EL CUERPO DE LAS MUJERES COMO CAMPO DE
BATALLA Maruja Barrig La organización de una
Audiencia Pública específica sobre los crímenes
cometidos contra las mujeres en el contexto de la violencia política
es una iniciativa de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
digna de reconocimiento que, sin duda, responde a la sensibilidad
de los Comisionados y a su apertura en la búsqueda de las
causas de este inmenso dolor y de las profundas heridas que la
guerra interna produjo en el Perú. La convocatoria a un
equipo de especialistas que, dentro de las estructuras de la CVR,
realice el seguimiento de las expresiones particulares que esta
violencia y sus secuelas adoptaron sobre las mujeres, constituye
otro hito en comparación a instancias semejantes creadas
en otras partes del mundo. Durante años, quizá décadas,
feministas y organizaciones de mujeres hemos abogado porque la
sociedad acepte que la posición de subordinación
de las mujeres es la expresión de una densa trama cultural
y política que debe ser develada y superada, si se quiere
que los ideales de democracia, participación y justicia
sean algo más que fragmentos de un discurso “políticamente
correcto” y se conviertan en contenidos de una acción
civilizadora. Las mujeres como víctimas de la violencia
política han sido invisibilizadas posiblemente porque la
imagen dominante del actor político es el hombre[1], y hasta
hace relativamente poco tiempo, estuvieron también invisibles,
por consiguiente, las formas particulares que la represión
adoptó hacia ellas. Algunos de los testimonios escuchados
hoy día y en Audiencias Públicas anteriores iluminan
de manera específica la manera como el cuerpo de la mujer
se convierte en un campo de batalla política: recurrentes
episodios de violación sexual a detenidas o a mujeres de
la población civil inerme evidencian el uso de la violencia
sexual como una forma de tortura, así identificada y condenada
por la Comisión de DDHH de las Naciones Unidas, y por la
Comisión Interamericana de DDHH[2].
Toda tortura infligida es un acto bárbaro de humillación que supone
la indefensión del cuerpo de quien es torturado, la anulación
de una persona bajo el poder de otras. Pero esta humillación,
en el caso de las mujeres, va más allá que los golpes,
el ahogamiento con agua y excrementos y la descarga de electricidad.
El cuerpo de las mujeres es doblemente “corpóreo” y
la violación de su cuerpo, cuya desnudez es expuesta por
días y noches, como una vuelta de tuerca más de la
indignidad y la humillación, es además penetrado
por uno, varios hombres ocultos en el anonimato del poder y protegidos
por la impunidad. En estas circunstancias, el cuerpo femenino es,
insistimos, el territorio físico de una batalla política[3]
y simbólicamente, el cuerpo violado y torturado de las testimoniantes
y de tantas otras, es el cuerpo de todas nosotras. Esta
situación no ha ocurrido sólo en el Perú.
Suficiente material documental confirma que la violación
de niñas y jóvenes indígenas y campesinas
fue una constante en la guerra interna en El Salvador y Guatemala.
Y fueron violadas también las mujeres presas en los centros
de detención de Argentina, Chile y Uruguay bajo regímenes
militares en la década de 1970. El mismo tipo de humillación
que sufrieron Georgina Gamboa y Magdalena Montesa se expresó también
recientemente en los conflictos armados en Europa Oriental y en
las guerras tribales en Africa. Y miles de mujeres, al igual que
ellas, no sólo sufrieron el ultraje de sus cuerpos sino
que dentro de ellos quedaría, en contra de su voluntad y
como huella de esta humillación, una concepción no
deseada. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que la
violencia sexual es el peor ataque que puede cometerse a la dignidad
de las mujeres, y que tener que asumir un embarazo no deseado-
en esta o cualquier circunstancia- no hace más que ratificar
la existencia de estos cercos de dominación que sobre las
mujeres, todas las mujeres, se tienden desde la sociedad, el Estado
y las Iglesias. Y puedo afirmar también que este
tipo de violencia contra las mujeres cuyos testimonios hemos escuchado
a lo largo de estos meses y de este día, en un contexto
específico de guerra, no han hecho más que expresar
lo que nos sucede a las mujeres todos los días: en tiempos
de guerra y paz, en Lima, en Ayacucho y Huancavelica; en niñas
y adultas, en campesinas y profesionales, en amas de casa y estudiantes.
Lo que ha ocurrido con las mujeres en este conflicto armado es
una expresión más, brutal y exacerbada, de la dominación
histórica que sufren las mujeres. En otras palabras,
si se trata de avanzar en las causas y en las recomendaciones a
esta CVR, aparece como urgente comprender que este acto de indignidad
infligido contra las mujeres que hoy merecen una reparación,
va más allá que el hecho biológico de haber
nacido mujer y se ubica en el campo de las construcciones sociales
entre hombres y mujeres que comúnmente se conoce como relaciones
de género. Y que para evitar que estas situaciones se repitan,
tenemos que deconstruir esta dominación sobre las mujeres,
que es política pero también cultural y económica,
y que hoy, a puertas de una debate de Reforma Constitucional, insólitamente,
se pretende invisibilizar. En segundo lugar, esta forma
específica de tortura, como es la violencia sexual, en algunas
ocasiones se entrelaza con otras formas de discriminación,
expresadas en nuestro país en un persistente desprecio hacia
colectividades indígenas y grupos campesinos. Al hecho de
ser mujer, la violencia ejercida contra una indígena quechuahablante
agrega otro factor de la dominación en el Perú: la
ausencia de reconocimiento social a vastos sectores de la población
andina y de minorías étnicas. En ese sentido,
sería recomendable que la CVR indague las pistas sobre cómo
la secular discriminación hacia las poblaciones indígenas
y campesinas ha construido los cimientos para la tortura, la desaparición
forzada, la ejecución extra-judicial de miles de personas,
peruanas y peruanos pobres, analfabetos, anónimos porque
no tienen voz en el escenario público, y no tienen canales
de expresión ni participación en lo que suele llamarse “vida
nacional”; personas sin poder, en resumen. Felicitando
nuevamente a la CVR por esta iniciativa, no puedo dejar de subrayar
el hecho que una Audiencia como la convocada hoy, ha tenido la
virtud de acercarnos al complejo tejido de las expresiones de la
dominación en nuestro país. Esta es una oportunidad
que la Comisión entrega al Perú para reflexionar
sobre ellas y para seguir, tercamente, no sólo desenterrando
los cuerpos de las personas amadas que madres, esposas y hermanas
buscaron incansablemente, sino también desenterrar los espejos
que nos permitan reconocernos en la barbarie y avanzar en el camino
de la verdad, nuestra única pista a la reconciliación. [1] “Hacia
una re-visión de los Derechos Humanos”, Charlotte
Bunch. ISIS, Ediciones de las Mujeres Nº15. Santiago, 1991. [2] “Bajo
la Piel. Derechos Sexuales, Derechos Reproductivos”, Giulia
Tamayo. CMP Flora Tristán. Lima, 2001. [3] Bunch,
Ob. Cit.
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