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AUDIENCIA PÚBLICA TEMÁTICA
"VIOLENCIA POLÍTICA Y CRÍMENES CONTRA LA MUJER"

Martes 10 de Setiembre
   

Panel sobre Roles de Género y Violencia Política
Ana María Rebaza

Me voy a referir a procesos de personas y familias procedentes de comunidades campesinas de la sierra sur y central del país de las que puedo dar cuenta por conocimiento directo o indirecto a través de la experiencia de otros equipos de trabajo con los que hemos compartido retos y reflexiones.
No voy a mencionar a instituciones ni a entidades del Estado específicas. Me centraré sólo en aspectos generales del contexto, y luego en elementos más bien dinámicos y subjetivos del impacto de la violencia política en los roles sobre todo de las mujeres. Es difícil poder dar cuenta públicamente de una mirada específicamente desde las mujeres tomando en cuenta que la sociedad no necesariamente comparte un enfoque de derechos y muchas veces pasa por alto las inequidades entre hombres y mujeres. Pienso que este no es un sólo un problema de conceptos, sino fundamentalmente emocional y actitudinal en el que hay mucho por hacer.
Es difícil comunicar sobre aspectos que no son necesariamente visibles ni forman parte del sentido común general y a la vez querer generar alguna reflexión que permita una mayor comprensión sobre esta problemática.
Es por eso que el tema de esta audiencia pública es sumamente importante y retador, y espero que al final se logre aportar a una visión más compleja de la situación de la mujer afectada por violencia política. Que no quede en una simplificación ni de sólo conmiseración ni de excesiva idealización. Sino en una visión más realista que nos permita pensar en soluciones viables para los problemas que les afectan.
Será inevitable caer en algunas generalizaciones pero es importante relativizarlas ya la realidad a la que nos referiremos presenta una combinación de determinaciones de experiencia personal, social y cultural previas a los hechos de violencia que generaron respuestas y adaptaciones individuales, familiares y sociales específicas.
La situación previa al período de la violencia política en estas comunidades era de extrema pobreza, sin acceso a servicios adecuados de salud, educación, a servicios básicos o al sistema de justicia.
Puede decirse que en su mayor parte estaban aisladas del Estado, del mercado y del resto de la sociedad.
Ya se había producido un proceso de migración económica masivo por lo que muchas familias afectadas tenían vínculos previos con familiares y paisanos en zonas urbanas.
Para estas comunidades puede decirse que la guerra fue total, y en muchos casos fueron agredidos tanto por Sendero como por las fuerzas del orden en forma reiterada y sucesiva, produciéndose todo tipo de crímenes, vejaciones y destrucción material. Quienes corrían más riesgo eran los líderes y autoridades comunales, y de hecho muchos murieron o desaparecieron.
Frecuentemente las personas afectadas se refieren a estos hechos como algo tan horrendo que no se puede considerar ni de animales.
Por un lado, cientos de miles de personas emprendieron la huida hacia zonas urbanas donde tenían alguna referencia de familiares o paisanos, y, por otro lado, muchos más tuvieron que resistir en sus comunidades en condiciones sumamente precarias y riesgosas.
En el caso de los desplazados perdieron además sus medios de vida y su entorno social y cultural. Tuvieron que enfrentar la falta total de medios de vida, y la marginación urbana, enfermando y viendo enfermar a sus hijos.
Las pérdidas personales y materiales vividas en tales situaciones de violencia, son heridas muy difíciles de cerrar.
De un momento a otro se les trastocó completamente la vida, profundizando esta situación severamente traumática la falta de elementos de comprensión social y política de lo que les estaba sucediendo.
La noción de derechos no era algo con lo que hubieran vivido antes, podríamos decir que su vivencia de dignidad terminaba casi en las fronteras de su comunidad.
La lucha cotidiana era para la sobrevivencia, en un contexto de mucha inseguridad.
Como en otras situaciones de conflicto en la región y en el mundo, los roles de género se modificaron. Sin embargo, los cambios en la conducta y los hechos fueron más allá de los cambios en la percepción y la valoración ya que normalmente tienen una velocidad distinta.
Como es conocido, los roles tradicionales en las zonas rurales dejan un lugar secundario a las mujeres. Generalmente, los hombres en la familia asumen la representación desarrollando los roles sociales y en algunos casos políticos, y asumen el rol de principal proveedor de recursos económicos. En condiciones de extrema pobreza, la educación se prioriza menos para las mujeres. Las mujeres campesinas, si acceden a la escuela, difícilmente completan la primaria o menos aún la secundaria. Esto era especialmente representativo de la situación antes del período de violencia política.
En este tipo de arreglo, el sentimiento de las mujeres no solía ser de desacuerdo, su percepción era más bien de que había una complementariedad de roles, y consideraban que la toma de decisiones familiares las involucraba, sin tomar en cuenta que la última palabra no necesariamente era la suya.
Durante la violencia, se podría decir en términos de género que el principal blanco tanto para Sendero como para el Ejército fueron los hombres, sea por su rol de autoridad o por ser más buscados para su enrolamiento armado. Esto no significa que las mujeres no fueran directamente afectadas también, pero lo fueron en menor número. En todo caso, sus niveles de afectación fueron menos visibles porque los asaltos, las violaciones sexuales y otros abusos normalmente se toman menos en cuenta que los crímenes en los que se llega a perder la vida. Tampoco se toma suficientemente en cuenta lo que es el sufrimiento cotidiano a partir de los hechos de violencia, como es por ejemplo, buscar a sus familiares enfrentando por un lado la indigencia material y por otro el maltrato y el abuso de las autoridades en un país donde ser campesina quechua-hablante es ser ciudadana de segunda o tercera clase.
