Discursos
en firmas de convenios
Suscripción de
convenio con el Ministerio de Educación
Palabras del presidente de la CVR
Señor ministro de Educación; señoras y señores:
Desde el momento en que se constituyó la Comisión
de la Verdad y Reconciliación, sus integrantes estuvimos
conscientes de el profundo carácter moral de nuestro
mandato. Este nos exige, por cierto, averiguar los hechos sucedidos
y de ese modo ayudar a la Nación a hacer memoria de
la violencia sufrida en los últimos veinte años;
pero nos reclama también sugerir caminos para superar
ese legado de autodestrucción y sentar las bases para
una verdadera reconciliación nacional.
Esta segunda
dimensión de nuestro mandato, según
entendemos, sólo será atendida satisfactoriamente
si somos capaces de iniciar un proceso de recuperación
de valores largamente menospreciados entre nosotros y, al mismo
tiempo, si acertamos a sembrar, además, otros valores
que resulten compatibles con la sociedad democrática,
pacífica y justa que deseamos edificar. En esa procura
de recuperación ética de la Nación buscamos
la colaboración de diversas instituciones del Estado
y de la sociedad, y entre ellas corresponde un lugar primordial
el Ministerio de Educación.
Por la naturaleza misma
de su trabajo, la institución
responsable de conducir la política educativa del país
resulta —no es necesario explicarlo— nuestra aliada
natural en ese esfuerzo y a ella acudimos para encontrar desde
el primer día una espontánea comprensión
e identificación con nuestra tarea y una convergencia
natural con nuestros objetivos. Esa confluencia de ánimos
y propósitos ha hecho muy fluido el camino que nos trae
al momento presente en que firmamos este convenio interinstitucional.
Entre la Comisión de la Verdad y Reconciliación
y el Ministerio de Educación existe, en efecto, una
notable comunidad de propósitos. Es nuestra meta común
sembrar en la sociedad peruana esas actitudes y valores que
nos permitan convertirnos en una comunidad de seres libres
y orgullosos de su libertad, pero al mismo tiempo conscientes
del valor de nuestros semejantes, respetuosos de las leyes
que regulan nuestras relaciones con los demás y tolerantes
de nuestras diferencias.
Se ha reflexionado mucho sobre las
razones por las que la democracia peruana adolece de una crónica precariedad
y habrá que meditar mucho, también, sobre las
razones —o más bien sinrazones— que nos
precipitaron en la ola de violencia que hoy deploramos. Respecto
de uno y otro problema, será inevitable encontrarse
con los asuntos que deseamos afrontar mediante este convenio:
la ausencia o debilitamiento de una cultura cívica orientada
a la valoración del otro y de las reglas de juego —respeto,
tolerancia, veracidad— que permiten que la convivencia
humana sea espacio de realización y no de opresión.
Es, pues, indispensable llevar a cabo una tarea conjunta como
la que iniciaremos a partir de este acuerdo. Y esa labor
de recuperación ética de nuestra Nación —que
queremos llevar a cabo trabajando con los niños y adolescentes
en edad escolar— deberá tener en cuenta un paso
indispensable, aunque no siempre grato: hacer que la población
tome conciencia de los terribles hechos que ha vivido el país,
que comience a sentir el dolor largamente silenciado de nuestros
hermanos más humildes y, a partir de ahí, que
realice una sincera reflexión sobre nuestras fallas
y nuestras faltas.
Será con esa conciencia de nuestros males pasados
que resultará más efectiva toda la vasta tarea
de formación en valores y actitudes que se requiere
para que esos estudiantes niños y jóvenes sean
en el futuro los ciudadanos activos que requiere una democracia
sólida y saludable. Es difícil solucionar algo
que no ha sido percibido en primer lugar como un problema.
Necesitamos, pues, que nuestros estudiantes sientan realmente
que el abuso del más fuerte, la burla de las reglas
de convivencia cívica, la trasgresión de las
leyes, el aprovechamiento indebido de los cargos públicos,
todo ello, lejos de ser una forma de vida aceptable, es un
verdadero escándalo que nos afecta a todos.
Crear una
cultura cívica y promover una moralidad
humanitaria y democrática requiere, ciertamente, trabajar
sobre los contenidos que se entregan a los estudiantes. Nuestro
convenio contempla por ello interesantes propuestas de innovación
curricular a manera de experiencias piloto. No obstante, como
bien lo ha mostrado la ciencia pedagógica en las últimas
décadas, tan importante como lo que se dice en clase
es lo que se hace en el aula. La democracia, se ha dicho, sólo
se aprende en la práctica y ello tiene un alto grado
de verdad. Así, necesitamos también una promoción
de actitudes de tolerancia entre los propios estudiantes que
comparten aulas y patios. Ello será parte de la educación
para la paz que queremos empezar a promover juntos.
Finalmente,
un proyecto de educación —cualquiera
fuera su norte— sólo sería una quimera
si no brindara atención especial al agente esencial
de formación que es el maestro. Los maestros peruanos
han dado y dan permanentemente testimonio de su vocación.
Hay que apoyar esa vocación poniendo en sus manos los
instrumentos para realizarla. Nuestro convenio contempla por
ello un relevante capítulo de capacitación docente
que incluye apoyo metodológico y pautas para elaborar
un curso de educación ciudadana.
Como he dicho, la Comisión de la Verdad y Reconciliación
encontró desde el primer día una cálida
acogida en el Ministerio de Educación, una apertura
fundada en la comunidad de nuestras aspiraciones. Esa convergencia,
ese compromiso compartido que agradezco profundamente, señor
Ministro, es la mejor garantía de que las actividades
que iniciamos con la firma de este convenio llegarán
a buen término y resultarán una contribución
real a la edificación de esa anhelada sociedad democrática
y pacífica.
Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación
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