Perú-Sendero
Luminoso, organización terrorista que condenamos sin
reservas, y así empezó una enfermedad – la
violencia – que pronto se ramificó por todo
el cuerpo de nuestra Nación, una enfermedad que, como
ayer hemos informado al país, dejó 69 mil muertos
y desaparecidos, y una sociedad moralmente destruida por
la impunidad, el cinismo y la indiferencia. Sin embargo,
también
aquí, en Ayacucho, fue donde empezó la derrota
de Sendero Luminoso cuando el propio pueblo le dio las espaldas
y organizado en comités de autodefensa los enfrentó y
expulsó. Hoy, Ayacucho debe ser por eso, también,
el lugar donde empiece y desde el cual se extienda por todo
el país esa salud espiritual que tiene un solo nombre;
esa salud que llamamos paz.
Queremos, pues, rendir cuentas
ante ustedes, y para hacerlos, nos toca decir, antes que
nada, que no nos hemos erigido
en jueces ni en fiscales. Solamente pretendemos ser eco de
la
sensibilidad moral de miles de peruanos asombrados e indignados
por las grandes injusticias sufridas en nuestro país
durante veinte años. Al mismo tiempo, admitimos, como
lo hemos hecho ya antes, que no venimos libres de deudas,
de culpas propias, individuales, de las que somos conscientes.
No
ha sido fácil para los miembros de la Comisión
cumplir con la tarea que nos asignaron; nos hemos topado
con una verdad dura, amarga, tal vez inoportuna. Hemos tratado
de alcanzarla, a partir del reconocimiento de nuestras propias
limitaciones y defectos, y lo hemos hecho con el rigor y
honestidad
de que hemos sido capaces. Junto con todo el pueblo peruano,
queremos afrontar los hechos.
La primera gran verdad y que
sirve como horizonte en el que se ha desarrollado esta tragedia
es la siguiente: hemos constatado
en nuestros estudios que en gran medida los que sufrieron
la violencia, y los que la padecieron con la mayor crueldad,
fueron
los in-significantes, es decir, aquellos miles de peruanos
que antes y ahora carecen de sentido y de significado para
el Estado y para buena parte de la sociedad. Son los pobres,
los excluidos, los olvidados de siempre, quienes no tienen
otra aspiración que ésta que expresó por
un hombre valiente que dio su testimonio aquí, en
Ayacucho: ojalá que algún día también
nosotros seamos peruanos.
Conclusiones
Se nos encargó averiguar la verdad y exponerla a la
luz pública. Y eso es lo que hemos venido a hacer
al decirles las principales conclusiones de nuestro trabajo:
1. Son cerca de 70 mil los peruanos y peruanas muertos
o desaparecidos en esos años. Buena parte de ellos
han estado ausentes de la memoria nacional, han sido peruanos
olvidados, hechos
a un lado por el Estado y la sociedad oficial, personas
a las que hoy también – incluso fallecidas
- se quiere hacer de lado exigiéndoles como prueba
de su paso por el mundo y de su muerte, una documentación
oficial que probablemente nunca tuvieron. Será necesario,
entonces, frente a ese escepticismo, iniciar prontamente
el penoso trabajo
por el cual se pueda extraer de más de dos mil doscientos
sitios de entierros debidamente verificados los restos
de esos compatriotas que esperan digna sepultura.
2. La
Comisión ha encontrado en esa violencia un segundo
motivo de escándalo y de indignación: la
manera en que la desigualdad acompaña la existencia
de los peruanos no solamente en la vida, sino también
en la muerte. El 75 por ciento de las víctimas fatales
tenían
como idioma materno el quechua. La gran mayoría
de ellos eran campesinos, habitantes de las comunidades
de este departamento,
así como de Apurímac y Huancavelica. Es sobre
esa población que la violencia se abatió con
la mayor intensidad, y eso nos llama también a preguntarnos,
con dolor, con consternación, si no habrá sido
esa la razón por la que los gobiernos permitieron
que la violencia alcanzara cotas tan elevadas.
