inauguración
de Audiencias
Públicas en Lima
21 de Junio de 2002
Palabras del presidente de la CVR
Señoras y señores:
La Comisión de la Verdad y Reconciliación inaugura
hoy su quinta audiencia pública, ceremonia orientada
a la atención a las víctimas y a promover el
conocimiento por todo el país de los graves hechos de
violencia y violaciones de los derechos humanos ocurridos entre
los años 1980 y 2000.
La audiencia pública de Lima se suma a las cuatro ya
realizadas en Huamanga, Huanta, Huancayo y Huancavelica, y
al encuentro con la población afectada sostenido en
la ciudad del Cusco. De la misma manera que en aquellas ocasiones,
la ceremonia que hoy comenzamos en la capital de la República
se halla regida por principios muy estrictos, que son los que
presiden todo el trabajo de la Comisión de la Verdad
y Reconciliación: respeto a las víctimas, imparcialidad
y equidad en el tratamiento de los casos, e intención
dignificadora y de reconciliación. Al igual que en las
anteriores ocasiones, asimismo, la audiencia pública
de Lima considera entre sus metas más valiosas el propiciar
que todos los peruanos nos sintamos identificados con el dolor
de nuestros hermanos y, por eso mismo, motivados a participar
en la edificación de una sociedad más justa y
más solidaria. La presencia de ustedes aquí,
y la atención de los miles de peruanos que siguen esta
audiencia gracias a los medios de comunicación, constituyen
una alentadora señal de que esa meta podrá ser
alcanzada.
¿Qué oíremos
en estas audiencias?
En
estas audiencias públicas de la ciudad de Lima
oiremos el testimonio de víctimas de múltiples
atropellos de los derechos humanos: desapariciones forzosas,
secuestros, ejecuciones extrajudiciales, torturas, campañas
de amedrentamiento, toda la amplia y ominosa gama de crímenes
contra la dignidad e integridad básica de las personas
fue experimentada también en la capital de la República,
y hoy y mañana prestaremos atención a hombres
y mujeres que, habiendo sido objeto de esos atropellos, han
tenido el valor de venir a compartir con nosotros el recuerdo
de hechos que muchos quisieran ignorar.
Las víctimas saben que no es posible olvidar. El resto
de la sociedad debe reconocer, por su parte, que no es moral
proponer el olvido antes de haber transitado el camino duro,
pero indispensable, de la rememoración honesta y compasiva.
Las audiencias públicas — como el trabajo entero
de la Comisión — responden a esa convicción:
si hemos de superar la violencia sufrida, si nuestro país
ha de caminar hacia adelante en la edificación de una
sociedad armónica y democrática, primero debemos
hacernos cargo de nuestro pasado y mirar de frente lo que los
peruanos fuimos capaces de hacernos unos a otros.
Más allá de la irrepetibilidad de los testimonios
que se nos ofrecerán, todos nos narrarán, sin
embargo, una misma historia que tendremos que aceptar como
nuestra: la historia de la insensatez y la miopía moral
que condujo a la muerte a miles de peruanos. Sintámonos
concernidos por lo que se nos dirá; entendamos que se
nos narrará episodios que forman parte, querrámoslo
o no, de nuestro propio devenir como nación; dispongámonos
a reivindicar, a través de un proceso de purificación,
doloroso pero necesario, valores que jamás debemos olvidar;
preparémonos para hacer de nuestra vida personal y social
caminos de permanente superación material y sobre todo
espiritual.
Los testimonios que oíremos en estos dos días
constituyen, pues, una manera de conocer esa historia que otros
quisieran simplemente sepultar. Y ese conocimiento es, al mismo
tiempo, un reconocimiento, una devolución de la dignidad
que los poseedores de la fuerza bruta quisieron arrebatar a
las víctimas. Esa dignidad — aceptémoslo — también
se la quitamos nosotros al no prestar atención a sus
sufrimientos, al fingir dentro de las seguras paredes de nuestras
casas que nada pasaba afuera, al responder con resignación,
con indiferencia, con tolerancia, y por qué no, con
complacencia a los abusos que se cometían en nombre
de la revolución social o del orden público.
