Discursos
en ceremonias y otros
TALLER SOBRE PERIODISMO, INVESTIGACIÓN
Y COMISIÓN DE LA VERDAD
TEMA: VERDAD Y RECONCILIACIÓN
Existen diversas formas de definir el papel del periodismo
en una sociedad. Tal vez ninguna de ellas sintetice tan acertadamente
la rica complejidad de esa profesión como aquella que
asigna a los hombres de prensa la tarea de brindar una voz
a la nación. Ser expresión de una sociedad,
prestar a los conciudadanos las palabras y el tono con el
que habrán de referirse a los hechos sencillos y a
los acontecimientos grandiosos de su vida en común,
implica, en efecto, una responsabilidad que sólo puede
cumplirse mediante el dominio de múltiples talentos
y la práctica de variadas virtudes.
La primera de esas virtudes será, naturalmente, un
apego indeclinable al valor de la veracidad. Hay, como sabemos,
una sutil diferencia entre las nociones de verdad y de veracidad.
En el dominio de los actos humanos, ahí donde se desempeña
el periodista, la verdad es un bien precioso que no siempre
está al alcance de la mano. En muchos casos, solamente
el paso del tiempo, la aparición paulatina de evidencias
o el surgimiento tardío de testimonios desinteresados,
y por tanto objetivos, nos colocan ante la verdad rotunda
e incuestionable de un acontecimiento. El periodista, por
tanto, se ve en la obligación de hacer una contribución
nunca total, sino siempre parcial, a la conquista de esa verdad
difícil de obtener, pero nunca desdeñable como
metal final de nuestros esfuerzos.
No obstante, si la verdad absoluta tiene ese carácter
esquivo, no ocurre lo mismo con esa disposición moral
que llamamos veracidad. Esta consiste, en efecto, en una virtud:
es la propensión de una persona, dotada de cualidades
éticas, a ser respetuosa de aquella parcela de verdad
que ha podido obtener. En el ámbito del periodismo,
esto equivale a la voluntad de entregar los hechos tal como
ha sido posible recogerlos en un momento y en un lugar preciso,
así como a cierta disciplina del intelecto que nos
conduce a formular y difundir solamente aquellas hipótesis
e interpretaciones que resulten respaldadas por los hechos
disponibles.
Esta virtud que llamamos veracidad, por otro lado, no bastaría
para hacer del periodismo serio la voz de una nación
si no fuera complementada por una segunda cualidad cardinal,
acaso más difícil de definir, pero igualmente
indispensable para un hombre de prensa que desee realmente
ser fiel a su vocación. Me refiero a la empatía,
esto es, la sensibilidad de un observador y un testigo –y
el periodista es ambas cosas- para percibir la sustancia moral
que subyace a los hechos humanos, por triviales o planos que
nos puedan parecer. El desempleo o la pobreza, por ejemplo,
no son simples datos estadísticos referidos a la salud
económica de la sociedad; son también y sobre
todo dramas concretos de personas singulares, seres dotados
de sueños y proyectos muchas veces truncados. Y del
mismo modo un accidente catastrófico, un hecho delictivo
o un escándalo de corrupción constituyen, antes
que la ocasión de una nota y una fotografía
sensacionales, indicadores elocuentes de las debilidades de
una sociedad. Al recoger estos hechos, el periodista debe
atenerse, por cierto, a la primera regla de su profesión,
que es la veracidad ya mencionada; pero enseguida tiene también
el deber de convertirse en eso que un gran periodista y pensador
del siglo XX, Raymond Aron, llamaba un espectador implicado.
Lo dicho no significa, naturalmente, que los ciudadanos –lectores,
oyentes o espectadores de los medios de comunicación-
esperen que cada pieza de información vaya acompañada
de una consideración o de un comentario sobre sus implicancias
morales y sociales. Dicha empatía es, mas bien, una
disposición general que el hombre de prensa va incorporando
a la práctica general de su profesión y que,
al convertirse en un punto de vista humano y también
humanitario, la eleva sobre el nivel de simple registro de
hechos y la convierte, como hemos dicho, en la voz que nos
expresa, en un espejo en el que nos miramos sin deformaciones
y en una suerte de historia del presente, a la que podemos
acudir en busca de lecciones.
Relación de la CV y R
Veracidad y empatía no son, ciertamente, los únicos
atributos que la sociedad reclama del periodismo. Sin embargo,
he querido referirme principalmente a ellas en esta intervención
porque ambas constituyen el punto de encuentro más
sólido entre la naturaleza de la comunicación
social y la misión que se ha conferido a la Comisión
de la Verdad y Reconciliación.
