Inauguración
de las Audiencias Públicas en Tingo María
Palabras de Salomón Lerner Febres,
Presidente de la CVR
Sean mis primeras palabras para saludar de modo respetuoso
y solidario al pueblo tingalez. La Comisión de la Verdad
y Reconciliación que me honro en presidir se apresta
a iniciar su Séptima Audiencia Pública. Antes
de proceder a declarar formalmente su comienzo, permítanme
algunas reflexiones. La primera tiene que ver con la misma
comisión. Con la verdad acerca de la verdad de la Comisión
de la Verdad y Reconciliación.
Creada por Decreto
Supremo en julio del año dos mil
uno, replanteado su mandato el tres de septiembre del mismo
año, ella se compone de doce miembros que acceden a
asumir una grave responsabilidad frente al país y frente
a la historia. Se trata de doce personas de buena voluntad
que no son ni sabios, ni iluminados. Sí, gente honesta
que se ha comprometido con el país y que desea convocar
para el cumplimiento de su misión a todo el pueblo peruano.
No es una organización No Gubernamental dirigida a
proteger los Derechos Humanos. Aunque no desconoce la gran
importancia que han jugado estas instituciones en los años
de la violencia y en los reclamos que condujeron a la creación
de la Comisión. Tenemos asimismo la esperanza de que
estas asociaciones serán celosas vigilantes de aquello
que la Comisión pueda recomendar una vez que haya concluido
su mandato.
Nuestra tarea se halla enunciada en el nombre mismo
que llevamos, verdad y reconciliación. En efecto, encontrar la verdad,
posibilitar a partir de allí la justicia, procurar que
aunque sea parcialmente se enmienden despojos y violaciones
a través de medidas de reparación, iniciar un
proceso histórico de reconciliación, es decir
un nuevo acuerdo social entre los peruanos. Esa es la tarea
de la Comisión de la Verdad. Eso es aquello que la define.
Esa es su razón de ser.
Para cumplir con este mandato,
nosotros debemos investigar las graves violaciones contra los
Derechos Humanos ocurridas
en nuestro Perú, en el período comprendido entre
mil novecientos ochenta y el año dos mil. Y frente a
tales hechos debemos tratar de responder a muchas preguntas, ¿por
qué pasó esto?, ¿cómo es así que
ocurrió esta tragedia?, ¿qué consecuencias
han nacido de estos hechos? Ello por supuesto, además
de determinar cuando ello sea posible, responsabilidades, formular
recomendaciones de reparación y sugerir nuevas políticas
que conduzcan a la concordia nacional.
Pero dicho esto, es
fundamental que la nación sepa
también, que nosotros somos fundamentalmente una entidad
moral. Que nosotros no tenemos capacidad jurisdiccional, que
nosotros no juzgamos, no sentenciamos, no condenamos. Que nosotros
no somos los encargados de hacer las reparaciones. Simplemente,
de recomendarlas. Y que en ese sentido es desde esa fibra moral
y desde esa perspectiva que se tiene que juzgar nuestra actuación.
No es simple pues, nuestro trabajo. Nos sentimos delegados
por toda la nación peruana para un grave encargo y lejos
de efectuar turismo en el país, más bien lo recorremos
para mostrar nuestro profundo respeto y solidaridad con las
personas y los hermanos peruanos que sufrieron.
Este es el
sentido justamente de las audiencias públicas,
instrumento ante todo de dignificación de quiénes
fueron atropellados.
Esta presencia que significan las audiencias
públicas
en distintas regiones, ciudades, pueblos y aldeas del territorio
nacional, es por cierto necesaria para el cabal cumplimiento
de nuestra labor de investigación de los hechos de violencia.
De los innumerables abusos y violaciones de los Derechos Humanos
que debemos descubrir y exponer públicamente. Pero eso
no es todo. Nosotros consideramos que nuestra misión
es acompañar a las víctimas, propiciar que por
nuestro intermedio la sociedad peruana entera, las escuche,
sepa de sus sufrimientos y se identifique con ellas.
