El impacto de las audiencias públicas
en los participantes
La Comisión de la Verdad y Reconciliación realizó las
audiencias públicas, convencida de que el establecimiento
de la verdad histórica sería una tarea incompleta
si no se realizaba al mismo tiempo un esfuerzo por devolver
la dignidad a las víctimas, es decir, por lograr que
la sociedad reconociera en ellas el valor igual que corresponde
a cada ciudadano y ciudadana, reconociendo sus voces y sus
esperanzas.
La gran mayoría de las víctimas de las graves
violaciones estudiadas por la Comisión proviene de sectores
marginalizados y poco atendidos por el país. A la discriminación
que sufren por sus condiciones sociales, deben añadir
la desconfianza y el estigma social que lleva quien fue afectado
por la violencia. Sus versiones sobre lo ocurrido han sido
frecuentemente ignoradas, manipuladas, o respondidas con violencia
y desprecio. Una forma de restablecer sus vínculos con
la sociedad en pie de igualdad, por lo tanto, implicaba el
que las tomaran en serio, que se hicieran gestos de reconocimiento
y respeto a su calidad de ciudadanos.
Las audiencias públicas fueron diseñadas para
mostrar que era posible, desde una instancia formada por el
Estado, tratar a todos los ciudadanos como personas iguales,
tratar a las víctimas como personas con derechos, que
no objeto de conmiseración o sospecha. En una sociedad
en que las relaciones de los grupos sociales más desfavorecidos
con el Estado ha oscilado muchas veces entre la confrontación
abierta y el clientelismo, las audiencias pretendían
mostrar que era posible relacionarse con horizontalidad.
Por ello, cada detalle de las audiencias fue diseñado
con la voluntad de mostrar esa igualdad esencial: las víctimas
no fueron sometidas a interrogatorios como si sus versiones
fuesen objeto de duda, no fueron confrontadas con perpetradores
que negarían los hechos, no fueron colocadas, solitariamente,
lejos de los comisionados; sino que fueron acogidas con afecto
y escuchadas con respeto.
Sin embargo, la Comisión era conciente del cuidado con
que debían desarrollarse las sesiones, con el fin de
evitar que –independientemente de su voluntad- la exposición
pública de los casos afectase de alguna forma a las
víctimas. De este modo, se tomaron todo tipo de medidas
para facilitar la experiencia del testimonio y minimizar cualquier
riesgo a su integridad física y emocional.
Parte del cuidado tenido en el diseño de la audiencia, fue la elaboración
de un detallado protocolo que regulaba cada fase de la presentación
de los declarantes, procurando que la experiencia fuese lo más provechosa
posible para ellos y para el público participante. Este protocolo se
aplicó estrictamente, ya fuese en las audiencias dedicadas a los testimonios
de las víctimas, o en las que se enfocaron en el análisis temático
de situaciones especiales, en las que participaron, además de las víctimas,
expertos invitados.
Las audiencias públicas fueron una de las actividades más impactantes
y probablemente controversiales llevadas a cabo por la Comisión. Algunos
sectores las aplaudieron con entusiasmo y las consideraron un paso positivo.
Otros las consideraban denigrantes o sensacionalistas. Debido a que el apoyo
o rechazo de las audiencias repetía las líneas de apoyo o rechazo
a la existencia misma de la Comisión misma, resultaba difícil
analizar con objetividad el efecto de esta actividad. Independientemente de
la legitimidad de algunas de las críticas a las audiencias, que provenían
a veces de personas que no se caracterizaban por tener mayor experiencia de
defensa de las víctimas, no era posible para la Comisión no tomar
en serio la responsabilidad de velar por el bienestar de quienes habían
aceptado compartir sus historias con el país. Por ello, se realizaron
entrevistas a una muestra de personas que dieron sus testimonios en las Audiencias
Publicas, con el fin de conocer el impacto inmediato que estas habían
tenido en sus vidas.
Se entrevistó a veinte testimoniantes que se presentaron en las diversas
audiencias que tuvieron lugar en Huamanga, Huanta y Lima. Se procuró que,
a pesar de lo reducido de la muestra, se entrevistase a personas con características
diversas. Trece de los entrevistados eran hombres, y siete mujeres. Representaban
un amplio rango de situaciones: eran desplazados, familiares de personas desaparecidas
o asesinadas, personas que habían sobrevivido a la tortura, a la prisión
injusta, o a diversos tipos de atentados. Se incluyó en la muestra a
profesionales independientes, funcionarios estatales, policías, religiosos,
campesinos y amas de casa. Las entrevistas siguieron cuatro pautas generales:
- Examinar si el acto de dar testimonio público era
visto por las víctimas
mismas como una oportunidad de dignificación o una experiencia
de empoderamiento;
- Evaluar el impacto de la participación en las
audiencias en la auto-imagen de la “víctima” y su
sensación ante las reacciones
suscitadas por su relato entre comisionados y público.
- Evaluar
si la experiencia puede alterar las relaciones que tiene un testimoniante
con su familia, amigos o comunidad local.
- Escuchar la opinión
y expectativas de los testimoniantes sobre los resultados del proceso
que lleva a cabo la Comisión.
La Comisión espera que los extractos más significativos de las
respuestas, presentados en las siguientes líneas ayuden a una mejor
comprensión del significado de las audiencias públicas y ayuden
a futuros esfuerzos de reparación simbólica y rehabilitación
de víctimas de violencia. Considerando la novedad de los estudios en
esta área, es de esperar que este inicial esfuerzo de sistematización
sirva como estímulo a análisis posteriores.
1.1. Ansiedad frente a la presentación.
Hablar frente a un público, o ante personas a las que
se considera con respeto, es una experiencia difícil
para el común de las personas. No es necesario tener
que hablar de experiencias penosas o vergonzosas para sufrir
emociones intensas ante el reto de someter ideas o emociones
frente a otros. Las audiencias, necesariamente, generaron fuertes
sentimientos de ansiedad entre nuestros entrevistados, particularmente
durante el proceso de preparación. Sin embargo, es interesante
destacar que los temores más mencionados por nuestros
entrevistados se refieren al sentimiento de no poder hacer
un relato preciso y efectivo en el tiempo limitado con el que
contaban; “Con la sicóloga le manifesté del
hecho que, de repente, suba, me ponga a llorar todo el tiempo
que me toca dar testimonio, y no pueda decir nada. Desaprovecho
un oportunidad tan valiosa ¿no? Bueno, por suerte, no
nos pasó nada, aunque sí estuve llorando por
momentos. Pero pude al menos explicar cual era las circunstancias
que se vivía.” (Lima. Mujer, 31 años, familiar
de persona ejecutada arbitrariamente.)