Es hora, pues, de hacer las paces con ese pasado nuestro de
violencia e indiferencia. Y esa tarea no puede realizarse sino
dando voz a las víctimas, expresándoles nuestro
pesar y reflexionando juntos sobre nuestra historia más
reciente. Y ello es, precisamente, lo que obtendremos de estas
audiencias, que son una instancia de reparación y reconciliación
porque son, en primer lugar, un espacio para la exposición
pública de la verdad.
Audiencias ilustran sobre nuestra sociedad
Los testimonios que oiremos, por otro lado, nos obligan a preguntarnos
sobre los factores que hicieron posible que se desatara una
violencia tan intensa. Esas causas profundas, que no excluyen,
por cierto, las responsabilidades humanas individuales, nos
remiten a las relaciones históricas entre la sociedad
y el Estado, vínculos signados por la exclusión
y la marginación de amplios sectores de nuestra sociedad,
por una distribución muy desigual, ya no solamente
de las riquezas materiales, sino de la simple consideración
que se merece todo ciudadano y todo ser humano.
Estas audiencias,
pues, también deben suscitar en nosotros
una reflexión sobre la posibilidad de hacer de nuestra
sociedad un régimen de convivencia distinta, más
incluyente, pacífica, tolerante, respetuosa de cada
uno de sus miembros y por tanto propicia a la realización
de cada quien como ser humano.
Ocasiones de reconocimiento
Estas audiencias son también, pues, un intento de reconocer
heridas que se hallan abiertas todavía en el cuerpo
social y que exigen de nosotros una honesta mirada que nos
permita reconocerlas como una grave hipoteca sobre nuestro
futuro. Pensamos que a partir de este proceso será posible
iniciar un doble proceso: de un lado, la indispensable dingificación
que quiene vieron pisoteados sus derechos más elementales;
de otro lado, la búsqueda un sentido a lo que hacemos
en el aquí y en el ahora.
Búsqueda de nosotros mismos
En efecto, las audiencias
públicas — y las actividades
de la CVR en general — deben ser entendidas como la búsqueda
sincera de una identidad que se nos ha extraviado en el curso
de los años.
Nuestra comunidad nacional requiere una
consistencia, un espesor que no puede ser alcanzado sino a
través de un despliegue
honesto de nuestra memoria. Las audiencias públicas
buscan, por ello, poner en acto el poder evocador de una intención
moral que, al enfrentarnos con lucidez al pasado, hace posible
que nos reconozcamos como una nación que es al mismo
tiempo realidad presente y promesa y proyecto.
Justamente en
momentos de desentendimiento y de conflictos como los que ha
vivido recientemente el país, la realización
de las audiencias públicas adquiere un sentido muy especial;
ellas se presentan como un modelo propuesto para plantear un
modo nuevo y mejor de entendernos los peruanos.
Inauguración
No faltará, seguramente, quien observe con escepticismo
las grandes metas que nos proponemos en ceremonias como ésta.
Y, sin embargo, el coraje de las víctimas que acceden
a compartir con nosotros su memoria de lo vivido, la presencia
de ustedes en este recinto, la participación de numerosas
organizaciones de la sociedad civil, el interés de diversos
medios de comunicación y la atención que nos
brindan miles de ciudadanos a través de aquéllos
constituyen la señal más alentadora de que nuestro
país puede transformarse y tomar el camino de regeneración
moral que deseamos.
Con agradecimiento a todos ustedes por
dar verdadero sentido a este esfuerzo nuestro, doy por iniciada
la quinta audiencia
pública de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
en la ciudad de Lima.
Salomón Lerner Febres
Presidente
Comisión de la Verdad y Reconciliación
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