Como saben ustedes, la Nación ha honrado a las trece
personas que integramos la Comisión con un encargo
de enorme trascendencia: el de sacar a la luz la verdad sobre
los indescriptibles hechos de violencia que marcaron severamente
la vida peruana entre los años 1980 y 2000. Esas dos
décadas fueron años de sufrimiento y de incontables
abusos, tiempos de un profundo desencuentro entre peruanos
y de una terrible confusión de la que fueron víctimas,
sobre todo, los ciudadanos más pobres y desvalidos
de nuestra sociedad, acosados, expoliados y hasta asesinados
por quienes decían luchar por ellos en ejercicio de
una ideología extremista, y también por quienes
tenían el deber constitucional y moral de brindarles
protección.
Es muy vasta, muy delicada y sobre todo, muy dolorosa, la
materia sobre la cual es nuestra obligación echar luces.
Para llevar adelante esa tarea con expectativas de éxito,
los miembros de la Comisión necesitaremos el concurso
desprendido y generoso de múltiples organizaciones
y protagonistas de la vida de nuestra sociedad civil. Entre
ellos, los profesionales del periodismo aparecen, desde luego,
como nuestros naturales colaboradores y aliados. No es necesario
recordar, quizá, que lo mejor de la prensa nacional
fue, a lo largo de esos años de violencia y barbarie,
un adalid de la lucha por la verdad, una lucha en la que a
menudo fue incomprendida y por la cual numerosos periodistas
no vacilaron en exponerse a las represalias de un poder político
autoritario. Fueron, en efecto, periodistas de investigación,
como muchos de los que nos acompañan en esta jornada,
quienes revelaron a lao opinión pública hechos
terribles como los asesinatos de La Cantuta y de Barrios Altos,
y quienes poco a poco, con paciencia y con mucha valentía,
pusieron al descubierto la existencia de un grupo cobijado
en ciertos oscuros pliegues del Estado, y dedicado a practicar
desde ahí la violación de derechos humanos.
Por otro lado, si la Comisión que presido está
convencida de que en su trabajo habrá que contar con
el periodismo de investigación para la exposición
y aclaración de hechos hoy desconocidos, también
tiene la seguridad de que la contribución del periodismo
trascenderá largamente esa importante decisión.
Nuestra tarea, como hemos señalado, es sumamente delicada.
Lo es, entre otras razones, porque está referida a
una materia tan grave como es el sufrimiento humano. Tras
las víctimas directas del terrorismo y la violación
de derechos humanos, quedan deudos y dolientes –padres,
madres, hijos, hermanos- que todavía hoy esperan del
país, del resto de sus compatriotas, una respuesta
a sus padecimientos. La Comisión no podrá llevar
a buen término su tarea sin que todos ellos, y el país
en general, estén adecuadamente informados sobre la
naturaleza de nuestro encargo, sobre los propósitos
que nos animan por mandato legal y por convicción moral,
y también sobre los límites de nuestro trabajo.
Tal información, que no puede llegar al público
sino a través de los medios de comunicación
masiva, habrá de crear las condiciones para que los
esfuerzos de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación
caigan en terreno fértil, y asimismo servirá
para que la ciudadanía concernida sepa cómo
participar en una tarea que tiene que ser, por fuerza, una
labor colectiva.
Así, podemos decir que existe una primera dimensión
en la que la Comisión cifra sus expectativas en el
apoyo de los medios de comunicación. Estos, mediante
una información oportuna, veraz y precisa, habrán
de motivar la participación de la población,
traer a la memoria casos concretos de violaciones a los derechos
humanos y ayudar a restituir las circunstancias en que estos
acaecieron, propiciar la confianza de las víctimas,
los familiares y los testigos en la seriedad de este proceso
de indagación, brindar información que no se
haya obtenido aún por medios judiciales sobre los casos
bajo investigación, y en general ser un acompañante
comprometido con la ardua labor que tenemos por delante. Es
un papel de gran significación, pues, el que esperamos
del periodismo, y sobre todo de aquél que, como es
el caso del periodismo radial, se halla en el contacto más
estrecho, permanente e inmediato con la población peruana.
Dicho esto. Cabe preguntarnos, sin embargo, si esas virtudes
de veracidad y empatía deben hacernos pensar en otra
misión para el periodismo en este proceso.
