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Vigilia por las audiencias públicas de Lima

Palabras del presidente de la Comisión de la Verdad

Estimados amigos: Esta noche nos convoca un sentimiento compartido de dolor. Estamos aquí reunidos para proclamar nuestro pesar, nuestra indignación y también nuestro estupor por todos los horrores que los peruanos fuimos capaces de infligirnos unos a otros durante veinte negros años de violencia. Nos congrega, por tanto, el afán de decir no a esa violencia; pero al mismo tiempo estamos aquí para afirmar algo: nuestra compasión, nuestra solidaridad, nuestra identificación con todos quienes hubieron de sufrir en silencio, ante la indiferencia general, atropellos, despojos y violaciones que nos serán relatadas en la audiencia pública que se inicia mañana. Y así, si la memoria de la violencia nos agobia, la sola presencia de ustedes aquí nos autoriza también a proclamar una ilusión: no todo está perdido en nuestra patria si todavía hay personas capaces de sentir como propio el dolor ajeno.
Esta vigilia que hacemos juntos nos dice, pues, que en el Perú aún existe un espacio grande para la esperanza. Vigilia quiere decir estar despierto y también mantenerse alerta. Estas palabras, creo, describen con justicia el sentido más verdadero del acto solidario y generoso que ustedes celebran esta noche. Y digo que este es un acto solidario y generoso, porque si bien es común y muy justo oponerse a quienes nos hieren, menos común es entre nosotros sentir la ofensa recibida por el otro como propia. Así pues, a través de este gesto humanitario, entregan ustedes un mensaje de valor inapreciable: que todos los peruanos, y no solamente los que fueron directamente afectados, debemos sentirnos lastimados por cada atropello y por cada olvido. Hay horror en la tortura y en la muerte, en el secuestro de padres, de hijos y de hermanos. Hay horror, y muy profundo, en aquellos tratamientos que delatan que en el Perú existen quienes, por el color de su piel, por su lengua y por su pobreza, no son considerados personas dignas y ciudadanos de pleno derecho. Y, sin embargo, subsisten quienes declaran que es mejor silenciar las penas sufridas, como si el silencio fuera suficiente para curar siglos de segregación en un país herido y dividido.
Por el contrario, el silencio es, como lo demuestra nuestra historia reciente, uno de los alimentos de la barbarie. El silencio es "lo comprobamos en nuestros días" la mejor manera de hacernos cómplices de una vieja tradición de discriminaciones que debería avergonzarnos. Nosotros, con nuestros actos y con nuestras palabras, proclamamos que la verdad es el camino por el cual se hacen libres pueblos y personas y que escuchar las voces de quienes fueron sometidos a vejámenes intolerables es un mínimo acto de justicia y un modo de empezar a reconocer como nuestros semejantes a quienes nuestra historia ha condenado a perpetuas humillaciones. Cierto es que la verdad puede ser desgarradora e inquietante y que puede enfrentarnos cara a cara con las más vergonzosas miserias. Cierto es también que, ante verdades que resultan gravemente ofensivas a la dignidad humana, hombres y mujeres solemos sentirnos desvalidos y menesterosos. Por ello muchos se habitúan a rehuirla y, peor aun, desearían que todos los demás compartiesen sus miedos. Quienes así actúan desconocen u olvidan que, junto con la verdad, amanece, muchas veces de un modo sutil, la esperanza. Concebir y alimentar la esperanza es otra manera vencer al temor.
Si el miedo disgrega a una sociedad, si los temores hacen que cada quien se refugie en la pequeña celda de su egoísmo, la esperanza constituye, por el contrario, una manera constructiva de vivir nuestra existencia en comunidad. La esperanza nos abraza a los demás y nos abraza a la vida y, por ello, sería justo decirle a ella eso mismo que el poeta Schiller exclamaba en torno a la alegría:
Tu poderosa magia reúne / cuanto el destino había separado. La barbarie desearía devastar toda esperanza; la barbarie desearía esparcir la convicción de que es preferible vivir refugiados en el temor, en la medianía y en el engaño. Pero quienes, como ustedes, combaten contra ella y quienes, como ustedes, son jóvenes de corazón, la cuentan entre sus más preciadas fortalezas. La esperanza es, cómo no reconocerlo, la razón más firme por la cual ustedes, queridos amigos, están junto a nosotros esta noche, junto a nosotros, despiertos y vigilantes.


Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación