Panel sobre Roles
de Género y Violencia Política Ana
María
Rebaza Me voy a referir a procesos de personas y familias
procedentes de comunidades campesinas de la sierra sur y central
del país de las que puedo dar cuenta por conocimiento directo
o indirecto a través de la experiencia de otros equipos
de trabajo con los que hemos compartido retos y reflexiones. No
voy a mencionar a instituciones ni a entidades del Estado específicas.
Me centraré sólo en aspectos generales del contexto,
y luego en elementos más bien dinámicos y subjetivos
del impacto de la violencia política en los roles sobre
todo de las mujeres. Es difícil poder dar cuenta
públicamente de una mirada específicamente desde
las mujeres tomando en cuenta que la sociedad no necesariamente
comparte un enfoque de derechos y muchas veces pasa por alto las
inequidades entre hombres y mujeres. Pienso que este no es un sólo
un problema de conceptos, sino fundamentalmente emocional y actitudinal
en el que hay mucho por hacer. Es difícil comunicar
sobre aspectos que no son necesariamente visibles ni forman parte
del sentido común general y a la vez querer generar alguna
reflexión que permita una mayor comprensión sobre
esta problemática. Es por eso que el tema de esta
audiencia pública es sumamente importante y retador, y espero
que al final se logre aportar a una visión más compleja
de la situación de la mujer afectada por violencia política.
Que no quede en una simplificación ni de sólo conmiseración
ni de excesiva idealización. Sino en una visión más
realista que nos permita pensar en soluciones viables para los
problemas que les afectan. Será inevitable caer en
algunas generalizaciones pero es importante relativizarlas ya la
realidad a la que nos referiremos presenta una combinación
de determinaciones de experiencia personal, social y cultural previas
a los hechos de violencia que generaron respuestas y adaptaciones
individuales, familiares y sociales específicas. La
situación previa al período de la violencia política
en estas comunidades era de extrema pobreza, sin acceso a servicios
adecuados de salud, educación, a servicios básicos
o al sistema de justicia. Puede decirse que en su mayor
parte estaban aisladas del Estado, del mercado y del resto de la
sociedad. Ya se había producido un proceso de migración
económica masivo por lo que muchas familias afectadas tenían
vínculos previos con familiares y paisanos en zonas urbanas.
Para estas comunidades puede decirse que la guerra fue total, y
en muchos
casos fueron agredidos tanto por Sendero como por las fuerzas del
orden en forma reiterada y sucesiva, produciéndose todo
tipo de crímenes, vejaciones y destrucción material.
Quienes corrían más riesgo eran los líderes
y autoridades comunales, y de hecho muchos murieron o desaparecieron.
Frecuentemente las personas afectadas se refieren a estos hechos
como algo tan
horrendo que no se puede considerar ni de animales. Por
un lado, cientos de miles de personas emprendieron la huida hacia
zonas urbanas donde tenían alguna referencia de familiares
o paisanos, y, por otro lado, muchos más tuvieron que resistir
en sus comunidades en condiciones sumamente precarias y riesgosas.
En el caso de los desplazados perdieron además sus medios de
vida y su entorno social y cultural. Tuvieron que enfrentar la
falta total de medios de vida, y la marginación urbana,
enfermando y viendo enfermar a sus hijos. Las pérdidas
personales y materiales vividas en tales situaciones de violencia,
son heridas muy difíciles de cerrar. De un momento
a otro se les trastocó completamente la vida, profundizando
esta situación severamente traumática la falta de
elementos de comprensión social y política de lo
que les estaba sucediendo. La noción de derechos
no era algo con lo que hubieran vivido antes, podríamos
decir que su vivencia de dignidad terminaba casi en las fronteras
de su comunidad. La lucha cotidiana era para la sobrevivencia,
en un contexto de mucha inseguridad. Como en otras situaciones
de conflicto en la región y en el mundo, los roles de género
se modificaron. Sin embargo, los cambios en la conducta y los hechos
fueron más allá de los cambios en la percepción
y la valoración ya que normalmente tienen una velocidad
distinta. Como es conocido, los roles tradicionales en las
zonas rurales dejan un lugar secundario a las mujeres. Generalmente,
los hombres en la familia asumen la representación desarrollando
los roles sociales y en algunos casos políticos, y asumen
el rol de principal proveedor de recursos económicos. En
condiciones de extrema pobreza, la educación se prioriza
menos para las mujeres. Las mujeres campesinas, si acceden a la
escuela, difícilmente completan la primaria o menos aún
la secundaria. Esto era especialmente representativo de la situación
antes del período de violencia política. En
este tipo de arreglo, el sentimiento de las mujeres no solía
ser de desacuerdo, su percepción era más bien de
que había una complementariedad de roles, y consideraban
que la toma de decisiones familiares las involucraba, sin tomar
en cuenta que la última palabra no necesariamente era la
suya. Durante la violencia, se podría decir en términos
de género que el principal blanco tanto para Sendero como
para el Ejército fueron los hombres, sea por su rol de autoridad
o por ser más buscados para su enrolamiento armado. Esto
no significa que las mujeres no fueran directamente afectadas también,
pero lo fueron en menor número. En todo caso, sus niveles
de afectación fueron menos visibles porque los asaltos,
las violaciones sexuales y otros abusos normalmente se toman menos
en cuenta que los crímenes en los que se llega a perder
la vida. Tampoco se toma suficientemente en cuenta lo que es el
sufrimiento cotidiano a partir de los hechos de violencia, como
es por ejemplo, buscar a sus familiares enfrentando por un lado
la indigencia material y por otro el maltrato y el abuso de las
autoridades en un país donde ser campesina quechua-hablante
es ser ciudadana de segunda o tercera clase. A nivel de
la organización familiar, es importante anotar que la violencia
ha elevado significativamente el número de hogares con mujeres
jefes de hogar, sobre todo en el campo. En el caso de familias
desplazadas con la presencia del padre y de la madre, el rol económico
de los hombres se vio muy afectado. Sus capacidades no les servían
en el mercado de trabajo urbano, sólo pudieron ubicarse
en trabajos de mano de obra no calificada en puestos que cada vez
han sido más escasos, o en la venta ambulatoria. Hemos observado
procesos depresivos en hombres que no lograban insertarse laboralmente,
y también casos de violencia hacia la mujer. Por
otro lado, hemos observado que la adaptación laboral llevaba
a muchos hombres a diferenciarse de sus mujeres, asimilándose
a la cultura urbana más rápidamente, y priorizando
en primer lugar sus necesidades personales, dejando en segundo
plano las de su familia. En las mujeres hemos observado
más síntomas psicosomáticos a los que se sobreponen
con mucho coraje, debido a la desesperación y la motivación
por sacar adelante a los hijos. De este modo, en un contexto de
violencia y de emergencia se constituyeron en el eje familiar fundamental.
