Discurso
de la Comisionada Sofía Macher Batanero
en la
clausura
de la octava Audiencia Pública
de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
Señoras y señores:
A lo largo de estos dos días, hemos escuchado relatos
que sin duda han marcado profundamente nuestras conciencias
y nuestros corazones.
Las historias que han llegado ante nosotros
nos muestran un horror tan radical que todo comentario parece
frívolo,
carente de valor. El grado de crueldad que los peruanos hemos
podido desarrollar contra nuestros propios compatriotas es
imposible de medir en palabras. Como ustedes, los comisionados
nos sentimos por momentos impotentes, abatidos, confundidos.
Por eso, nuestra primera reacción y nuestra manera
de iniciar la reflexión es plantearnos preguntas que
nos queman la boca y nos hieren el alma: ¿Cómo
fue todo esto posible? ¿Cómo es todo esto posible? ¿Cómo fue posible, en aquél entonces,
que ocurriese todo lo que hemos escuchado? ¿Cómo
fue posible que haya seres humanos capaces de humillar, torturar,
mutilar, asesinar a sus congéneres, seres capaces de
llevar su odio más allá de la muerte y negar
a sus víctimas el esencial derecho a una sepultura digna? ¿Cómo fue posible que los peruanos hayamos aceptado
la violencia como algo normal? ¿Cómo fue posible
que no sintiéramos solidaridad o al menos compasión
por el dolor de nuestros hermanos en Apurímac?
Pero
nuestras preguntas -nuestra extrañeza, nuestra
indignación- se extienden al presente: ¿Cómo es posible aún hoy que se tolere
todo lo que ocurrió y estos crímenes sigan impunes? ¿cómo
es posible que hasta el día de hoy las víctimas
vivan en el miedo porque los torturadores y los asesinos siguen
en libertad? ¿ Cómo es posible –por último- que
algunos pretendan que lo único que puede hacerse es
voltear la página y olvidar? ¿Acaso puede pretenderse
que esto nunca ocurrió, que fue un mal sueño? ¿Qué hacemos
con el dolor de los deudos, con el trauma de los torturados,
con la incertidumbre de quienes hasta ahora no han podido enterrar
a sus familiares?
No podemos repetir esos errores. Todo el
horror que ocurrió en
el pasado fue el resultado de nuestra falta de solidaridad,
de nuestra incapacidad de sentir que lo que afecta a un peruano
nos afecta a todos. El silencio fue cómplice de estos
crímenes ayer y puede serlo también hoy.
Para “voltear la página” de la historia
es necesario leerla, estudiarla, aprender de ella y actuar. ¡No
se puede “voltear la página” por comodidad
política o por cobardía moral!
Por supuesto que
queremos mirar el futuro, por supuesto que deseamos vivir sin
las pesadillas del pasado sobre nuestra
conciencia. Pero la única manera de hacerlo es reconocer
lo que ha ocurrido, no negarlo; afirmar el derecho de las víctimas
a la justicia, no ignorarlas; pensar alternativas realistas
para su reparación integral, no olvidar sus necesidades.
Sí, es esencial mirar hacia el futuro. Claro que sería
bueno o conveniente que las víctimas perdonen. Pero
no se puede perdonar sin que haya previamente un pedido de
perdón Y es justo recordar aquí que sólo
las víctimas pueden otorgar el perdón y nadie
más. Y sólo podrán hacerlo si sus compatriotas
pedimos perdón por haberles olvidado, si las instituciones
del Estado asumen su responsabilidad y si los perpetradores
individuales aceptan su horrenda culpa.
Los pueblos que olvidan
están condenados a no aprender.
Los pueblos que no aprenden están condenados a repetir
sus errores. La única manera de evitar que esto ocurra
de nuevo es escuchar la voz de las víctimas, hacerles
justicia y lograr en las nuevas generaciones un compromiso
decidido con la dignidad de la vida humana y con la paz.
Decíamos antes que el horror nos dejaba sin palabras.
Que apenas atinábamos a hacernos preguntas sobre la
profundidad de la crueldad que estos relatos han traído
ante nosotros. Pero es bueno reconocer que también hay
otro aspecto de estas historias que nos deja sin palabras:
el amor a la vida, la generosidad sin límites del alma
humana, la valentía de quienes aman.
Todas las personas
que nos han contado su tragedia han tenido el coraje de venir
ante el país entero para reclamar
que se les escuche. Todas han tenido la fuerza para defender
su identidad, para afirmar la vida y mantener la esperanza
a lo largo de todos estos años. ¿Cómo fue posible esto? ¿Qué impulsó a
algunos a cumplir con su deber de dirigentes, autoridades a
costa incluso de su vida y su libertad? ¿De dónde
sacaron las fuerzas los deudos para buscar a sus familiares
sin ayuda de nadie? ¿Cómo recrearon sus esperanzas
cada día para salir adelante en medio de la adversidad? ¿Cómo
fue posible tanto heroísmo, tanta generosidad, tanta
grandeza de alma?