Para que
esos ea posible, la Comisión de la Verdad
considera un deber moral suyo ir hacia las víctimas,
no hacer turismo. Sino ir hacia las víctimas. Dónde
quiera que ellas se encuentren. Y es por eso que en nuestro
trabajo ocupa un lugar central, cómo les decía,
la tarea de recorrer el país para realizar encuentros
como el que hoy sostenemos en Tingo María.
Debemos precisar
que según el decreto que nos crea
y al cual ya aludí antes, nosotros nos hallamos legalmente
autorizados, pero no obligados a realizar estas sesiones. Es
pues una potestad de los comisionados organizarlas y llevarlas
a cabo. Y hemos asumido esa facultad legal, como una verdadera
obligación moral. Y así se refleja en nuestro
plan de trabajo por una razón muy clara. Estamos convencidos,
como les decía antes, que debemos dar atención
principal a las víctimas y entendemos que ellas no solamente
han sufrido atropellos físicos, sino también
el despojo de su dignidad. Muchos factores han intervenido
en ese despojo. Y no se nos escapa que uno de ellos es la indiferencia
que la sociedad mostró durante décadas ante el
sufrimiento de las víctimas.
Entendemos por tanto que
prestarles oído ahora, darles
la palabra que les fue negada durante tanto tiempo, permitirles
exponer públicamente los hechos de que fueron víctimas.
Es una forma de darles reconocimiento social y así en
cierto modo, devolverles la dignidad.
El sentido estas audiencias
pues, sólo se comprende
en relación con las víctimas, son actos de reconocimiento
social y de devolución de la palabra y de la dignidad
y así queremos que ustedes lo asuman.
Las audiencias
públicas, esta audiencia pública,
los casos que serán presentados en ella, no son instrumentos,
ni datos para ponderar culpas mayores o menores de los regímenes
o gobiernos, no son datos estadísticos, no son herramientas
para la discusión política. Para nosotros y para
ustedes también ha de ser así. Son casos radicalmente
humanos. Y cada uno de ellos debe ser entendido como la realidad
absoluta que es: una vida perdida, una familia destrozada,
una comunidad destruida.
Quisiera decirles que estas audiencias
son, desde un principio, así lo queremos, sesiones solemnes, formales, en las
cuales es fundamental el respeto a los testimoniantes. De modo
que no se permitirá y espero que eso no suceda, como
no ha sucedido en las seis audiencias anteriores, ninguna intervención
del público que pueda disturbar la solemnidad y el respeto
que debe acompañar a la declaración de la víctima.
A propósito de ellas, de parte de los testimoniantes
se espera el fiel cumplimiento de la promesa a la que se obligan
públicamente, la narración honesta y veraz de
los hechos que les afectaron. No ha de confundirse a las audiencias
públicas como tribuna apropiada para expresión
de simpatías políticas. Legítimas por
cierto, pero que en estas circunstancias, no hayan lugar y
no contribuyen a brindar objetividad a los relatos.
De parte
nuestra, los comisionados queremos decirles que continuamos
con nuestra actitud de atenta escucha, evitando intervenir
en el curso de los testimonios para así otorgarles la
mayor fluidez y libertad.
Bien señores, dicho esto y conscientes de la importancia
que tiene esta audiencia pública en un lugar como es
Tingo María y toda esta región del Huallaga que
ha sufrido muchísimo y de la cual en sus padecimientos
se sabe muy poco en el país. Con la esperanza de que
aquello que vaya a ser dicho aquí, sea escuchado, comprendido,
aceptado por todos los pobladores del país, que descubrirán
así la enormidad de la tragedia que ha vivido nuestra
patria y se aprestarán a superarla. Con ese espíritu
declaro iniciada esta Séptima Audiencia Pública
de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
en la ciudad de Tingo María, hoy día ocho de
agosto del año dos mil dos.
Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación
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