Al parecer, la tensión de desempeñar una narración
coherente no tenía que ver solamente con el temor de
exponer sentimientos personales en público, sino a la
conciencia de ser una suerte de emisario de grupos de víctimas
que habían sufrido situaciones similares. Para los testimoniantes,
la participación en la audiencia se veía frecuentemente
como un acto de responsabilidad ante la comunidad:
Yo tenía más preocupación de cómo
voy a hablar, por donde voy a empezar, y por donde voy a hacer,
y cómo, también, voy a decir de la actualidad
en que estamos. Y mis paisanos, mis compoblanos, van a escuchar.
De repente van a decir “¡Qué mal has hablado!” Claro,
me dijeron que estaba varias instituciones de los canales de
televisión, y ha estado el periodismo y todos ellos ¿no?
Pero mi preocupación era de cómo puedo lanzar
mi expresión, algo que puede quedar en bien del pueblo,
y es por eso que gané las felicitaciones de los paisanos
y varios me dijeron: “Lo que has hablado está bien,
muy bien” diciendo. (Ayacucho. Hombre, 41 años,
familiar de persona desaparecida.)
Incluso luego de su participación en la audiencia,
los testimoniantes expresaron dudas sobre su desempeño,
y se preguntaban si habían presentado toda la información
necesaria. Es necesario aclarar que todos los casos que se
presentaron en las audiencias habían sido recibidos
con anterioridad por la Comisión, de otro modo, no podrían
haber sido seleccionados para presentarse, por lo que el desempeño
de las víctimas durante la audiencia no podía
impactar negativamente en la atención que la Comisión
les daría. A pesar de que esto se explicó a todos
los participantes, las emtrevistas dejan ver con claridad que
los testimoniantes continúan preocupados por su rol
como portadores de una historia frágil, muchas veces
ignorada o dejada de lado. Entre nuestros entrevistados, aquéllos
que tuvieron la oportunidad de ver sus intervenciones en los
medios de comunicación examinaron su participación
con gran detalle: “Yo me sentí mejor, pero de
lo que he fallado, siempre estaba preocupada, diciendo “Esto
no he hablado, esto me ha faltado”. Diciendo “¿cuánto
me falta? Unos cuantos palabras”. Eso reconocí cuando
vi que hablaba por la televisión. A veces me sentí mal
viendo lo que he hablado mal, a veces me sentí feliz
viendo lo que hablado bien.” (Ayacucho. Mujer, 73 años,
familiar de persona desaparecida.)
La aprobación de sus familias, o círculos sociales
inmediatos fue de mucha importancia para los participantes
en las audiencias. Algunos sienten que, a través de
sus palabras, comunidades y familias accedieron a algún
tipo de reivindicación: “Las señoras con
testimonio está tranquilo. Ellos se han tranquilizado
con el testimonio mío. Ya saben ellos. “Entonces
nosotros vamos seguir” Así nomás dicen…” (Ayacucho.
Mujer, 73 años, familiar de persona desaparecida.) De
hecho, una testimoniante que participó en la audiencia
sobre comunidades desplazadas expresó que otras personas
de su barrio seguían con atención las audiencias
porque relataban hechos ocurridos en sus comunidades de origen,
y algunos testimoniantes mencionan haber recibido cartas y
felicitaciones de sus familiares en distintos puntos del país. “...mi
primo me digo has hablado bien no has fallado nada has dicho
todo exacto.... me han dicho tu te recordabas a mi primo no
habían olvidado, diciendo así me han mandado
cartas y encargos felicitándome.” (Ayacucho. Mujer,
59 años, familiar de persona asesinada.)
Sin embargo, algunos participantes mostraron su insatisfacción
por la poca cobertura de prensa que recibieron las audiencias,
explicando que en sus comunidades no hay acceso a la televisión
por cable (1) y que muchas veces los periódicos no
llegan.
En dos casos, los testimoniantes enfrentaron comentarios negativos
de parte de personas opuestas al trabajo de la Comisión,
de parte de personas allegadas a un partido político
que había expresado disconformidad con este organismo.
Uno de los entrevistados dijo estar acostumbrado a este tipo
de ataque y no le prestó atención. El otro, sin
embargo, se sentía muy molesto aún, al momento
de la entrevista, pues no sentía haber participado en
la audiencia para atacar a ninguna tendencia política,
sino simplemente para reportar los hechos ocurridos en su comunidad.
1.2. Miedo a posibles represalias
La Comisión organizó mecanismos de protección a víctimas
y testigos que pudieran correr algún tipo de riesgo debido a su colaboración
con la tarea de esclarecimiento de hechos (2). En general, muy pocos casos
tuvieron que ser tratados y no hubo situaciones de grave peligro para los testimoniantes.
Sin embargo, la sensación de temor acompañó a algunos
testimoniantes que, aún así, decidieron presentarse en las audiencias.
Aunque, en general, las medidas de seguridad adoptadas por la Comisión
durante las audiencias procuraban ser lo menos intrusivas y notorias, para
no generar alarmas innecesarias, en un caso, una testimoniante expresó tener
temor de los policías que resguardaban el recinto donde se realizaban
las audiencias: “Si tuve miedo, porque los policías nos estaba
mirando, porque ellos antes a mí me han tomado presa.” (Ayacucho.
Mujer, 50 años, familiar de persona desaparecida.)
El hecho de que no hayan ocurrido ataques contra los testimoniantes luego de
las audiencias les ha hecho sentirse mucho más abiertos a las personas
en general, y más cómodos con la idea de presentar sus experiencias
en público. Algunos indicaron en la entrevista que las audiencias les
habían estimulado a hacerse más activos en la búsqueda
de solución para sus casos y en la defensa de los derechos humanos.