3. La Comisión
ha encontrado, asimismo, que la violencia de las organizaciones
subversivas, así como la de las
fuerzas del Estado, se ejerció durante largos años
sin hacer diferencias entre inocentes o culpables, ni siquiera
entre evidentes inocentes y posibles culpables. Niños
y ancianos, mujeres embarazadas o adolescentes, población
desarmada, todos fueron blanco de la misma barbarie que,
si bien de origen distinto – la agresión de
Sendero Luminoso en un caso; la necesaria respuesta del
Estado, en
el otro – se unieron muchas veces precisamente en
esa cualidad: la de ser actos bárbaros ejecutados
contra seres humanos indefensos; la de ser crímenes
de lesa humanidad que la Comisión, como todos los
peruanos de buena fe, condena en los términos más
enérgicos.
4. Esta violencia tiene responsables muy
concretos, y así es
señalado en el informe final que la Comisión
entrega a la Nación:
5. El primero y principal culpable,
desde todo punto de vista, es la organización terrorista
autodenominada Partido Comunista del Perú – Sendero
Luminoso. Lo es porque fue quien desencadenó la
violencia, precisamente cuando los peruanos recuperábamos
la democracia; lo fue porque quiso imponernos mediante
la práctica del terrorismo
un modelo de organización social supuestamente superior,
cuando los peruanos veníamos transformando nuestra
sociedad, haciéndola más humana, más
plural, más
equitativa, en un proceso lento, es cierto, pero fundamentalmente
pacífico y participativo.
6. La Comisión ha
encontrado en los militantes del autodenominado Partido
Comunista del Perú-Sendero Luminoso, y de manera
principal en sus jefes ideológicos y políticos,
su Comité Central y sus principales órganos
de conducción, responsabilidad por graves y numerosos
crímenes
de lesa humanidad, practicados con una crueldad inaudita
en la historia de nuestro país. Sería ocioso,
seguramente, pretender explicar a ustedes, compatriotas
de Ayacucho, la
magnitud y crueldad de esos crímenes que ustedes
conocen mejor que el resto de peruanos: el reclutamiento
forzado de
niños y adolescentes, las prácticas de torturas
para castigar y aterrorizar a la población, los
aniquilamientos selectivos y las masacres de comunidades
campesinas, el abuso
sexual contra las mujeres, esa suerte de deleite que parecían
sentir en ocasionar sufrimiento a sus víctimas.
La Comisión
ha encontrado que la dirección política y
militar del PCP-SL es responsable de violaciones de los
derechos humanos
practicadas de manera sistemática y generalizada
como parte de su estrategia de poder.
7. ¿Cómo
explicar la degradación de una
agrupación de seres humanos hasta ese nivel de crueldad?
Será imposible, de seguro, ofrecer una respuesta
completa. Pero la Comisión considera que los crímenes
de lesa humanidad cometidos contra el pueblo ayacuchano,
contra
los pueblos de los andes peruanos, contra el Perú en
general, no hubieran sido posible sin la voluntad obstinada
de un grupo de personas, aferrados a una ideología
totalitaria que despreciaba el valor de la vida humana
y que se expresaba
en un culto delirante a su líder, Abimael Guzmán
Reinoso, ese líder que pedía a sus militantes
pagar una cuota de sangre por la revolución, que
los inducía al sacrificio de sus vidas para provocar
al Estado, que les exigía llevar la vida en la punta
de los dedos. Ese líder, en suma, que nunca abandonó la
tranquilidad de sus refugios urbanos y que apenas sintió en
peligro su vida no vaciló en abandonar todas las
consignas guerreras con las que había empujado a
la muerte a sus jóvenes militantes y propuso un
inverosímil
acuerdo de paz.
8. Para la Comisión, por la magnitud
de sus crímenes,
y por su naturaleza criminal, por su práctica recurrente
del terrorismo, el Partido Comunista del Perú no
puede tener un lugar en la sociedad democrática
que queremos construir.
9. En escala menor, pero no por ello
menos grave, el llamado Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru (MRTA) también
incurrió en crímenes de lesa humanidad que
condenamos enérgicamente, como asesinatos selectivos
y secuestros, y sobre todo contribuyó a mantener
un clima de zozobra que, a su vez, agravaba la situación
de violencia en el país.
10. La Comisión
considera, asimismo, que el Estado y la sociedad peruanos
tenían no solamente el derecho
sino también la obligación de responder en
los términos más enérgicos a la agresión
que sufrían de parte del autodenominado Partido
Comunista del Perú-Sendero Luminoso. Los Poderes
del Estado, los partidos políticos que ocupaban
el gobierno central y los gobiernos locales, los cuerpos
de la policía,
las fuerzas armadas del Perú, todos ellos tuvieron
el deber de actuar contra la violencia armada de las organizaciones
subversivas, y en esa acción muchos perdieron la
vida o sufrieron graves lesiones.
