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Primera Sesión, 27 de agosto de 2002, 9 a.m. a 1 p.m.

Caso 3. Testimonio del señor Carlos Herrera Barrios
y la señora Juana Herrera Maldonado

Sofia Macher:
Llamamos al señor Carlos Herrera Barrios y a la señora Juana Herrera Maldonado. El doce de setiembre de mil novecientos ochenticinco, integrantes del Partido de Sendero Luminoso incursionaron en el distrito de Chuquibambilla y atacaron un puesto policial, la cárcel, la municipalidad y la biblioteca nacional. Nos ponemos de pie, por favor. Señor Carlos Herrera Barrios y señora Juana Herrera Maldonado, formulan ustedes promesa solemne de que su declaración la hacen con honestidad y buena fe y que por lo tanto expresarán sólo la vedad en relación a los hechos que nos van a relatar.

Sí, juro.

Gracias.

Gastón Garatea:
Señor Carlos Herrera, señora Juana Herrera, sabemos que lo que ustedes han vivido ha sido muy duro, la experiencia traumatizante, pero es una experiencia que el país necesita conocer. Hay muchas cosas que han quedado medio ocultas y no hemos tomado conciencia de este dolor de peruanos y de este mal, que entre todos los peruanos debemos tratar de reparar. Hay cosas que son irreparables pero hay un porcentaje de cosas que sí podemos reparar y la primera reparación quién sabe es la solidaridad. La solidaridad con ustedes.
Les agradecemos que venga, les agradecemos que, quieran compartir lo vivido con nosotros y por eso ahora les dejo la palabra.