Sin embargo, debe tomarse en cuenta que existen aún remanentes de violencia
en algunas zonas del país, lo que convierte el temor a la represalia
en un factor que debe ser tomado en cuenta en futuras experiencias y por las
autoridades correspondientes. El temor a los grupos subversivos, por ejemplo,
fue expresado por una persona que también reconocía los riesgos
del trabajo de la Comisión en general: “Porque, claro que la comisión
está cumpliendo su trabajo. Estamos haciendo, estamos preparando el
informe, pero se nota que en nuestro departamento, en nuestra provincia, en
nuestro distrito, que hay todavía presencia de Sendero. Entonces, estamos
avanzado con el informe, pero que todavía el Sendero está con
su arma en la mano (...) Es importante realizar diálogo para seguridad
ciudadana.” (Ayacucho. Hombre, 41 años, familiar de persona desaparecida.)
A este temor, se agrega que aún no se percibe un auténtico cambio
en las actitudes de los funcionarios estatales ante la población: “Sigue
en el campo esa desconfianza porque: uno, las autoridades políticos
se han excedido demasiado en prometerse y no cumplen sus promesas; otro, en
lo que es autoridades como de ejército y policía, no cambian
su actitud, su trato.” (Ayacucho. Hombre, 41 años, familiar de
persona desaparecida.)
Esta percepción hace temer posibles represalias por su participación,
en el caso de haber declarado sobre abusos cometidos por las fuerzas de seguridad: “Tengo
miedo. Pienso que de repente esos guardias pueden venir vestidos de civil y
así me pueden hacer algo. De repente pueden entrar a mi casa, diciendo.
Tengo miedo, miedo desde que di mi testimonio, porque hablé el nombre
de uno de los responsables.” (Ayacucho. Mujer, 84 años, familiar
de persona ejecutada arbitrariamente.)
Es preciso señalar que, dado que la Comisión conocía por
adelantado los detalles de cada caso, en ninguna ocasión se estimuló a
los testimoniantes a incurrir en actitudes que pudieran ponerles en riesgo
ante los perpetradores. Sin embargo, cuando los declarantes decidieron mencionar
nombres de presuntos perpetradores, la Comisión se hizo cargo de comprobar
que su integridad no corría peligro, y solicitó colaboración
a las autoridades pertinentes.
La constante preocupación por la seguridad de las víctimas es
una lección para futuras experiencias de rehabilitación simbólica.
Muchas veces, las víctimas asumen actitudes riesgosas pese a consejos
respecto a prácticas de seguridad. Esto responde en algunos casos a
la sensación de que la vida sólo tiene sentido si se reproduce
el martirio sufrido por los familiares o los compoblanos: “No hay una
seguridad, claro que eso, por mí eso lo he perdido hace tiempo. No tengo
ningún temor: si matan, me mataron. Mientras yo tengo vida, yo sigo
dando todo bien claro.” (Lima. Hombre, 64 años, familiar de persona
desaparecida.)
1.3. Temor a revivir el trauma
Algunos de los participantes en el estudio evocaron sentimientos de ansiedad
al saber que se enfrentarían voluntariamente con viejos dolores, que
viajarían al pasado. Hay que considerar que han pasado muchos años
desde los hechos traumáticos, y los sobrevivientes han creado mecanismos
para lidiar con su pena, por ello, tienden a dudar sobre la importancia de
recordar: “...cuantos a mis emociones, siempre traigo recuerdos ¿no?
Un poco de nostalgia ¿no? Un poco tristezas, de recuerdos que no valen
la pena recordarlos... Pero ¿cuál es caso? ¿que hay
que decirlos no? Pero ya de un punto... digamos de una fortaleza, que los
hechos han pasado, porque lo que queda es sanear.” (Lima. Hombre, 56
años, injustamente apresado.)
De todas formas, incluso sabiendo que la audiencia reavivaría fuertes
emociones, la mayoría de personas consultadas por la Comisión
sobre la posibilidad de rendir testimonio público aceptaron. Nuestros
entrevistados, en general, parecen haber hecho un balance entre la certeza
de experimentar un dolor y la sensación de tener la obligación
moral de honrar a los familiares ausentes. A la dificultad de la opción
adoptada por los testimoniantes debe añadirse que implicaba además,
ser transportado a las zonas donde ocurrieron los hechos, puesto que las audiencias
se llevaron a cabo en las capitales de departamento o provincia más
cercanas a las zonas castigadas por el conflicto.
2. Factores que crearon un ambiente adecuado al testimonio
Es importante resaltar el hecho de que las víctimas
de situaciones tan traumáticas como las violaciones
a los derechos humanos investigadas por la Comisión
viven un prolongado proceso de búsqueda de equilibrio,
de construcción de mecanismos síquicos para aprehender
la experiencia vivida y poder continuar la vida en condiciones
que restauran alguna medida de normalidad. Estos procesos están
activos en nuestros entrevistados: además de recalcar
que la participación en las audiencias había
sido útil en sus procesos personales, sugirieron que
este mismo estudio y las entrevistas realizadas eran también
otra oportunidad terapéutica. Al parecer, lo que resulta
central para las víctimas no es necesariamente el carácter
público o privado del testimonio, sino el acto mismo
de hablar siendo escuchado, así como el tipo de relación
establecida con un oyente atento.
Esta consideración fue esencial para el diseño
de un ambiente adecuado al testimonio y a las necesidades emocionales
de las víctimas. En otras latitudes se ha insistido
en la importancia de un ambiente seguro para que las víctimas
efectivamente experimenten las audiencias como un evento terapéutico:
“
La restauración síquica y la curación
pueden ocurrir solamente facilitando a los sobrevivientes
un espacio en el que se sientan escuchados, en el que sea
posible
revivir cada detalle de la experiencia traumática
rodeados de un ambiente seguro. (...) A través del
testimonio se facilita el proceso de revivir y reconstruir
un contexto
de significado para los sobrevivientes. De este modo, se
reconoce el la enormidad y el impacto del evento a nivel
individual
y colectivo, lo que permite a los sobrevivientes reclamar
su pasado.”(3)
Las entrevistas con los participantes en las audiencias parecen
indicar que hubieron distintos factores que contribuyeron
a crear un ambiente positivo para la dura experiencia de
verter
testimonio.