11. Como lo hemos manifestado
muchas veces a lo largo de nuestro trabajo, la Comisión
expresa su solidaridad con las víctimas y con sus
familiares sin distinción
alguna. Se refiere así a todas aquellas personas
que sufrieron actos prohibidos por nuestro ordenamiento
jurídico,
las normas de Derechos Humanos o del Derecho Internacional
Humanitario. Miles de hombres y mujeres han perdido la
vida o desaparecido, cubriendo de luto y de dolor miles
de hogares,
dejando familias deshechas, niños y niñas
privados de sus padres. Son también miles quienes
han quedado inválidos o disminuidos para siempre
como resultado de ataques, atentados o torturas.
12. La
Comisión también ha señalado en
su Informe Final su reconocimiento a quienes enfrentaron
la subversión en estricto cumplimiento de sus deberes
y respetando lo prescrito por la Constitución Política
del Estado y normas de Derechos Humanos. Estos funcionarios,
miembros de la Policía Nacional del Perú y
de las fuerzas armadas peruanas, o de los Comités
de Autodefensa y rondas campesinas que defendieron el Estado
de Derecho sin
violar las normas que lo sustentan, merecen nuestra admiración,
reconocimiento y homenaje sin reservas.
Crímenes
de lesa humanidad
13. Y sin embargo de lo
dicho, es muy cierto que no todos cumplieron sus deberes
cabalmente o con rectitud, y es
nuestra obligacion
decir, también, la verdad sobre eso.
Hemos encontrado
grandes y graves responsabilidades en los gobiernos civiles
electos que gobernaron durante el
periodo
de la violencia. Aunque variadas y complejas, esas responsabilidades
pueden resumirse en la deplorable abdicación que
esos gobiernos hicieron de la autoridad y las facultades
constitucionales
que el pueblo les había dado, autoridad que no vacilaron
en ceder a las fuerzas armadas para que ellas enfrenten
la subversión sin el obligado control del poder
civil. Mediante la declaración de estados de emergencia
no reglamentados debidamente; mediante la constitución
de comandos político-militares investidos de poderes
cada vez más amplios sobre la población;
mediante la tolerancia, la indiferencia y el encubrimiento
de violaciones
de derechos humanos ampliamente denunciadas, esos gobiernos – el
del arquitecto Fernando Belaúnde Terry, el del doctor
Alan García Pérez y, especialmente, el gobierno
autoritario que merece singular repudio del ingeniero Alberto
Fujimori Fujimori – han incurrido en una gravísima
responsabilidad política por los atropellos sufridos
por la población ayacuchana, por la población
andina y por la población peruana en general, y
así lo
explicamos en los capítulos correspondientes y en
las conclusiones de nuestro informe final.
Todo esto no
debe hacernos olvidar la existencia de líderes
políticos locales y nacionales que se enfrentaron
al terror y que cayeron como víctimas en cumplimiento
de la responsabilidad que sus vecinos les habían
otorgado. Mencionemos a los alcaldes Jáuregui, de
Acción
Popular; Fermín Azparrent, de Izquierda Unida, y
Raúl
Yangali, del Partido Aprista Peruano, y también
al dirigente de este partido, Marcial Capelletti.
14. La
Comisión ha encontrado, asimismo, responsabilidades
muy grandes en los mandos de las fuerzas armadas que, en
representación
de sus instituciones, y siguiendo doctrinas y estrategias
propias de éstas, cometieron, propiciaron o avalaron
atropellos a los derechos fundamentales de la población.
15. Debemos decir, en primer lugar, que es insostenible, casi
una afrenta para las víctimas, insistir en que solamente
se cometieron excesos. Un exceso es una extralimitación
en el cumplimiento de las funciones. Y la Comisión
no ve cómo, de qué manera, pueden considerarse
como tales las numerosas violaciones de derechos humanos
que se
cometieron principalmente en las zonas bajo dominio de
los comandos político-militares.
