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AUDIENCIA PÚBLICA TEMÁTICA
"VIOLENCIA POLÍTICA Y CRÍMENES CONTRA LA MUJER"

Martes 10 de Setiembre
   

EL CUERPO DE LAS MUJERES COMO CAMPO DE BATALLA
Maruja Barrig

La organización de una Audiencia Pública específica sobre los crímenes cometidos contra las mujeres en el contexto de la violencia política es una iniciativa de la Comisión de la Verdad y Reconciliación digna de reconocimiento que, sin duda, responde a la sensibilidad de los Comisionados y a su apertura en la búsqueda de las causas de este inmenso dolor y de las profundas heridas que la guerra interna produjo en el Perú. La convocatoria a un equipo de especialistas que, dentro de las estructuras de la CVR, realice el seguimiento de las expresiones particulares que esta violencia y sus secuelas adoptaron sobre las mujeres, constituye otro hito en comparación a instancias semejantes creadas en otras partes del mundo.
Durante años, quizá décadas, feministas y organizaciones de mujeres hemos abogado porque la sociedad acepte que la posición de subordinación de las mujeres es la expresión de una densa trama cultural y política que debe ser develada y superada, si se quiere que los ideales de democracia, participación y justicia sean algo más que fragmentos de un discurso “políticamente correcto” y se conviertan en contenidos de una acción civilizadora.
Las mujeres como víctimas de la violencia política han sido invisibilizadas posiblemente porque la imagen dominante del actor político es el hombre[1], y hasta hace relativamente poco tiempo, estuvieron también invisibles, por consiguiente, las formas particulares que la represión adoptó hacia ellas.
Algunos de los testimonios escuchados hoy día y en Audiencias Públicas anteriores iluminan de manera específica la manera como el cuerpo de la mujer se convierte en un campo de batalla política: recurrentes episodios de violación sexual a detenidas o a mujeres de la población civil inerme evidencian el uso de la violencia sexual como una forma de tortura, así identificada y condenada por la Comisión de DDHH de las Naciones Unidas, y por la Comisión Interamericana de DDHH[2].
Toda tortura infligida es un acto bárbaro de humillación que supone la indefensión del cuerpo de quien es torturado, la anulación de una persona bajo el poder de otras. Pero esta humillación, en el caso de las mujeres, va más allá que los golpes, el ahogamiento con agua y excrementos y la descarga de electricidad. El cuerpo de las mujeres es doblemente “corpóreo” y la violación de su cuerpo, cuya desnudez es expuesta por días y noches, como una vuelta de tuerca más de la indignidad y la humillación, es además penetrado por uno, varios hombres ocultos en el anonimato del poder y protegidos por la impunidad. En estas circunstancias, el cuerpo femenino es, insistimos, el territorio físico de una batalla política[3] y simbólicamente, el cuerpo violado y torturado de las testimoniantes y de tantas otras, es el cuerpo de todas nosotras.
Esta situación no ha ocurrido sólo en el Perú. Suficiente material documental confirma que la violación de niñas y jóvenes indígenas y campesinas fue una constante en la guerra interna en El Salvador y Guatemala. Y fueron violadas también las mujeres presas en los centros de detención de Argentina, Chile y Uruguay bajo regímenes militares en la década de 1970. El mismo tipo de humillación que sufrieron Georgina Gamboa y Magdalena Montesa se expresó también recientemente en los conflictos armados en Europa Oriental y en las guerras tribales en Africa. Y miles de mujeres, al igual que ellas, no sólo sufrieron el ultraje de sus cuerpos sino que dentro de ellos quedaría, en contra de su voluntad y como huella de esta humillación, una concepción no deseada.
Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que la violencia sexual es el peor ataque que puede cometerse a la dignidad de las mujeres, y que tener que asumir un embarazo no deseado- en esta o cualquier circunstancia- no hace más que ratificar la existencia de estos cercos de dominación que sobre las mujeres, todas las mujeres, se tienden desde la sociedad, el Estado y las Iglesias.
Y puedo afirmar también que este tipo de violencia contra las mujeres cuyos testimonios hemos escuchado a lo largo de estos meses y de este día, en un contexto específico de guerra, no han hecho más que expresar lo que nos sucede a las mujeres todos los días: en tiempos de guerra y paz, en Lima, en Ayacucho y Huancavelica; en niñas y adultas, en campesinas y profesionales, en amas de casa y estudiantes. Lo que ha ocurrido con las mujeres en este conflicto armado es una expresión más, brutal y exacerbada, de la dominación histórica que sufren las mujeres.
En otras palabras, si se trata de avanzar en las causas y en las recomendaciones a esta CVR, aparece como urgente comprender que este acto de indignidad infligido contra las mujeres que hoy merecen una reparación, va más allá que el hecho biológico de haber nacido mujer y se ubica en el campo de las construcciones sociales entre hombres y mujeres que comúnmente se conoce como relaciones de género. Y que para evitar que estas situaciones se repitan, tenemos que deconstruir esta dominación sobre las mujeres, que es política pero también cultural y económica, y que hoy, a puertas de una debate de Reforma Constitucional, insólitamente, se pretende invisibilizar.
En segundo lugar, esta forma específica de tortura, como es la violencia sexual, en algunas ocasiones se entrelaza con otras formas de discriminación, expresadas en nuestro país en un persistente desprecio hacia colectividades indígenas y grupos campesinos. Al hecho de ser mujer, la violencia ejercida contra una indígena quechuahablante agrega otro factor de la dominación en el Perú: la ausencia de reconocimiento social a vastos sectores de la población andina y de minorías étnicas.
En ese sentido, sería recomendable que la CVR indague las pistas sobre cómo la secular discriminación hacia las poblaciones indígenas y campesinas ha construido los cimientos para la tortura, la desaparición forzada, la ejecución extra-judicial de miles de personas, peruanas y peruanos pobres, analfabetos, anónimos porque no tienen voz en el escenario público, y no tienen canales de expresión ni participación en lo que suele llamarse “vida nacional”; personas sin poder, en resumen.
Felicitando nuevamente a la CVR por esta iniciativa, no puedo dejar de subrayar el hecho que una Audiencia como la convocada hoy, ha tenido la virtud de acercarnos al complejo tejido de las expresiones de la dominación en nuestro país. Esta es una oportunidad que la Comisión entrega al Perú para reflexionar sobre ellas y para seguir, tercamente, no sólo desenterrando los cuerpos de las personas amadas que madres, esposas y hermanas buscaron incansablemente, sino también desenterrar los espejos que nos permitan reconocernos en la barbarie y avanzar en el camino de la verdad, nuestra única pista a la reconciliación.

[1] “Hacia una re-visión de los Derechos Humanos”, Charlotte Bunch. ISIS, Ediciones de las Mujeres Nº15. Santiago, 1991.
[2] “Bajo la Piel. Derechos Sexuales, Derechos Reproductivos”, Giulia Tamayo. CMP Flora Tristán. Lima, 2001.
[3] Bunch, Ob. Cit.