2.1. El soporte emocional
La Comisión de la Verdad aseguró que cada testimoniante fuese
acompañado personalmente por un profesional de la salud mental, antes,
durante y después de su participación en las audiencias, con
la excepción de unos pocos casos en los que los testimoniantes se negaron
a recibir este apoyo por diversas razones. Dada la similar extracción
social de la amplia mayoría de las víctimas, y la poca recepción
que aún tiene en nuestro país la atención en salud mental,
la Comisión constató que para la absoluta mayoría de participantes,
la audiencia pública fue la primera vez en que entraban en contacto
con un sicólogo o sicóloga.
Para algunos, este tipo de acompañamiento fue un importante soporte.
Otros, sin embargo dejaron notar que compartían una mirada estigmatizada
de quienes buscan ayuda en los profesionales en salud mental: el prejuicio
que solamente las personas con graves enfermedades mentales acuden a un sicólogo
era muy importante para algunos.
Para otros participantes, fue importante la presencia de comisionados dedicados
a la vida religiosa. La búsqueda de sentidos en la fe es un importante
mecanismo que muchos sobrevivientes utilizan para lidiar con las experiencias
traumáticas. El protocolo de las audiencias requería que un comisionado
recibiera personalmente a cada víctima e hiciera una breve y respetuosa
invitación a su testimonio. Un participante, recordó ser recibidos
por un religioso : “En el momento en que me presentan a mí, fue
el sacerdote. Eso me gustó. “Señores de la audiencia” me
presentó él, y como que eso me hace tener esperanza, de lo que
dijo antes y después, y que vaya a cumplir porque es un hombre de fe
y eso es la confianza que yo tengo.” (Lima. Hombre, 40, Persona con
discapacidades provocadas por atentado.)
En general, los participantes sintieron ser el objeto de la atención
de los comisionados, y les impactó mucho el notar que sus historias
tenían el poder de conmover a otros y motivar en ellos palabras de aliento: “Los
de la Comisión de la Verdad han quedado muy angustiados cuando hemos
aclarado todo. Medio penoso me miran, porque todo he hablado lo que pasa acá.
Medio penoso, medio con dolor me han mirado.” (Ayacucho. Mujer, 73 años,
familiar de persona desaparecida.)
Muchos notaron también que sus palabras tenían un enorme impacto
entre el público, puesto que desde su ubicación en la mesa de
la Comisión, podían ver tanto las reacciones de los comisionados
como del público que asistía a la audiencia, sorprendiéndose
de constatar que todos compartían con los testimoniantes un duelo
largamente postergado.
¡
Todos en duelo! Porque ese día se recordaron de la pérdida de
sus familiares, cómo ellos han pasado, han vivido, cada cual ha lanzado,
y con eso estábamos llenados de angustia. Todo el mundo ahí venían
con lágrimas, porque se recordaron la muerte de sus hijos, de sus esposos
de sus paisanos, y cómo han sufrido, y no solamente yo he sido afectado
por ambas partes, sino casi la mayoría. Casi masivamente han derramado
sus lágrimas, porque cada cual que lanzaban, lanzaban una historia dolorosa.” (Ayacucho.
Hombre, 41 años, familiar de persona desaparecida.)
Ha sido notado que el estricto protocolo seguido en las audiencias públicas
actuó como un auténtico ritual, enfocado en el reconocimiento
(4). Dado que muchas de las víctimas normalmente enfrentan un estigma
que resulta en su aislamiento social, la oportunidad de ser escuchadas
con atención
y sentirse creídas fue de gran importancia. Ya sea que las experiencias
personales fueran silenciadas por la impunidad de perpetradores estatales,
o por el abandono a las familias de quienes fallecieron defendiendo al
país,
la situación de postergación de los sobrevivientes genera
sentimientos de indefensión y rencor: “Te pones a pensar: “O
sea, todo lo que me pasado no tiene valor. No vale para nada” Y vives
peor, acumulando rencores. Ya no sólo es rencor por el que mató a
tu familia, sino también por el juez, por el fiscal, el policía,
o con la sociedad que no te entiende ¿no? O sea, que tu estás
tratando decir que “me han hecho daño y yo me siento mal” y
que nadie le importe ¿no?” (Lima. Mujer, 31 años, familiar
de persona ejecutada arbitrariamente.)
Parte del sentimiento de reivindicación personal de quienes rindieron
testimonio se debe a que sus experiencias eran validadas por una instancia
externa a la que asignan gran autoridad, lo que no se limita a la Comisión,
sino a la presencia de los medios, de líderes locales e invitados
internacionales.
“
He quedado alegre, de haber declarado de mi finado. He hablado por gracia de
Dios. Más alegre estaba, cuando me enteré que en otros países,
como en Lima, he llegado por televisión. Pensaba que, por lo menos,
habrán visto mi foto, y así se han compadecido de mí.
También, Lima, los familiares de mi finado estarán viendo, sabiendo
cómo han pasado las cosas. Pero desde que he declarado he quedado alegre,
como si esposo estuviera viviendo, diciendo, todo eso, toda esa semana estaba
alegre.” (Ayacucho. Mujer, 59 años, familiar de persona asesinada.)
2.2. Recuperación de la condición
humana
Una y otra vez, se escuchó en las audiencias que los
perpetradores trataron a las víctimas como animales.
Esta idea refuerza la noción de que los perpetradores
tienen que deshumanizar imaginariamente a sus víctimas
antes de proceder a tratarlas con brutalidad. Sin embargo,
sugiere también que la víctima, que se ve maltratada
en una forma tan extrema, puede llegar a necesitar confirmación
externa de su propia humanidad. “Lo que queremos es que
el Estado, ¿no? Por lo menos, que tome en cuenta que
nosotros somos personas que vivimos, ¿no? Porque, anteriormente,
yo he visto que nosotros, los campesinos de las alturas de
Huanta, hemos muerto como perros sin dueño. Porque venía
Sendero, nos mataba; venia el ejército, nos mataba.” (Ayacucho.
Hombre, 41 años, familiar de persona desaparecida.)
