Discursos
en ceremonias y otros
Encuentro de jóvenes
Palabras del presidente de la CVR
Queridos amigos:
Durante estos dos años de trabajo de la Comisión
de la Verdad y Reconciliación hemos encontrado en todo
el territorio nacional, al mismo tiempo que las más
duras verdades sobre nuestra historia reciente, alentadores
gestos de optimismo y compromiso con la construcción
de una sociedad más justa y pacífica. Puedo asegurarles
que, entre esas diversas manifestaciones, pocas han suscitado
en mi tanta emoción como este encuentro de jóvenes
que ahora está llegando a su punto final. Encontrarlos
aquí, reunidos en este jardín de la Universidad
Católica, dedicados durante un día entero a reflexionar
sobre la violencia vivida en el Perú en las últimas
décadas y a asumir compromisos para el futuro, es el
mejor aliento que los miembros de la Comisión podíamos
recibir para encarar el tramo final de nuestro trabajo. Ahora
que nos disponemos a dar a conocer al país nuestro Informe
Final, este gesto de ustedes nos muestra que nuestro esfuerzo
no ha sido vano, y por ello deseo expresarles nuestro más
sentido agradecimiento.
Existe más de una razón para afirmar que este
encuentro de jóvenes era fundamental para la Comisión
de la Verdad y Reconciliación. Deseo señalar
una de ellas, que está directamente vinculada con las
discusiones y afirmaciones que ustedes han sostenido en esta
jornada. Es la siguiente: la tarea de hacer luz sobre un pasado
condenable, aunque siempre necesaria y justa, adquiere su pleno
sentido si es que ayuda a la edificación de un futuro
mejor. Ahora bien, ese futuro les pertenece a ustedes. Y al
señalar esto, no solamente reconozco un derecho de la
juventud, sino al mismo tiempo una obligación.
En efecto, corresponde a los mayores hacer un reconocimiento
sincero, sin disfraces, de las grandes fallas de esta sociedad
que ellos, nosotros, hemos recibido, moldeado y conservado.
Pero es deber de los jóvenes propiciar y exigir que
ese reconocimiento – no siempre fácil, como veremos
en estos meses – signifique, a un mismo tiempo, la cancelación
de un pasado que a todos debe avergonzarnos y el inicio de
un futuro muy distinto.
Es imposible olvidar que, para la mayoría de ustedes,
esas décadas de violencia de las que hablamos no constituyen
un recuerdo directo, sino, exagerando apenas, una época
de la historia nacional que habrán de estudiar en sus
colegios o en sus universidades. Y sin embargo, es un retazo
de la historia que todavía está vivo, y que para
miles de víctimas, más que historia es el recuerdo.
En cierto modo, ustedes van a heredar una memoria de esos años,
que es la que hemos tratado de reconstruir en estos meses.
Es sabido que la memoria histórica de una nación
no es siempre transparente y leal. Muchas veces se encuentra
desfigurada por intereses particulares, desfiguración
que es permitida por la indiferencia de la mayoría.
En nuestro país, ha existido, y subsiste aún,
una memoria desfigurada, tergiversada y parcial de los años
de violencia, y es nuestra primera tarea, por tanto, ofrecerles
una historia verídica, que no sea resultado de los intereses
egoístas de unos cuantos, sino que resulte del conocimiento
de los hechos. Es tarea de ustedes pugnar porque esa memoria,
una vez expuesta, no sea secuestrada ni silenciada, sino que
ingrese en los colegios y los hogares, que circule por las
calles, que se instale en los mensajes de los grandes medios
de comunicación y que se aloje en cada uno de nosotros,
porque solamente de ese modo estaremos los peruanos dispuestos
verdaderamente a cambiar nuestra deficiente sociedad.
No será fácil, desde luego. Existe, todavía,
demasiada indiferencia en nuestro país, y de otro lado
es una historia muy dura la que vamos a contar. Es dura – y
será de difícil aceptación – no
solamente por lo que nos revela del pasado, sino, sobre todo,
porque pone de manifiesto las grandes miserias de nuestro presente.