Así como la crueldad de algunos es un misterio que
nos deja sin palabras, la generosidad de otros también
nos hace sentir que el lenguaje es poco para expresar lo que
sentimos. Pero mientras la crueldad nos hace descubrir lo más
oscuro del alma humana, la generosidad nos hace recuperar la
fe en la humanidad y la esperanza de reconstruir nuestro país
sobre bases más sólidas.
Esto motiva una reflexión adicional: los testimonios
que hemos recibido nos comprometen no sólo a los comisionados,
sino a cada uno de los que estamos en esta sala, en esta ciudad,
a todos los peruanos.
La misión de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
no puede cumplirse sin el apoyo de la ciudadanía y de
las organizaciones sociales. Al fin y al cabo la Comisión
ha surgido como resultado del esfuerzo de todo el pueblo peruano,
que quería una democracia digna de tal nombre, y si
estamos acá es porque incontables ciudadanas y ciudadanos
lucharon porque se esclarezca la verdad y se abra el camino
a la justicia.
El trabajo de la Comisión tiene un claro límite
en el tiempo: una vez que entreguemos nuestro informe final,
nos disolveremos. Pero la verdad descubierta, las recomendaciones
de justicia y reparación, quedarán como legado
de este organismo y volverán a la sociedad civil.
Dependerá de la sociedad civil que nuestra tarea se
concrete con el éxito y que el informe final sea respetado
por las instancias pertinentes. La buena voluntad de las instancias
de gobierno debe asegurarse con la permanente actividad de
los organismos sociales para lograr que los criminales pasen
a disposición de la justicia, cualquiera sea su posición
o afiliación institucional, para lograr que el Estado
priorice las demandas sociales de las víctimas de la
violencia, para que la historia oficial no olvide la verdad
que acabamos de revelar.
Al cerrar esta audiencia pública, las preguntas que
nos sacuden la conciencia son inevitables. Pero es posible
también, es necesario, que hagamos algunas afirmaciones
centrales:
Ningún objetivo político justifica la
violación de los derechos humanos! No existe ninguna
ideología que justifique las ejecuciones sumarias, la
tortura, la violencia sexual, la destrucción de las
comunidades. ¡ El Estado no puede ser un instrumento de guerra! La
defensa del Estado de Derecho no puede hacerse por cualquier
medio. Ningún objetivo militar justifica que se masacre
a la población civil, se ultime a los heridos o a los
rendidos, se destruya las escasas posesiones de las comunidades. ¡ Debemos combatir las causas de la violencia! Hay que
señalar que a la base de estos crímenes están
la pobreza, el abandono, el racismo, el desprecio al campesinado,
la discriminación contra la mujer. La democracia peruana,
recién recuperada, debe lograr respuestas efectivas
para superar el olvido de las provincias, castigar la discriminación
e integrar a todos los peruanos y peruanas en el mismo goce
de los derechos fundamentales. ¡ Este horror no puede repetirse nunca más! Debe
haber una efectiva política de prevención de
estos crímenes. Para ello es necesario que las instituciones
tutelares del Estado revisen su doctrina para integrarse más
a la sociedad civil, que nuestras Fuerzas Armadas separen de
su seno a los malos elementos que cometieron estos crímenes.
Es también necesario que nuestras escuelas y los medios
de comunicación difundan una cultura de paz. Urge que
los planes económicos prioricen a las zonas más
pobres. Es preciso, por último, que nuestro Poder Judicial
responda con efectividad a las demandas de las víctimas
cuyos derechos humanos fueron violados.
Señoras y señores:
Estamos seguros de que esta
audiencia pública ha servido
para que el país entero se solidarice con la experiencia
vivida por las víctimas de la violencia en este departamento.
Estamos seguros de que lo que hemos escuchado debe motivar
la más amplia solidaridad de la sociedad apurimeña
y nacional para con las víctimas.
Estamos seguros de
que esta audiencia marca un compromiso sólido hacia el futuro y de que la sociedad civil apurimeña
asumirá hasta el final el compromiso con la verdad y
la justicia.
Con esa seguridad y en esa esperanza, en nombre
de la Comisión
de la Verdad y Reconciliación, declaro clausurada la
Octava Audiencia Pública, celebrada en la ciudad de
Abancay los días 27 y 28 de Agosto de 2002.
Muchas gracias.
Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación
 
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