La alusión al Estado, repetida una y otra vez en nuestra
encuesta y en las mismas audiencias es señal de la radicalidad
de la situación que sufren millones de personas en nuestro
país: no se le pide al Estado que reconozca la igualdad
de derechos ciudadanos de los más excluidos, se le pide
tan sólo el reconocimiento de su humanidad, independientemente
de su ciudadanía. El proceso de las audiencias literalmente
le permitió a las víctimas declarar que existían,
que eran seres humanos: “También tiene que darse
cuenta el mismo estado peruano que nosotros estamos vivos.” (Lima.
Hombre, 40 años. Persona con discapacidades provocadas
por atentado.)
Otra señal de la extrema situación vivida es
la sensación de ser víctimas entre las víctimas,
es decir, de pertenecer a un estrato tan invisible a las autoridades
que ni siquiera importa al momento de empezar a hacer justicia
o reparar los daños ocasionados. Algunas víctimas
campesinas han expresado, no sólo en esta encuesta,
sino en las audiencias, un sentimiento de postergación
respecto a las víctimas que vivían en las ciudades
y tenían por consiguiente más acceso a instituciones
que les ayudaron a recuperar sus derechos: “...a través
de las noticias estamos escuchando que ellos inmediatamente
han sido reconocidos y han sido indemnizados. Pero un campesino
que ha muerto por estos lugares, nadie, ni siquiera en sueños,
se mencionan. Estábamos olvidados y marginados.” (Ayacucho.
Mujer, 59 años, familiar de persona asesinada)
En todo caso, la participación en la audiencia y el
sentirse creídos es un paso hacia la reconstrucción
de una auto imagen sumamente devaluada tras años de
postergación. Así, un testimoniante que vivió la
experiencia de la prisión injusta sintió que
la audiencia le hacía sentirse “libre de todo
culpa” (Lima. Hombre, 56 años.) Otro, confesó que
por primera vez en su vida “ uno se siente un poco de
repente hasta importante”, la audiencia se veía
como un ritual que restablecía los lazos entre el individuo
victimizado y su sociedad: “uno parte de la sociedad
muchas veces siente que está solo, y no ha sido así:
diferente personas se han acercado: así, religiosas,
gente de toda las religiones, a veces todo los amigos se acercan
y te dicen “eso está bien”. Y eso, naturalmente,
a uno le hace variar: uno es parte de la sociedad y que no
se ha olvidado de uno, entonces eso es importante” (Lima.
Hombre, 59 años, familiar de persona ejecutada arbitrariamente.)
Es, por último significativo que la audiencia sirvió para
producir una separación entre la condición objetiva
de la persona, como víctima de un daño, y la
noción popular de “víctima” como
persona desprotegida, indefensa, incapaz de actuar por sí misma: “porque
si yo voy a pensar, me presento ante los demás, como
el pobrecito, como la víctima, así por víctima
tampoco tiene sentido, sino en este momento yo me presenté no
como una víctima sino por algo que yo creía,
por algo que yo pensaba estaba bien y que todavía lo
pienso. Entonces eso no me hace menos.” (Ayacucho. Hombre,
41 años, familiar de persona desaparecida.)
2.3. Un estímulo a la solidaridad
La experiencia de testificar tuvo un efecto que, aunque no
se hallaba entre los objetivos iniciales de la Comisión,
era previsible: las víctimas escucharon y conocieron
a otras personas que habían tenido experiencias similares,
lo que permitió cuestionar, en alguna medida, la sensación
de aislamiento y abandono, así como los posibles estereotipos
sobre la experiencia de otros:
" Ese día de la Audiencia también nos hemos
encontrado con la gente de la zona urbana (...) he reconocido
que ellos
también han sufrido, como nosotros en el campo hemos
sufrido. Y, al final, todos hemos sido afectados: no solamente
nuestra provincia, o sea la gente de campo; también
la gente de zona urbana”. (Ayacucho. Hombre, 41 años,
familiar de persona desaparecida.)
Un posible resultado de este reconocimiento mutuo es el desarrollo
de nociones de solidaridad y la voluntad de involucrarse en
esfuerzos organizativos:
“
Lo que si sentí es la necesidad de unirnos de juntarnos
todos, porque si nos ha pasado lo mismo ¿por qué no
podemos estar juntos? Eso es lo que sentí ¿no?
Además la necesidad y, en esos momentos, la solidaridad
aflora. Los sentimientos son lo mismo, los casos son lo mismo,
y eso aflora: a querer reunirnos y estar juntos ¿no?
Porque soy conciente de que no estoy solo, sino un conjunto
de personas, miles de personas, y los que hemos testimoniado
es apenas una parte” (Lima. Hombre, 59 años, familiar
de persona ejecutada arbitrariamente.)
No ha sido común para las víctimas peruanas el establecer organizaciones
activas y efectivas que defiendan sus derechos. A diferencia de otros países,
la victimización ha ocurrido en sectores con poca experiencia organizativa
previa y con poco reconocimiento social, por lo que las organizaciones de familiares
o de víctimas no han tenido, por lo general, un impacto fuerte en la
escena política nacional (5). Por lo tanto, el efecto legitimador de
las audiencias no puede subestimarse como un factor en el posible fortalecimiento
de las organizaciones de víctimas y de sus demandas en la agenda nacional.
3. Motivaciones para testimoniar ante la Comisión
Nuestros entrevistados indicaron un amplio espectro de motivaciones
para presentar su testimonio en las audiencias. Para algunos
fue muy importante recibir
el estímulo de personas en las que confiaban entre las ONGs defensoras
de los derechos humanos; para otros, se trataba de un asunto de conciencia
y, en un caso, una persona que no estaban muy convencida se inclinó a
favor de participar cuando otras víctimas le pidieron que hable por
ellas. Es interesante destacar que las audiencias fueron la primera oportunidad
de hablar en público, no solamente para las víctimas de actos
cometidos por agentes del Estado, sino también para las víctimas
de actos de terror cometidos por los grupos subversivos. Para algunos policías
sobrevivientes de atentados terroristas o de enfrentamientos armados, y para
sus familiares, la sensación de haber cerrado una etapa de conflicto
y terror, era lo más rescatable:
“
Ya era tiempo ¿no? Se está viviendo un clima de cierta confianza,
y el país lo que necesita es salir adelante. De repente ya no por mí,
sino por los demás. Entonces sí, al comienzo tenía mucho
miedo ¿no? De hablar, no tanto por mí sino por mi familia, pero
mi madre ella ya murió, mis hermanos ya han hecho su vida, entonces
ya, de repente, no hay que seguir callando, seguir ocultando algo que pasó.