16. Debemos decir,
en segundo lugar, que esos crímenes
fueron variados y que en ciertos lugares y periodos tuvieron
carácter generalizado o sistemático, hecho
que tiene que ser aceptado y asumido por la sociedad y
el Estado
peruanos. La Comisión ha constatado que las violaciones
de derechos humanos más graves cometidas por agentes
de las fuerzas armadas fueron la ejecución arbitraria,
la desaparición forzada de personas, las torturas,
tratos crueles, inhumanos o degradantes. Entre estos, quiero
decirlo
en voz alta, merece nuestra condena particular la violencia
sexual contra la mujer en la modalidad de violación
sexual, acto abominable que deshonra a quienes fueron sus
culpables directos y a quienes, eventualmente, en su calidad
de superiores
jerárquicos, los instigaron, permitieron o encubrieron.
La Comisión considera que es una necesidad de la
Nación
que actúe la justicia en estos casos, pues la impunidad
es incompatible con la democracia y la legalidad que buscamos
reconstruir en nuestro país.
17. La Comisión
no puede dejar de mencionar una secuela terrible de la
violencia que se expresa en los desplazamientos
masivos por los que la gente tuvo que abandonar sus tierras
para evitar el exterminio. La canción que se suele
cantar por estas tierras lo expresa en su letra de modo
elocuente: “Ayacuchano,
huérfano pajarillo, ¿a qué has venido
a tierras extrañas?”.
18. Hemos encontrado,
también, que muchas organizaciones
sociales cumplieron un papel invalorable en la defensa
de las personas afectadas por la violencia. Rendimos especial
tributo
al movimiento de derechos humanos, a las organizaciones
de familiares que tienen como emblema a ANFASEP y las organizaciones
de mujeres como FEDECMA. Son organizaciones que desde muy
temprano
señalaron atropellos cometidos y culpables y que
lucharon, incluso con riesgo de sus vidas, por los suyos,
familiares,
amigos, vecinos, compoblanos.
Al mismo tiempo, nos apena
decir que en otros sectores de la sociedad haya habido
ocasiones y episodios en que
se distanciaron
de la defensa de valores de justicia mínimos para
un pueblo que sufría.
19. Es cierto: es necesaria
la justicia frente a las responsabilidades halladas. La
justicia penal habrá de obrar donde sea
pertinente, y habrá de ser ejercida con rectitud,
sin ánimo
de venganza, pero con firmeza y rigor. Pero las responsabilidades
no siempre son judiciales. A veces, más fuertes,
más
gravitantes que ellas, son las responsabilidades morales
y las responsabilidades políticas en que han incurrido
personas, agrupaciones u organizaciones.
No es la Comisión
la que impone sanciones en este terreno, del mismo modo
en que ella tampoco juzga ni condena en el terreno
judicial. Es una tarea de la sociedad misma el evaluar,
ponderar, apreciar nuestra reconstrucción histórica
de los hechos y juzgar las responsabilidades que hemos
encontrado,
en ejercicio leal de nuestro mandato.
20. De ese modo, la
verdad que se expone en nuestro informe, una verdad que,
así lo hemos pretendido, dignifica a
las víctimas al hacer conocer su historia por toda
la Nación, se irá haciendo también
parte de nuestra historia familiar, local, regional o nacional.
La
verdad impone grandes tareas. Nos las impone a cada uno
de nosotros, se las impone a la sociedad y se las impone
al Estado. A éste, la verdad le da la obligación
de hacer justicia. Y parte de esa justicia es – desde
luego – brindar a los ciudadanos que fueron víctimas
de la violencia la reparación de daños a
la que todo ciudadano tiene derecho en una democracia.
Esta
Comisión se planteó desde el primer día
como una instancia que daba la prioridad de su atención
a las víctimas. Nos hemos acercado a ellas, y ellas,
muchos de ustedes, nos han abierto sus puertas para contarnos
sus historias desgarradoras, sublevantes, conmovedoras.
La
Comisión, cumpliendo las tareas que se le asignaron
legalmente, pero, sobre todo, acatando su propia convicción
moral, ha planteado al Gobierno un Programa Integral de
Reparaciones que, confiamos en ello, el Presidente hará viable.
Ese
programa contempla reparaciones de índole simbólica,
porque creemos que es necesario, indispensable, restaurar
la dignidad negada a las víctimas y porque es indispensable
que todos los peruanos, andinos, costeños, amazónicos,
aprendamos a recordar la tragedia que se vivió – que
vivieron pueblos como el de Ayacucho – como una tragedia
que afectó a todos los peruanos.