Carlos Herrera:
Muchas gracias, la verdad hace quince años de esto. Esto ocurrió un doce se setiembre del año ochentisiete. Por entonces, yo era un oficial joven, era alférez y comandaba el puesto de Chuquibambilla, que entonces era jefatura de líneas de la Guardia Civil. Y esa noche, aproximadamente como a las diez de la noche, estando reunidos en la oficina, conjuntamente con el esposo de la señora Juana y otros subalternos más. Comenzó el ataque demencial por parte de los senderistas.
Comenzaron las detonaciones explosivas y las vivas al Partido Comunista, a su presidente el Camarada Gonzalo y ya nuestro trabajo y nuestra misión era justamente defender al pueblo de Chuquibambilla, porque esa era nuestra misión como miembros del orden y como policías, vuelvo a repetir.
Nos superaban largamente en fuerzas, éramos solamente quince. Ellos bordeaban los cientos cincuenta, doscientos elementos. Iban a lo seguro, como se dice ¿no? Estratégicamente Chuquibambilla, no representaba digamos, un escollo en sus desplazamientos. Pero nuestro trabajo en ese pueblo fue tal de que logramos una simbiosis y un acercamiento real con la población. Con sus autoridades, con su niñez y era tanta la comunicación que eso parece los irritó demasiado.
Porque siempre, una de sus argumentos era pues que las autoridades eran abusivas, que las autoridades eran malas ¿no?, y era digamos una excusa para poder digamos ¿no?, atacar o hacer justicia popular, como ellos decían ¿no? Pero, en nuestro caso fue diferente, no había esas condiciones ¿no?, muy al contrario. Y parece que eso más les irritó.
Tomaron posición de la Plaza de Armas, en cuatro frentes, el local policial era, por su construcción y su antigüedad era indefendible ¿no?, hablando en ese tema. Pero, tuve la suerte de a mis fuerzas dividirlas en varios puntos de defensa. Lo cual permitió pues que el ataque o soportáramos el ataque por más de seis horas. Esto termina casi al amanecer. Nos gritaban perros. Nos querían cazar como animales. Y no somos animales.
Nos defendimos y luchamos por lo creíamos, porque estábamos convencidos de que nuestro trabajo era justo. Defendíamos el estado de derecho, defendíamos la libertad y todo ese conjunto de ideas que nuestra constitución consagra y que los Derechos Humanos, también los consagra, el derecho a la vida. Pero esos señores no tenían eso como repito, nos querían cazar como animales. Tanto fue su vehemencia que a la resistencia ofrecida, nos incendian el local. Para al final obligarnos a salir hacia la plaza y palomillarnos como se dice ¿no?, cazarnos. Pero más fue nuestra fuerza, más fue nuestro espíritu que logramos sobrevivir. Lamentablemente, murieron tres guardias en ese entonces, tres subalternos. En la forma más demencial y...
Me acuerdo mucho del cabo Salcedo, al día siguiente, cuando terminó todo y lo encontraron, lo que quedó de él. Así era. No solamente lo mataron sino lo achicharraron, de este tamaño lo recogieron, en una bolsa, no quedo mucho. Y supimos que era él, porque él murió ahí. Porque no creo que ninguna pericia médica o técnica hubiera determinado, que era su cuerpo. Su esposa, la señora Juana, que estuvo conmigo hasta el final, cayó mortalmente herida producto de una explosión.
Y lo cargamos, lo sacamos y ya cuando estaba incendiándose el local, nos atrincheramos en una puerta y el muro de parapeto, de defensa. Y nos seguían disparando, nos seguían metiendo bombas. Yo dispongo que salgan, porque ya no había otra forma ya. Ya no había otra forma de resistir ahí. Les digo que salgan hacia la cárcel. Sale primero el guardia Zanabria, Angelo, sigue y después Huamán y al final me quedé yo. Porque eso les ordené. Salgan ustedes que yo los cubro. No había otra forma y atraigo el fuego hacia mi sitio, mientras ellos salían hacia la cárcel.
Me quedé con su esposo, ya se encontraba mal herido ya, como les repito. Me despedí de él, lo abracé y pedí por su alma, porque. Pasaron unos minutos y ya la plaza se quedó en silencio, me persiné y salí pues. Y me empezó a disparar de todos sitios y me impactaron tres disparos. El estómago, la pierna y una mano.
Perdí el control de mi armamento, producto del impacto y dentro de mi aturdimiento, escuchaba que decían -ya matamos a otro perro, otro perro ha caído-. Y en ese atrevimiento, quise recuperar mi arma y se dieron cuenta de eso y volvieron a gritar -ese perro está vivo, mátenlo-. Y comenzaron a disparar nuevamente. Y no tuve otra cosa que arrastrarme e ingresar a la cárcel, a protegerme.