Y, de repente, con mi testimonio puedo colaborar para que esto no vuelva a
pasar.” (Lima. Hombre, 40 años. Persona con discapacidades provocadas
por atentado.)
Sin embargo, como se ha dicho antes, las motivaciones recorrían un amplio
espectro, que nos proponemos describir someramente en las siguientes líneas.
3.1. La verdad como prevención y rehabilitación
Casi todos los participantes en nuestra encuesta indicaron
su esperanza de ayudar a prevenir la repetición de
las atrocidades sufridas, a través de la toma de conciencia
de la sociedad. Un testimoniante, incluso, llegó a
plantear que la tarea de prevención iba más
allá del país: “que el mundo entero sepa
lo que ocurrió en el Perú, y que a la vez todo
el mundo se preocupe qué hacer, para que no vuelva
a ocurrir, para que en otros países otras familias,
otros seres humanos, no pasen lo que nosotros hemos pasado.” (Lima.
Hombre, 64 años, familiar de persona desaparecida.)
Algunos dejaron claro que rendir testimonio fue una oportunidad para limpiar
su honra o la de sus familiares. En efecto, en el Perú existe un fuerte
tabú alrededor de la pertenencia al grupo subversivo principal, el PCP-SL,
puesto que sus prácticas terroristas provocaron en muchos sectores la
sensación de que era permisible cualquier cosa que le ocurriese a sus
miembros, incluyendo la violación de sus derechos fundamentales. Muchas
veces, las comunidades locales han sentido que si alguien fue apresado, desapareció o
fue asesinado debían haber razones. “Por algo será”,
se sostuvo muchas veces, y este sentimiento de duda se convirtió en
un elemento funcional al clima de terror que los conflictos crean, destruyendo
la solidaridad social, atomizando a los individuos y facilitando la escalada
en las violaciones a los derechos humanos.
Por esto, para muchas víctimas, en particular, para quienes sufrieron
crímenes atribuidos a agentes estatales, era muy importante afirmar
su inocencia: “Para mí, específicamente, las audiencias
publicas es solamente hacer saber a la opinión publica la realidad de
lo que nosotros (...) en el caso mío, específicamente, de que
soy una persona totalmente inocente, de que ahí me echaron la culpa.
(Lima. Hombre, 56 años, injustamente apresado.)
Al mismo tiempo, sin embargo, esta lógica de rehabilitación personal
era reemplazada, en el razonamiento de algunos testimoniantes, por una lógica
general de principios: independientemente de si una persona ha cometido o no
crímenes, el Estado debe tratarla de acuerdo a la ley y no debe violar
sus derechos. Es muy difícil que los familiares admitan que sus seres
queridos hayan tomado el camino de la subversión, sin embargo, la reconstrucción
completa de la verdad de los hechos requerirá que –en algún
momento- muchos admitan que aquello ocurrió y que, aún así,
no es correcto que un Estado democrático se rebaje a las prácticas
criminales de quienes buscan reemplazarlo con una lógica totalitaria.
Así, una participante en la encuesta, reflexiona: “...me imagino
también de que habrán habido muchas personas que sí han
tenido vinculación con algún movimiento subversivo, pero que
nada justifica que los hayan matado.” (Lima. Mujer, 31 años, familiar
de persona ejecutada arbitrariamente.)
Otro argumento a favor de testimoniar es la sensación de que la sociedad
no podrá negar lo ocurrido si percibe que una gran cantidad de testimonios
se corroboran mutuamente y demuestran el carácter extendido o sistemático
de muchas de los crímenes cometidos: “Todos esos testimonios,
simplemente, para nosotros, era confirmar el estado, la situación que
se vivió de terror, de dictadura. Y implementado, o sea que cada vez
nos hemos ido convenciendo a raíz de los testimonios: eso era una política
del Estado.” (male, 64, Lima, family of disappeared)
3.2. Expectativas de justicia y reparación
Las audiencias públicas no podían considerarse
un instrumento curativo de profundos y antiguos traumas por
sí mismas. Tal vez, a lo sumo, como el inicio de un
proceso en el que, a través de la mayor presencia pública
de las víctimas y la receptividad social a sus experiencias,
algunas personas lograrán procesar su duelo. Es posible
que, a través del testimonio, se haya logrado un cierre
parcial de estos duelos prolongados, puesto que algunas víctimas
sienten que han transferido parte de su lucha de años
por justicia a otra instancia que la continuará.
Sin emmbargo, aunque la participación en las audiencias
fue un momento de reconocimiento, es claro que muchos testimoniantes
llegaron a las audiencias teniendo en mente algún tipo
de resultado tangible, ya fuese a través de reparaciones
o de procesos judiciales en contra de los perpetradores.
Los sentimientos de alivio y paz experimentados luego de participar
en la audiencia pueden debilitarse en el largo plazo si estas
expectativas no son satisfechas. La necesidad de atención
a las expectativas ha sido señalada en contextos no
necesariamente relacionados al trauma resultante de la violencia
de origen político (6) , pero las lecciones derivadas
de aquellas experiencias no puede ser descuidada para el caso
peruano. De hecho, muchos de los entrevistados para este reporte
dijeron que se reservaban su juicio sobre el trabajo de la
Comisión hasta ver la emisión del informe final
y la respuesta gubernamental. Es, por lo tanto, un riesgo a
tomar en cuenta que –si no se siguen las recomendaciones
de justicia, reparación y reformas del informe- muchas
víctimas vuelvan a experimentar sentimientos de marginalización.