Hemos propuesto
también como una prioridad reparaciones
expresadas en mejor y mayor acceso a educación,
así como
un plan de salud mental.
Ese programa incluye también
reparaciones materiales de índole colectiva, pues
sabemos de la enorme destrucción
que la violencia sembró en todo el Perú,
y particularmente en los andes centrales. Creemos que las
comunidades tienen
derecho a que se restaure aquello que les fue arrebatado,
destruido, desbaratado.
Y, por último, hemos planteado
un plan de reparaciones económicas para los familiares
de las víctimas,
muertos y desaparecidos, y para aquellas personas que,
como consecuencia de la violencia, sufrieron daños
físicos
que hubieren limitado sus capacidades.
Confiamos en que
el gobierno, los representantes del Congreso, las diferentes
organizaciones políticas y gremiales,
la sociedad toda, entiendan la absoluta necesidad de compensar
a quienes fueron víctimas de la violencia, y hagan
realidad, en un tiempo razonable, este plan que es de justicia.
Solamente
ella, la justicia en su más amplio sentido,
nos conducirá a la reconciliación que proponemos
a los peruanos en nuestro informe final. Ella no consiste,
como se insiste en decir aún, en el perdón
de crímenes imperdonables ni en un reencuentro entre
perpetrador y víctima, entre agresor y agredido.
La reconciliación
que proponemos es un reencuentro del Estado con la sociedad
y de la sociedad peruana consigo misma, mediante la superación
de las dolorosas desigualdades que hasta ahora existen
en nuestro país y que, como señalé al
inicio de estas palabras, también han influido en
la intensidad de la violencia. Reconciliarnos exige transformarnos,
y por ello
la Comisión ha propuesto al gobierno y sometido
a consideración
de toda la sociedad, recomendaciones y sugerencias de reforma
institucional, es decir, de todo aquello que debe ser cambiado
en el plazo más breve para que los peruanos no volvamos
a vivir esa pesadilla que se inició aquí hace
veintitrés años.
Entre esas reformas debe
haber una atención intensa
y pronta a la mejora de la educación, un problema
muy sentido por la población peruana y especialmente
por la de los andes, para la cual la educación es
una permanente aspiración y, por desgracia, también
una frustración
constante.
Nuestra más firme esperanza es que en
este tema se produzcan profundas reformas y que dentro
de ellas la tricentenaria Universidad
San Cristóbal de Huamanga vuelva a ser motor del
cambio y de la fecunda vida cultural de esta región.
Amigas,
amigos:
Nuestro trabajo concluye hoy, aquí, con esta ceremonia.
Pero la tarea de hacer justicia y de reconciliarnos recién
empieza. El día de ayer hicimos entrega a los presidentes
de los Poderes del Estado este informe con toda la verdad
que hemos rescatado y con un plan de reparaciones y de
reformas
institucionales que esperamos, por el bien de la patria,
sean atendidos. Hemos cedido la posta. Regresamos ahora
a la sociedad
para, junto con todos ustedes, permanecer vigilantes.
En
estos dos años de trabajo, hemos recibido muchas
cosas del pueblo ayacuchano, pero la principal de ella
es, de seguro, ese ejemplo de dignidad intacta, de valentía,
de integridad humana que encontramos en cada testimonio
brindado a nuestros investigadores, en cada historia personal
contada
en nuestras audiencias públicas. Concluimos este
proceso agradecidos con ustedes y con todos los peruanos
que tuvieron
la generosidad de compartir con nosotros su historia para
que, a la vez, nosotros podamos contarla a la Nación
entera. Hemos sido sólo eso, voceros de la dignidad
y de la esperanza de las personas humildes de nuestro país,
y ese ha sido el mayor privilegio que los miembros de la
Comisión
de la Verdad – Sofía, Beatriz, Rolando, monseñor
José, Lucho, Enrique, Gastón, Carlos Iván,
Humberto, Alberto, Carlos, quien les habla – hubiéramos
podido desear. Nos entregaron sus voces. Se las devolvemos
en un informe que cuenta la historia de todos nosotros,
la historia que no debemos olvidar, la historia que no
debemos
repetir, y la otra historia, la de la esperanza, que es
la que hoy debe comenzar.
Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación
Lima, 29
de agosto de 2003


|