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Cuarta Sesión, 22 de junio de 2002, 3 p.m. a 7 p.m.

CASO 27. Celestina Rafael Pocjo, Elba Santos Rafael

Por favor le ruego ponerse de pie. Señora Celestina Rafael Pocjo, señora Elba Santos Rafael, van a brindar ustedes su testimonio ante la Comisión de la Verdad y Reconciliación y también ante el país. Prometen solemnemente hacer su declaración con honestidad, con buena fe y decir sólo la verdad de aquellos hechos que nos van a relatar.
Sí.
Sí, muchísimas gracias, tomen asiento.
Señora Celestina, señora Elba, bienvenida a esta sala de audiencias, comprendemos el dolor de ustedes al recordar el coche bomba que les hizo sufrir a ustedes, por eso mismo nosotros atentos a la voz de ustedes vamos a escucharlas con mucho respeto solidarizándonos con el dolor de ustedes. Pueden comenzar.
Buenas tardes señores comisionados. Yo me llamo Celestina Rafael, yo sufrí un coche bomba en avenida Abancay, en mil novecientos noventa, ventidós de marzo, la nueve de la noche. Con mi menor hijo que tenía cuatro años.
Yo vendía, yo trabajaba en avenida Abancay, estuve llevando mi triciclo a un depósito. Y mucho tráfico había en avenida Abancay y con mi niño dijo, estuve avanzando en avenida Abancay, mucho tráfico había y varios carros habían, más adelante de mí. Yo no sabía nada, se explotó, en el suelo me tendí. Que hay me levanté ardiendo, mi hijo estaba dentro del treciclo, estaba quemando, yo levanté así ardiendo, agarré treciclo, el tablero levanté, el bebe estaba quemando como, como un pollo así. Agarré la mano, se salió. Y parece de mi se salió. El bomberos llevaron, nos echaron agua, a mi hijo llevaron otro carro, a mí otro carro. Nos separaron. Antes que pasara eso mi vida era otro. Mis planes, mis sueños eran, tenía yo estudiar corte y confección. Así trabajando, sacar adelante a mi menor hijo que tenía seise años y cuatro años.
Después de ese momento que me llevaron al hospital, ya nunca más volvé a ver a mi hijo. En hospital me dicieron que mi hijo estaba sano, salvo, en hospital. Yo en ese momento, yo n creía que estaba sano. En hospital, doctores, tres meses, cuatro meses, no comía, no abría mi boca, no via a nadies. Estoy ahí, casi de un año, en su casa de mi hermana. Casi un año, no podía caminar, no podía ni hacer nada. Mi hermana, mis familias, mis paisanos , todo han hecho por mí. Todo han hecho actividades, para que pueden comprar medicinas.
Mi hijo que perdí, en hospital me decían. En hospital estuve en cama de agua. Los doctores me curaban, ese tiempo estaba de huelga los practicantes, el doctor Manuel Chicón, siempre venía a verme. Siempre me curaban. En mi esposo, toda la vida estaba en mi lado, mis hermanos, mi hermana. Día y noche estaban. Hay veces no trabajaban, no tenían, ya no tenía plata. Al último ya, a su casa mi hermano me llevó. Esas fechas, ese accidente que me pasó ese día éramos varios. Una señora, una chica, un joven, que se ha muerto. Varios éramos, no sólo yo también.
En su casa de mi hermana llegué, me sacaron, porque ya no tenía plata, no tenía pasaje ya, mis hermanos, mi esposo. A su casa de mi hermano me han llevado. Ahí no podía caminar, no podía, no podía hacer nada. De hay poco a poco bajé de la cama, bajé de la cama, se abrían mis pies, todos mis heridas ardían. En hospital también mi cortaban, mi volvían con gasa. La gasa le cortaban, abrían, con tijera me cortaban, mis manos se juntaban, mi cortaban cada rato. Yo no podía soportar, no podía, yo le decía a los doctores ¡mátanme!, yo no quiero vivir. No quiero vivir, mátanme. Ya no puedo soportar tanto dolor, tanto que me cortan cada rato. Los doctores me decían, tú lo quieres a tu hija, tú lo quieres a tu hijo, tienes que poner de tu parte para poder curar y sanarte, pa que estés con tus hijos, con tu mamá que está llorando. Con tu hija que está llorando, que está sufriendo abandonado. Tienes que poner tu parte para que te sanes y curarte.
Los doctores me dician, yo no podía comer, no podía nada. Y con sorbete nomás me hacían tomar el caldito, agua. No conocía a nadies, no via a nadies, porque mi cara, mi ojo, todo estaba cerrado. De ahí me llevaron, y yo como sea aprendí caminar, bajando de la cama, poco a poco gateando, salí a la escalera, de hay no podía aguantar ya dolor, de hay regresaba, de la escalera miraba la calle y después regresaba a la cama. De hay así, así aprendí caminar. Porque, ya mis hermanos, mis familias ya sabía que estaban bien cansados venir, cansados ya. Yo sentía, no me demostraban nada pero yo sentía así. De hay, decidí ir a mi casa. Me dice, yendo a tu casa, ¿qué vas a comer?, ¿quién te va dar de comer? Tú tienes que estar acá, con nosotros.