La distancia entre la realidad y las expectativas se acepta
con más facilidad por víctimas que tienen mayor
experiencia previa en la difusión de su caso y la defensa
de sus derechos frente a instancias legales. Hay testimoniantes
que saben que algunas víctimas se verán insatisfechas
por los resultados reales del trabajo de la Comisión:
“A mí si me dolía, me dolía mucho de pensar que había
gente que pensaba que había una comisión de la verdad, que ahora
me va pagar una reparación económica, ahora se van a ir a la cárcel
los asesinos, ahora, como que esperaban demasiadas cosas de la Comisión
de la Verdad. Y esa es parte del, también, del trabajo de difusión
de la Comisión de la Verdad, o sea, de poder explicar qué cosa
es la Comisión y qué cosa es lo que puede hacer para que las victimas
no se sienta engañados, para no crear falsas expectativas” (Lima.
Mujer, 31 años, familiar de persona ejecutada arbitrariamente.)
Para los participantes con más experiencia organizativa, la participación
en la audiencia había sido un capítulo más –ciertamente
importante- en su lucha contra la impunidad, y asumían que –si
el gobierno no tuviera la voluntad política necesaria para implementar
las recomendaciones de la Comisión- las asociaciones de familiares y
víctimas tendrían que seguir luchando por sus derechos.
A la inversa, para los participantes con menor información o experiencia
organizativa previa, la Comisión aparecía como la respuesta definitiva
del Estado a sus problemas y, por lo tanto, estaban sorprendidos de que esa
respuesta no fuera completa y definitiva. Una testimoniante incluso pensó que
el pequeño monto de dinero que recibió para su transporte y alimentación
en el lugar de la audiencia constituía la indemnización que el
Estado le daba por la muerte de su esposo.
Otra, que fue transportada directamente a la audiencia y, por lo tanto, no
recibió dinero para transporte, se sintió decepcionada por ese
hecho y porque la Comisión no había resuelto sus problemas como –aparentemente
sí había ocurrido en otros lugares. En efecto, las noticias de
la exhumación de ocho personas en Quispillacta y la erección
de nichos para las víctimas de Lucanamarca le dejaban frustrada porque
pensaba que su pueblo había sido marginado por la Comisión.
Tanto para el trabajo de la Comisión como para las iniciativas que sigan,
es supremamente importante considerar que las expectativas tienden a ser menos
realistas en los sectores sometidos a mayor necesidad. Si las víctimas
de violaciones a los derechos humanos, que provienen en su mayoría de
sectores empobrecidos y marginalizados, sienten que el ejercicio de revelar
sus testimonios no condujo a resultados concretos en la política de
justicia del Estado, ellos y la sociedad en sus zonas pueden sentir frustración
y abandono. Para esto, se percibe que la buena voluntad de las instancias del
gobierno y la clase política será esencial:
“Yo no puedo pensar que la Comisión de la Verdad ha trabajado por
las puras o no tiene validez. Sino que, en todo caso, el gobierno estaría
invalidando todo el sacrificio de la comisión de la verdad. En todo caso
también el gasto que ha ocasionado el gobierno, en todo caso, el pueblo
peruano, también se estaría echando al agua. ¡Entonces de
nada valdría el trabajo de la comisión de la verdad! Yo no pienso
que gobierno sea tan déspota, tan severo.”
(Ayacucho. Mujer, 73 años, familiar de persona desaparecida.)
Otro participante dijo que el gobierno tendría que tomar en cuenta la
presión de la comunidad internacional para llevar adelante las recomendaciones
de la Comisión, pero dejó entrever sus dudas y desconfianza: “Yo
estaba dudoso porque, ¿cuantos años han ido a la zona, han tomado
fotografía y no han hecho nada? No sé si es por falta de poder,
o es aquí el gobierno le ha controlado y no ha querido hacer eso. Con
denuncia internacional, las cosas no pueden callarse.” (Lima. Hombre,
no declaró edad. Testigo de masacre.)
3.3. El deseo de alcanzar justicia y reparación
El deseo de que se dicten sanciones contra los perpetradores aparece con intensidad
entre los entrevistados, pero su intensidad depende del tipo de estrategia
que las víctimas han adoptado para procesar su pasado. Las concepciones
de justicia, además, recorren un amplio espectro, desde quienes han
renunciado a la posibilidad de enjuiciar a los criminales y creen que tendrá lugar
alguna forma de justicia divina, hasta los que creen que el sentido de la justicia
es infligir dolor a los culpables: “Ellos también tiene que sufrir,
como nosotros sufrimos. Lloramos durante mucho tiempo, buscamos. Entonces,
los policías, los que han matado, los que han hecho desaparecer ¿tranquilo
va a ser? No creo (que) eso queremos.” (Ayacucho, Mujer, 73 años,
familiar de persona desaparecida.) Para quienes creían en la necesidad
y posibilidad de castigar a los culpables, la participación en las audiencias
aparece como un paso en esa dirección.
No todos los participantes –entonces- mostraron interés o fe en
que se llegue a castigar a los perpetradores. Todos, sin embargo, dijeron que
lo mínimo que podían esperar era que el Estado emprendiera alguna
forma de reparación de los daños sufridos, y creían que
su participación en las audiencias debía servir para que las
autoridades tomaran conciencia de ese reclamo. Mientras algunas personas mencionan
la necesidad de indemnizaciones monetarias, debido a sus dificultades materiales,
muchas establecen como un mínimo formas de compensación colectiva
en la forma de inversiones sociales y productivas en sus localidades, o servicios
para sus familiares.
“
Me he sentido de que algún día, a través de mis expresiones,
las instituciones y las medios de comunicación, las autoridades se llegarán
a saber y, bueno, en recompensa habrá algo para mi pueblo. El gobierno
debe hacer una reparación colectiva, pero mediante diálogo, porque
si no hay diálogo también esto no va a tener futuro.” (Ayacucho.
Hombre, 41 años, familiar de persona desaparecida.)
“
Primeramente la vivienda, que es lo fundamental, porque hay mucha gente que
hemos venido, hemos tenido que invadir terrenos. En un primer inicio hemos
tenido que estar cubriendo con cartones, con plástico, es algo indigno ¿no?
Ahora se tiene el terreno, pero no se tiene la infraestuctura. Se debe ver
como dar una partida para que esta gente tenga una vivienda, que es lo fundamental,
luego la educación, la salud ¿no? Entonces viendo cómo
es que le reparamos a estas personas y a los que quieren regresar.” (Lima.