Más allá de los hechos
“Puesto que ya hemos conquistado los medios para expresarnos,
nuestra responsabilidad ante nosotros mismos y ante el país
es total”, advertía Albert Camus –filósofo
por vocación y periodista por sentido del deber-, a
los franceses una vez concluida la ocupación alemana
durante la Segunda Guerra Mundial. La frase es sencilla y
en apariencia anodina, pero recoge muy eficazmente esa pareja
de valores que todo periodista genuino trata de conciliar
permanentemente a lo largo de su trayectoria: libertad y obligación.
La libertad de información, lo sabemos, no admite restricción
alguna si estamos en una sociedad democrática; pero
al mismo tiempo es claro que esta libertad pierde todo significado
verdadero si no está adherida a un código de
valores, a un sentido de responsabilidad que, en última
instancia, constituye el cauce por el que el hombre de prensa
conduce su libertad. No basta tener los medios. Es preciso
hacer de ellos, un bastión de la edificación
moral de la sociedad.
La búsqueda de la verdad relativa a una época
tan infausta como la que vivimos en los últimos, veinte
años, no puede detenerse en la exposición de
hechos, a pesar de la extrema importancia de ellos. La verdad
que buscamos, recordémoslo, es una verdad que aspira
a restituir la salud a nuestra comunidad. Para la Comisión
de la Verdad y Reconciliación ello significa hacer
que los hechos, una vez establecidos con precisión,
hablen también el lenguaje de la moral, que por medio
de ellos el país se asome a una comprensión
más cabal de sí mismo, que caiga en la cuenta
de sus grandes yerros y que asuma como un deber la superación
de todas aquellas fracturas de nuestra vida colectiva que
hicieron posible la tragedia que sufrimos.
Un periodismo que se apoye en los principios de veracidad
y empatía es sensible, también, a esta dimensión
moral de los hechos. Aunque su deber inmediato es averiguar
y exponer datos, fechas, causas, sucesos y nombres, el periodismo,
ejercido a plenitud, inserta esa información en un
tejido más amplio, la sumerge en una postura ética
y doctrinal que por lo general conocemos por el nombre de
línea editorial. Esta tarea de creación o restitución
de significado –operación hermenéutica,
en el lenguaje filosófico- sólo es practicable
si el observador o el testigo se hallan impregnados de una
disposición para sentir, como hemos dicho, los dramas
humanos insertos en todos los hechos que tratamos.
Nuestra sociedad necesita que sus profesionales de la comunicación
ahonden esa actitud ante los hechos que van a exponer a la
opinión pública. Es decir, que asuman su actividad
informativa desde el punto de vista de la exposición
objetiva de hechos, pero asimismo desde la óptica de
la presentación de una verdad general al país.
Para los miembros de la Comisión, se trata de recuperar
los hechos, pero no para dejarlos expuestos al sol atizando
dolores y deseos de revancha, sino para extraer de ellos un
relato de significación ética, una interpretación
moral de la vida peruana de los últimos años.
El periodismo también puede y debe asumir esa visión:
ya que su deber cotidiano es tratar con los hechos, hará
una contribución muy grande al país si nos acompaña
en esta tarea de dotar de significado a esos episodios que,
dejados a solas como simples cosas carentes de gravitación
humana, podrían no tener otro efecto que reabrir viejas
heridas.
No es este último, evidentemente, el propósito
de las investigaciones que la Comisión de la Verdad
se dispone llevar a cabo. Su propósito es, además
de restituir su dignidad a las víctimas y a sus deudos,
crear las condiciones para una reconciliación en nuestra
sociedad. La reconciliación –el encuentro del
país consigo mismo- es una meta que excede largamente
los hechos, pero que en modo alguno sería posible sin
ellos. Es un propósito de profundo contenido moral.
Y el periodismo tiene por delante la tarea de desarrollar
una postura que le permita ponerse al servicio de ese propósito,
siendo al mismo tiempo fiel a su misión de informar
objetiva e imparcialmente sobre los acontecimientos.
He querido ilustrar con estas palabras, muy brevemente, los
puntos de contacto que existen entre las misiones de la Comisión
que me honro en presidir y la profesión de ustedes.
La pasión por la veracidad es un puente que nos comunica
muy fluidamente. Y en segundo lugar, la disposición
a trascender los hechos, sin tergiversarlos, sino haciéndoles
decir lo que se halla oculto en ellos, es un elemento que
subyace a la vocación del periodismo de investigación
y de opinión, y que está también en el
origen de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Esa afinidad entre nuestras tareas nos hace pensar que el
apoyo del periodismo ser uno de los grandes pilares sobre
los que se apoyará el trabajo de la Comisión
y la presencia de ustedes aquí esta mañana refuerza
esa convicción.
Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación
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