Así, mis hermanos, me decían, mis familias, todos mis... De hay, mis hermanos no me querían soltar. Mi vida era un...no sé. Así ahora también ciego así. No puedo hacer nada, no puedo, esta juntao mi cuello porque tanto estuve en la cama. Mis pies esta hueco, mi espalda está hueco. Tanto estar en la cama. No puedo hacer nada. Ahora también mi, ya mis esposo también ya creo que, él también ya no es como antes, no me, ya creo que quiere ser otro, como antes quería estar conmigo, andar, salir a la calle, con mis hijos. Parece ya tiene vergüenza de mi. Yo siento así pero no me demuestra. Parece que ya no valgo para nada yo. Así yo quisiera ver a mi hijo, yo quisiera verlo a mi hijo ¿dónde esta?, como me han dicho que esta sano y salvo. De repente esta por ahí.
De repente esta por ahí, quiero verlo. Quiero verlo ¿dónde está mi hijo?, mi hijo cargado yo trabajaba, nunca más voy a olvidar, nunca más voy a ....a un primo que tanto me ha apoyado, me ha ..ha sufrido por mí, ha andado, ha hecho actividades mis hermanos, él me ha colaborado con cien tarjetas repartiendo, hoy día ha fallecido. No sé, yo no puedo cómo responder. No puedo como agradecer.
Señores comisionado, muy buenas noches, mi nombre es Elba, mi nombre es Elba, antes del atentado del coche bomba, tenía seis años. Mi mamá antes era distinta, todo con ella podía jugar, con ella podía correr, hacer muchas cosas como todos. Antes que le pasara esas cosas del atentado, mi madre era tan linda, que a veces cuando se iba a trabajar, dejaba sus coloretes, se pintaba el rostro, se pintaba los labios. Antes, cuando ella lo dejaba así yo agarraba, me pintaba así lo que hacía le imitaba. Cuando ella sufrió el accidente ya no era lo mismo.
Ese día mi mamá salió a trabajar, un ventidós de marzo, del año noventa. Se fue a trabajar como todos y me dejó en una casa de una tía. En ahí, mi tía llegó la noche y me llevó pa su casa. En otra casa, yo, mi tía dejó la televisión prendida. Yo fui ahí a mirar y todo, yo en el televisión veía que las casas se quemaban, salía mucho fuego, y cómo mi mamá era comerciante, con su triciclo ella que trabajaba, yo vi el mismo triciclo que se quemaba. Se quemaba todo eso, veía y pensaba que era ella. Pensaba que era ella que estaba ahí pero mi tía de pronto viene y le apaga el televisión, me dice: pasa adentro hija, anda vaya a descansar, duerme. Tía ¿por qué está quemándose esa casa?, ¿qué está pasando en ahí?, ¿por ahí creo trabaja mi mamá?, no ha venido tía a recogerme.
Mi tía me abrazó llorando y no entendía el por qué. No entendía que sucedía, luego, mi tía me hizo dormir, pero yo, yo sentía un presentimiento. Comencé a llorar, comencé a llorar ahí. Luego, al día siguiente mi tía se va al techo. Se va a limpiar ahí, yo bajé, yo quería ver a mi mamá, me necesitaba ver. Necesitaba verle, de ahí me fui caminando hasta mi casa. Llegué a mi casa, mi mamá no estaba, mi casa estaba cerrada. Y en ese momento tenía hambre, mucha hambre y entré por debajo de la puerta, como sea haciendo un hoyo, así.
Entré, no había nadies, los cuartos estaban cerrados. Mi mamá no estaba y me fui a mi otra tía, de ahí mi tía me dijo, ¿por qué estás así?, no te has lavado el cabello, nada. Estas sin peinar, ¿qué has comido?, ¿por qué estás así?, ¿de dónde has venido?, ¿por qué?, ¿dónde?, ¿por qué has venido así?, ¿dónde estabas?, me dijo. No tía, mi mamá no viene, por eso he venido tía. He venido sola de mi otra tía.
Y luego, me abrazó, pasa adentro come, ahí está tu desayuno. Come hija, me dice. Después, estaba mirando, ahí estaba comiendo, vuelta pasó lo mismo que vi en la televisión, cómo se quemaban todo. Evitaban que yo no vea eso y lo apagaban. Y yo me iba, yo me iba atrás ahí a llorar, tras de la estera. Me agachaba y decía ¿dónde está mi mamá?, quiero verla, ¿dónde está mi hermanito?, decía y no veía la razón por qué no estaban conmigo. Luego, mi tía, pasaron días. Bueno, trajeron, vinieron todos mis tíos. Comenzaron a cocinar ahí bastante comida. Luego llegó un carro con un cajón, y vi en una bolsa ahí un zapatito, una sandalias también y en ese día mi hermanito se había ido con unas sandalias. En una bolsa estaba separado, yo quería ver, mis tías no me dejaban. Mi tía se descuidó, cuando le llamó mi tío y yo vi y esos zapatitos estaban con sangre, con humos. Todo lo que se había accidentado.