Mujer, no declaró edad. Desplazada.)
Como en el caso de la demanda de justicia, la pregunta sobre qué hacer
ante la dificultad de proveer reparaciones justas a todas las víctimas
motivó, entre los entrevistados, dudas y razonamientos sobre cómo
priorizar entre tantas personas afectadas. La familiar de una persona ejecutada,
muestra comprensión por la situación de otros: “Es gente
que no tiene para comer. Entonces, sí me ayudado a entender que hay
gente que tiene mucho mas problemas que yo (...) tiene que ser la prioridad,
inclusive, para el tema de reparación: es gente que lo ha perdido todo” (Lima.
Mujer, 31 años, familiar de persona ejecutada arbitrariamente.)
Un reclamo común durante las audiencias y también en nuestra
entrevista es el pedido de efectiva educación gratuita para los hijos
de las víctimas. Un participante señaló que los niños
que se enfrentan a traumas profundos tienen desventajas de aprendizaje y que
ese factor debiera ser reconocido en cualquier política educativa posterior
al Informe Final. Del mismo modo, se señaló la posición
difícil de los productores agrarios afectados por la violencia y la
necesidad de llevar a cabo políticas económicas que les favorezcan “...debe
haber oportunidades para los campesinos (...) El estado debe ver en su política,
en vez de regalar, generar trabajo; porque con el trabajo uno vive, o por lo
menos valorar nuestros productos.” (Ayacucho. Hombre, 41 años,
familiar de persona desaparecida.)
Sin embargo, tanto en las audiencias como en las entrevistas realizadas con
posterioridad puede apreciarse que toda opción de reparación
tiene sus riesgos. Las indemnizaciones pecuniarias, si se perciben como demasiado
modestas pueden llegar a verse como “un insulto, es una ofensa, porque
uno no es mendigo”. (Lima. Hombre, 64 años. Familiar de persona
desaparecida.) Parece que la opción de indemnizaciones económicas
no complementadas por otro tipo de acciones, tales como servicios y la rehabilitación
simbólica, no satisfacen el sentimiento de justicia de las víctimas: “Yo
creo que la reparación no se debe de ver en forma parcial, la reparación
tiene que ser integral, que realmente repare el daño, sino no vale ¿no?
No va ayudar, no va sentir. La reparación pasa por un tema económico,
por un tema de justicia, pasa por un tema de dignificación.” (Lima.
Mujer, 31 años, familiar de persona asesinada.)
Conclusiones
Aunque la experiencia de las audiencias significó un
paso adelante en la restauración de la dignidad de las
víctimas, es importante recordar que la mayoría
de ellas siguen siendo pobres y marginadas. Aún no existe
una opinión pública receptiva para sus voces,
y su impacto en la agenda política nacional es aún
muy limitado.
Las comisiones de la verdad no se diseñaron para sustituir
a la justicia, sino para iniciar un proceso de movilización
social que fortaleciera un duradero proceso de justicia. Sin
embargo, la realidad empírica de las transiciones indica
que, muchas veces, extinto el entusiasmo inicial de la restauración
democrática, las recomendaciones de las comisiones quedan
sin ser atendidas. Esta situación es muy dañina
para las posibilidades de refundar sobre bases sólidas
la democracia y el Estado de derecho.
Es justo también señalar que las comisiones
no se hacen solamente para comprometer al Estado, sino ante
todo
para movilizar a la sociedad civil. En Sudáfrica,
se ha afirmado que, a pesar del débil legado institucional
de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
de ese país, esta “estimuló la movilización
o facilitó una más clara articulación
de necesidades e ideas, así como legitimó ciertas
voces, metas y estrategias. La gente es capaz de mirar en
otras direcciones para desarrolalr aún más
este proceso.” (7)
Gran parte del peso de la tarea de reconciliar al país
reposará en la sociedad civil, en las iglesias, en los
ciudadanos individuales: “No es sólo una responsabilidad
de los comisionados; también de los familiares, de la
sociedad en general. Qué tanto nos involucramos, para
exigir al Estado para que cumpla lo que esta planteando la
Comisión de la Verdad. Porque si no, va a ser 25 años
de trabajo inútil, en vano.” (Lima. Mujer, 31
años, familiar de persona ejecutada arbitrariamente.)
Dada la preocupación de la Comisión en el bienestar
sicológico de las víctimas que rindieron sus
testimonios, es posible afirmar que la experiencia de participar
en las audiencias públicas fue mayoritariamente positiva.
Es importante, sin embargo, que las víctimas sientan
que el compromiso de las instancias estatales y de la sociedad
es permanente, y sientan que su actuación puede causar
un impacto positivo.
[1] Las
audiencias públicas fueron transmitidas
por Radio y Televisión del Perú, canal estatal,
y por el “Canal
N”, un canal por cable. Extractos o cobertura editada
fueron transmitidos por las otras cadenas comerciales de la
televisión de señal abierta.
[2] Las
audiencias públicas contaron con el apoyo permanente
del Ministerio del Interior y de la Policía Nacional
del Perú.
[3] Brandon
Hamber, “Dealing with the past and the Psychology
of Reconciliation”, presentado en el Simposio Internacional “Contributions
of Psychology to Peace”, Cape Town, Junio de 1995.
[4] Jibaja, Carlos. “El
testimonio en las audiencias públicas” en Kristal,
Ruth et. al. (eds.) Desplegando alas, abriendo caminos. Sobre
las huellas de la violencia.
Centro de Apoyo Psicosocial. Lima, 2003.
[5] Tamayo,
Ana María “ANFASEP y la lucha por
la memoria de sus desaparecidos (1983-2000)” en Degregori,
Carlos Iván (ed.) Jamás tan cerca arremetió lo
lejos. Memoria y violencia política en el Perú.
Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 2003.
[6] Herman,
Judith Trauma and Recovery: The Aftermath of Violence. From
Domestic Abuse
to Political Terror Basic Books. 1997.
[7] Hugo
van der Merwe & Lazarus
Kgalema, The Truth and Reconciliation Commission: A Foundation
for Community Reconciliation?
In Reconciliation International, June 1998, Centre for the
Study of Violence and Reconciliation.
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