En zonas urbanas las mujeres tuvieron acceso a programas alimentarios
y otros espacios organizativos. Asimismo, pudieron acceder a trabajo
doméstico, de lavado de ropa o preparación de comida,
así como a la venta informal con cuyo ingreso pudieron garantizar
el mínimo de subsistencia para su familia. En el ámbito
rural, sabemos que las mujeres están desempeñando
más roles productivos, están organizándose
en clubes de madres, y están desempeñando más
roles de representación comunal. Si bien cuesta mucho
a las mujeres asumir roles económicos y sociales, su sentimiento
es que no han tenido alternativa y que han tenido que sobreponerse
al miedo para responder a los retos que se les presentaba. Uno
de los señalamientos que quisiera hacer respecto a estos
cambios que aparecen como de mayor empoderamiento para las mujeres,
es que muchas veces no son procesados de modo consciente. Me atrevería
a decir que muchas de estas mujeres no han tenido suficientes espacios
para valorar sus esfuerzos y fortalecer su autoestima como un paso
para lograr una posición más equitativa en su familia
o en su contexto social. Ha sido un aprendizaje muy intenso, pero
de carácter más funcional que estratégico,
sentido como una exigencia inevitable ante una situación
de emergencia. En este sentido existe el riesgo de que por
la visión idealizada del período previo a la violencia
política que les generó tanto sufrimiento, haya una
tendencia a buscar restituir dinámicas previas, roles tradicionales
que limitan sus potencialidades como personas, pero que asocian
a tiempos “de armonía”. El otro señalamiento
que quisiera hacer es que los hechos de violencia que han afectado
a estas familias y comunidades no son hechos particulares o de
delincuencia común, por lo cual es necesario para emprender
un proceso de recuperación que se logre una comprensión
social y política. En este sentido, las mujeres han
estado generalmente alejadas de este tipo de comprensión
y su visión ha estado enfocada en los aspectos prácticos
y en las necesidades básicas de la vida cotidiana. Se
da una situación cualitativamente distinta cuando las mujeres
han participado y desarrollado los roles de liderazgo en organizaciones
de mujeres a través de las cuales buscaban hacer realidad
sus derechos económicos y sociales. Quizás más
limitadamente en organizaciones mixtas donde los hombres suelen
copar los roles dirigenciales. Estas experiencias han permitido
a muchas mujeres compartir sus sentimientos y reflexiones, han
valorado sus esfuerzos, han fortalecido su autoestima y han ampliado
su visión del país. La propuesta de hacer
visible la experiencia de las mujeres afectadas por la violencia
política y promover su fortalecimiento organizativo ha sido,
en general, una propuesta externa. No por externa forzada o negativa,
sino todo lo contrario, valiosa y necesaria, porque les ayuda a
fortalecer su visión de derechos desde una comprensión
y un desarrollo personal. Pero más allá de
esto, y lo que es difícil de ver cuando la tarea urgente
es la sobrevivencia, es porque está la posibilidad de un
desarrollo pleno de las potencialidades de las mujeres. Esto es
difícil de valorar y tener presente porque es un proceso
de más largo plazo y las condiciones de pobreza oprimen
y cierran otros horizontes posibles. La tendencia mayoritaria
es a permanecer en el anonimato y a cuidar y proteger a su familia
como núcleo fundamental que les da sentido. Pero esta forma
de ubicación social no les ayuda ni a lograr estos mismos
fines porque hay mucho por hacer y por cambiar en las instituciones
públicas y privadas y en la sociedad en su conjunto para
garantizar condiciones de vida dignas para todos. Sin embargo,
hay mujeres que han trascendido estos condicionamientos y han desarrollado
una experiencia organizativa en la tarea de recuperar sus derechos,
los de sus familias y sus pueblos. Tenemos en este auditorio muchas
representantes de estas mujeres. Ellas han trabajado arduamente,
con mucho sacrificio, acompañadas por instituciones que
han tenido la visión de fortalecer este proceso que les
ha costado tanto pero que nos da tanta esperanza. Obviamente
hay un camino muy largo por recorrer al que esperamos que las recomendaciones
de la Comisión de la Verdad y Reconciliación puedan
contribuir. Pero para ello consideramos fundamental incluirlas
como interlocutoras indispensables y establecer un diálogo
real si lo que queremos lograr son verdaderos procesos de recuperación
integral en nuestro país para sentar las bases de la justicia
y la convivencia digna entre peruanos. Lima, 10 de setiembre
de 2002.
|