A nivel de la organización familiar, es importante anotar que la violencia ha elevado significativamente el número de hogares con mujeres jefes de hogar, sobre todo en el campo.
En el caso de familias desplazadas con la presencia del padre y de la madre, el rol económico de los hombres se vio muy afectado. Sus capacidades no les servían en el mercado de trabajo urbano, sólo pudieron ubicarse en trabajos de mano de obra no calificada en puestos que cada vez han sido más escasos, o en la venta ambulatoria. Hemos observado procesos depresivos en hombres que no lograban insertarse laboralmente, y también casos de violencia hacia la mujer.
Por otro lado, hemos observado que la adaptación laboral llevaba a muchos hombres a diferenciarse de sus mujeres, asimilándose a la cultura urbana más rápidamente, y priorizando en primer lugar sus necesidades personales, dejando en segundo plano las de su familia.
En las mujeres hemos observado más síntomas psicosomáticos a los que se sobreponen con mucho coraje, debido a la desesperación y la motivación por sacar adelante a los hijos. De este modo, en un contexto de violencia y de emergencia se constituyeron en el eje familiar fundamental.
En zonas urbanas las mujeres tuvieron acceso a programas alimentarios y otros espacios organizativos. Asimismo, pudieron acceder a trabajo doméstico, de lavado de ropa o preparación de comida, así como a la venta informal con cuyo ingreso pudieron garantizar el mínimo de subsistencia para su familia.
En el ámbito rural, sabemos que las mujeres están desempeñando más roles productivos, están organizándose en clubes de madres, y están desempeñando más roles de representación comunal.
Si bien cuesta mucho a las mujeres asumir roles económicos y sociales, su sentimiento es que no han tenido alternativa y que han tenido que sobreponerse al miedo para responder a los retos que se les presentaba.
Uno de los señalamientos que quisiera hacer respecto a estos cambios que aparecen como de mayor empoderamiento para las mujeres, es que muchas veces no son procesados de modo consciente. Me atrevería a decir que muchas de estas mujeres no han tenido suficientes espacios para valorar sus esfuerzos y fortalecer su autoestima como un paso para lograr una posición más equitativa en su familia o en su contexto social. Ha sido un aprendizaje muy intenso, pero de carácter más funcional que estratégico, sentido como una exigencia inevitable ante una situación de emergencia.
En este sentido existe el riesgo de que por la visión idealizada del período previo a la violencia política que les generó tanto sufrimiento, haya una tendencia a buscar restituir dinámicas previas, roles tradicionales que limitan sus potencialidades como personas, pero que asocian a tiempos “de armonía”.
El otro señalamiento que quisiera hacer es que los hechos de violencia que han afectado a estas familias y comunidades no son hechos particulares o de delincuencia común, por lo cual es necesario para emprender un proceso de recuperación que se logre una comprensión social y política.
En este sentido, las mujeres han estado generalmente alejadas de este tipo de comprensión y su visión ha estado enfocada en los aspectos prácticos y en las necesidades básicas de la vida cotidiana.
Se da una situación cualitativamente distinta cuando las mujeres han participado y desarrollado los roles de liderazgo en organizaciones de mujeres a través de las cuales buscaban hacer realidad sus derechos económicos y sociales. Quizás más limitadamente en organizaciones mixtas donde los hombres suelen copar los roles dirigenciales. Estas experiencias han permitido a muchas mujeres compartir sus sentimientos y reflexiones, han valorado sus esfuerzos, han fortalecido su autoestima y han ampliado su visión del país.
La propuesta de hacer visible la experiencia de las mujeres afectadas por la violencia política y promover su fortalecimiento organizativo ha sido, en general, una propuesta externa. No por externa forzada o negativa, sino todo lo contrario, valiosa y necesaria, porque les ayuda a fortalecer su visión de derechos desde una comprensión y un desarrollo personal.
Pero más allá de esto, y lo que es difícil de ver cuando la tarea urgente es la sobrevivencia, es porque está la posibilidad de un desarrollo pleno de las potencialidades de las mujeres. Esto es difícil de valorar y tener presente porque es un proceso de más largo plazo y las condiciones de pobreza oprimen y cierran otros horizontes posibles.
La tendencia mayoritaria es a permanecer en el anonimato y a cuidar y proteger a su familia como núcleo fundamental que les da sentido. Pero esta forma de ubicación social no les ayuda ni a lograr estos mismos fines porque hay mucho por hacer y por cambiar en las instituciones públicas y privadas y en la sociedad en su conjunto para garantizar condiciones de vida dignas para todos.
Sin embargo, hay mujeres que han trascendido estos condicionamientos y han desarrollado una experiencia organizativa en la tarea de recuperar sus derechos, los de sus familias y sus pueblos. Tenemos en este auditorio muchas representantes de estas mujeres. Ellas han trabajado arduamente, con mucho sacrificio, acompañadas por instituciones que han tenido la visión de fortalecer este proceso que les ha costado tanto pero que nos da tanta esperanza.
Obviamente hay un camino muy largo por recorrer al que esperamos que las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación puedan contribuir. Pero para ello consideramos fundamental incluirlas como interlocutoras indispensables y establecer un diálogo real si lo que queremos lograr son verdaderos procesos de recuperación integral en nuestro país para sentar las bases de la justicia y la convivencia digna entre peruanos.

Lima, 10 de setiembre de 2002.