Los mismos errores, los mismos defectos que propiciaron la
muerte de decenas de miles de nuestros compatriotas, conforman
todavía nuestro paisaje diario: ahí está el
desprecio racial y cultural de unos peruanos hacia otros, vivo
todavía en nuestro lenguaje, en nuestra vida cotidiana,
en las imágenes que propalan los grandes medios de comunicación;
ahí están la frivolidad, los estrechos intereses
y la ignorancia de los líderes políticos de hoy,
que lejos de reconocer sus culpas pasadas y asumir sus responsabilidades,
acuden a mil pretextos para justificarse y pretenden seguir
conduciendo la misma sociedad que ellos arruinaron; ahí están
los medios de prensa –diarios, estaciones de radio, canales
de televisión – insensibles hoy como ayer a toda
consideración humana de la tragedia e interesados principalmente
en el aprovechamiento comercial y político de la verdad
que queremos exponer.
En estas circunstancias, resulta muy claro que las esperanzas
de regeneración de nuestra sociedad deben encontrarse
en la juventud. Y así, lo que en principio es para ustedes
un derecho – el derecho de vivir en una sociedad menos
inhumana que la actual – se convierte en rigor en una
obligación. Es la obligación que nace del saber,
del conocimiento, de la imposibilidad de decir “no supe”, “no
vi”, “no oí”, esos pretextos infantiles
en que se refugian hoy tantos políticos y funcionarios
para evadir sus responsabilidades en violaciones de derechos
humanos y en escandalosos hechos de corrupción.
Ustedes sí sabrán lo que pasó y deben
obligar al resto del país a que lo sepa también.
Y sobre la base de ese saber, que es un reconocimiento, no
podrán dejar de asumir compromisos que son sencillos
de enunciar, pero, con seguridad, difíciles de cumplir.
En efecto, es fácil reclamar una sociedad equitativa
y ajena a toda discriminación social, racial, cultural
o basada en las diferencias de género. Es difícil,
en cambio, atravesar un solo día entero de nuestras
vidas sin haber incurrido nosotros mismos en un acto de discriminación,
que a veces puede ser minúsculo y de apariencia trivial,
pero que – nunca lo olvidemos – deja una marca
profunda de humillación en aquella persona que es discriminada.
Es muy difícil, en realidad, despojarnos de esa cultura
impregnada en nuestra vida colectiva, esos hábitos y
valores con que se nos ha criado en una sociedad de privilegiados
y excluidos. Y es ardua, por tanto, la tarea que los jóvenes
tienen por delante, pues ella supone una transformación
de ustedes mismos como requisito para transformar la sociedad
en que viven: la reforma de nuestras instituciones, el respeto
de nuestras leyes, el mejoramiento de nuestra educación,
el pase al retiro de la actual clase política, la recuperación
de nuestro Congreso y nuestro sistema de gobierno, la ampliación
de la condición de ciudadanos plenos a todos los peruanos
sin distinción, todos ellos son necesidades impostergables,
pero al mismo tiempo difíciles de alcanzar sin el reconocimiento
sincero del pasado y sin la proyección de ese reconocimiento
sobre el presente, asumido como genuino arrepentimiento y voluntad
de cambio.
Así pues, en la verdad expuesta y asumida sin reservas
se encuentra la semilla de la reconciliación, que no
puede significar en nuestro país otra cosa que transformación
profunda de nuestra organización social y de nuestros
hábitos de convivencia. Esa semilla – ese mensaje
de verdad y justicia – tiene que ser esparcida y sembrada
en todo el Perú, y para hacerlo no podrá haber
mejores mensajeros que ustedes, los jóvenes, por su
entusiasmo, por su voluntad de crear algo nuevo y por su capacidad
de transformarse a sí mismos para transformar el país.
Estoy convencido de que este encuentro, de que este esfuerzo
hecho tan generosamente por ustedes en esta larga jornada,
es un anuncio de un tiempo distinto y mejor por venir para
todos nosotros, y por eso, y por el aliento que nos han dado
con su presencia aquí, les renuevo mi agradecimiento
en nombre de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Les invoco a mantener esta actitud participante, activa, alegre,
solidaria, comprometida con la búsqueda de la verdad
y la justicia en el país.
Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación
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