Su esposo, se encontraba como repito en la trinchera, mal herido y no obstante estar desarmado y mal herido, fueron hasta donde estaba él y lo hicieron volar. Al día siguiente cuando la señora se acercó, desesperada preguntando por su esposo, no sabíamos qué responderle nosotros. Yo me encontraba mal herido, me estaban llevando como podían a la posta médica del pueblo. Y la señora clamaba por su esposo y no sabíamos qué responderle.
¿Cómo decirle que su esposo había muerto?, ¿cómo decirle que su esposo había volado?, que lo habían destrozado, ¿cómo?, díganme, ustedes. Pero, yo hasta ahora no entiendo tanta demencia y tanto y tanto rencor, tanto dolor. Provocar situaciones tan extremas. Porque una cosa es pelear, una cosa es luchar y otra cosa es ser traicionero y artero. Ser creador de terror y demencia. Porque entre sus planes era primeramente doblegarnos a nosotros. Cosa que no pudieron hasta el final. Porque de haberlo hecho Chuquibambilla se hubiera convertido en una orgía de sangre. Porque todas sus autoridades iban a ser ajusticiadas. Y ustedes saben cuáles son los métodos que emplearon estos señores o que emplean hasta ahora.
Y logramos evitar todo esto a costa de nuestra sangre, a costa de nuestros muertos. Pero, ahí no queda la cosa. Particularmente, no solamente sufrí las consecuencias de este enfrentamiento, sino que a raíz de eso me gané una deuda de sangre con ellos. Lo que me llevó a tener que huir. Apartarme de mi familia, a esconderme por muchos años. Porque me estaban buscando para matarme. Más de seis años he tenido que esconderme y no obstante que tuve la oportunidad de asilarme en el Canadá, rechacé esa oferta porque, al final quise yo asilarme.
Que mal hice yo para tener que huir de mi país, ¿fui un delincuente?, ¿fui un asesino?, ¿por qué tiene que huir de mi país?, si lo único que hice fue defender lo que creía. Si lo único que hice fue luchar por lo que creo. Como le dije hace unos momentos. He vivido todos estos años a punta de salta de mata escondiéndome, pero convencido siempre de lo que he hecho y de lo que por qué he luchado. Y por lo que sigo luchando. Y seguiré luchando hasta el final de mis días.
Porque el policía es el amigo. El policía es el hermano del pueblo. Es el primer nexo entre la sociedad y el estado. Es el que escucha los problemas, es el que ayuda al desvalido. Es el que protege a las mujeres. Y eso, me gané. Tanto dolor.
Finalmente, ese día del ataque o al finalizar el ataque, mi esposa llegaba de visita, coincidencia. Venía con mi menor hija a visitarme ¿no?, después de mucho tiempo, separados y alejados. Y se encuentra pues con todo este cuadro de dolor y de muerte. Ella desesperada, empezó a indagar por mí ¿no?, y deja a mi menor hija que entonces tenía cerca de dos años. Y empieza a caminar por el parque , por la plaza y se encuentra con los muertos. Tanto de nosotros como de ellos.
Supuestamente, no pasaba nada ¿no, ¿qué iba a hacer una niña de esa edad? Pasaron algunos meses, ya. Y un día mi esposa la encuentra a mi hija jugando con sus muñecas, sus juguetes. Y le arrancaba las piernas, le rompía la cabeza a sus muñecas. Y el pregunta ¿qué haces?, ¿por qué haces esto? Y ella, en su inocencia le dice -pero sí son los terroristas. Así hacen ellos- Eso me costó años de tratamiento para la niña. Después, ya superó su problema. Finalmente, mi hogar se destruyó. Más por mi miedo de que estén a mi lado. Como repito ¿no?, como blanco, buscado con nombre y apellido.
Bueno, pues al final soy yo ¿no?, pero no ellas. Y si es que permanecían a mi lado, podrían sufrir las consecuencias de todo esto. Y preferí apartarme de ellas ¿Qué es lo que ha sucedido?, que ustedes entiendan todo este dolor que sucede y sigue doliendo. Y no es fácil, porque estas heridas nunca se han cerrado. Simplemente es poner una costra. Lo que ha pasado todos estos años, una costra nada más. Porque abajo sigue doliendo. Abajo sigue sangrando. Y no me refiero a lo físico, sino me refiero a lo espiritual. Me refiero a la conciencia, me refiero a los más íntimo de uno como ser humano. Que como que cualquiera de ustedes tenemos derecho a la vida, tenemos derecho a la tranquilidad, tenemos derecho al progreso. Tenemos derecho a vivir en una sociedad justa.
Y que todos debemos estar comprometidos. Debemos todos apuntar hacia lo mismo y que ojalá esto no vuelva a suceder. Muchas gracias.

Juana Herrera:
Señores de la Comisión de la Verdad, señores autoridades, señores presentes. Mi nombre es Juana Herrera Maldonado, viuda de Sánchez. Mi esposo en vida fue Leonel Cecilio Sánchez Armaza. El estaba prestando servicio en el puesto de Chuquibambilla. Y a las diez de la noche, entraron los terroristas en grupos. Otros atacaban las viviendas de los policías. Otros a los domicilios de las autoridades y otros a las instituciones. En la vivienda, donde vivía yo con mis tres hijos y cuatro meses de gestación de mi menor hijo. Vinieron donde vivía y han colocado una bomba casera que ha volado la ventana, el entablado, el techo.
Y nosotros con mis hijos, debajo de la cama, escapamos. Y seguía toda la noche. Yo rezaba que no le pasara nada a mi esposo, pedía al señor. Y no había cuando amanezca. Y amaneció. Tomé valor, les dejé a mis hijitos encerrados y bajé al puesto. Seguía bajando y habían saqueado de las tiendas, los víveres y estaban botados por toda la calle. Seguí avanzando y encontré tremendas galoneras que habían sacado de las tiendas. Gasolina para quemar el puesto.
Yo desesperada, seguía yendo al puesto. Y allí había un policía que tenía, que llevaba. O sea, le decían camuflado. De puro nervios estaba disparando y le pregunté de mi esposo. Señora no se preocupe, debe de estar por ahí. Y seguía avanzando y la cárcel también se estaba quemando y ahí le encontré al cabo Salcedo, que se estaba quemando.
Seguí avanzando, le encontré al policía Esteban Zanabria que estaba gritando de dolor, porque le habían perforado las piernas. Y yo regresé, por esa vez había una botica, toqué la puerta, que nadies había, no escuchaba nadies, para que le acudiera. De ahí seguía en busca de mi esposo. Cerca de Banco de la Nación le encontré al policía este, León. Le habían sacado todo el uniforme, le habían puesto su ojota, su pantalón y con un poncho. Y al no encontrarle a mi esposo, el señor Carlos, el sargento Lucio Sánchez y algunos policías estaban, les preguntaba de mi esposo, ¿qué había pasado? Y dijo que se había escapado mi esposo.
En ese momento, como les había dejado a mis hijitos, regresé a mi casa. Y bajar nuevamente con mis hijitos, mientras ya toda la patrulla de acá, de Abancay, había llegado ya ese refuerzo a, a Chuqui. Y le supliqué a los jefes que me haga ese servicio de buscarle a mi esposo. Y me dijo, señora -usted vea a su casa, arregle sus cosas para irnos-. Yo regresé a mi casa. Y no tenía valor, siempre con esa preocupación, con esa desesperación. Bueno, así estaban mis cosas.
Cerca de la una de la tarde me avisaron ¿no?, que mi esposo se había finado. Ese ratito, pensé morirme. Mis tres hijos y cuatro meses de gestación. Era algo doloroso. De ahí, cerca de las cinco, seis, siete de la noche, recién partimos de Chuiquibambilla acá, a Abancay. Y el catorce, ha sido el entierro. Ahorita tengo tres hijos que están estudiando en la universidad particular y uno de mis hijitos está en tercero de secundaria. Y pido, a la Comisión de la Verdad, que por favor ese niños huérfanos, a las madres viudas, que han quedado, que nos den su apoyo para que podamos sobresalir.
Por último, agradezco a la Comisión de la Verdad, por darnos esta oportunidad. Queremos que reine la paz en todo el Perú y la tranquilidad. Gracias.

Gastón Garatea:
Muchas gracias también a ustedes por este testimonio que nos, que nos conmueve , que nos hace repensar a nuestras postura de peruanos y de seres humanos. Lo que les ha pasado a ustedes es feroz, es sumamente crítico, es sentirse a veces dejado de lado y con este dolor inmenso, no sólo el dolor material sino como le decía el señor Herrera, este dolor espiritual, un quiebre. Y esto no debe suceder nunca más.
Creo que debemos buscar la reparación, ciertamente. Y creo que la reparación comienza hoy. Pero es un largo camino, un largo proceso porque queremos llegar a una nación de hermanos. Donde la justicia y la verdad sean puntos clave entre nosotros. Muchas gracias.

Sofía Macher:
Vamos a tener un receso de quince minutos. En quince minutos, regresamos a continuar la sesión.


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