Luego quería entrar en un cuarto dónde estaban todos mis tíos, ahí había un cajón sobre la mesa. En ahí, estaban ahí agarrando, diciendo, aquí está la ropita pal bebe y yo decía, seguro lo están curando, seguro está vivo, no me dejaban entrar a ese cuarto. Quería entrar, mis tías me agarraban.
No hija, anda vaya, corre, cómprate, me decía, cómprate tus dulces, me daban. Con mis primas me iba. Me hacían distraer pero a pesar de eso, yo me daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Al ver eso, mi hermano no le podía ver, yo sentí ahí ese momento, que mi mamá no estaba conmigo, pensaba que ella se había ido y luego me di cuenta, me di cuenta que lo que había visto en la televisión, era también lo que le había sucedido a mi mamá. Después de ahí me llevaron, mi tíos me trataban de que yo no vea. Me fui al cerro ahí llorando, yo miraba el cielo y decía: ¿por qué?, ¿por qué no está mi mamá conmigo?, ¿por qué no está mi hermanito?, seguro se ha muerto.
No me dejaron ir al entierro, me llevaron a una casa de una tía. Llegó una casa de mi tía y tenía, ahí pasaron los días y comenzó para estudiar y mi tía, mi prima le dice al director que por qué no había entrado antes al colegio. Mi prima le dice que mi mamá había sufrido un accidente, por allá, por el Ministerio de Economía y el director le dice: pero tendría que prepararle para que ella pueda aprender más, porque ya tiene siete años. Y a la hora de que mi prima me enseñaba a escribir, era muy difícil pa escribir para mi la a, las vocales, las letras, muy difícil porque no sentía al lado de mi madre. No estaba junto a mí, todo era muy confuso, no entendía casi, ¿qué es lo que sucedía?, ¿por qué no podía ver a mi mamá?
Llegaba el día de la Madre, y mi mamá no estaba conmigo. Mis compañeros miraban a sus mamás, la abrazaban. Ellos podían abrazar, decían poesías, esas cosas. Y yo no podía decir nada a nadie. Luego, cuando fue mi prima, me dice: vamos a visitar a tu mamá, está en hospital, me dice. Entendí que mi mamá estaba allá y que ella...y que ella estaba allí. Me llevaron al hospital, nunca en mi vida había entrado, así un cuarto donde habían personas accidentadas, con su, chorreando de sangre.
Prácticamente ahí, me había asustado demasiado, no quería entrar a ese cuarto. Mi mamá estaba ahí. Me daba miedo entrar porque mis tíos me decían, ahí está tu mama, ella es tu mamá, vamos a abrazarla. Pero si ella no es mi mamá, le decía. Ella no es mi mamá. Mi mamá no es ella, mi mamá era distinta. Por qué me dicen que es ella. Le decía, me trataba de esconder entre las faldas de mi tía. Cuando la veía a mi mamá le decía, no me acerquen esa señora no es mi mamá. Y luego ahí, mi mamá me decía: Elba, me dijo mi nombre. Yo escuché su nombre. Yo decía pero ¿por qué esa señora tiene la voz de mi mamá?, y no es ella porque su rostro era distinto.
Ella era bonita, ¿por qué esta su rostro hinchado?, ¿por qué está sin cabello?, ¿por qué esta en esa cama? Y mis tías me dicen: ese día que has visto en televisión, eso es lo que le sucedió a tu mamá. Me dijo así, no quería entrar, a la rejusta le abracé, mis tías me hicieron abrazarle, ella también. De ahí, yo dije, tía vámonos de acá, me da miedo este lugar, vámonos, me da miedo. Este sitio, nunca he entrado, ¿por qué hay tantas personas así? Luego nos fuimos, ella estaban conversando, nos fuimos del hospital y después de ahí, otro año también de estudio ahí.
Pero, también vuelta me trajeron a mi mamá. Ahí en ese momento ya, como ya a mi mamá la extrañaba mucho, ya quería ya estar con ella cerca, pero hasta quería dormir con ella. Porque tanto tiempo sin verla, yo decía: sí esa señora que está ahí echada y le ha pasado esas cosas, sí debe ser mi mamá. Tal vez su rostro ha cambiado, pero es ella porque tiene su voz, es ella. Yo quería quedarme allá en hospital, echarme con ella pero no podía porque ella estaba con sus heridas.
Mis tías me decían: ¿cómo vas a dormir con tu mamá?, si tu mamá esta con, esta con sus heridas. Ella tiene que recuperarse, vamos a venir otro día para que te quedes con ella más tiempo. Yo no me quería ir pero así, así llorando me alejaron de ella. Me alejaron de ella y así, comencé a extrañarle. Mi mamá se fue recuperando, la veía en casa de una tía, yo estaba en otra casa. Llegó a la casa, ella tenía que comenzar a trabajar así, porque ya no tenía mucha ayuda, ya. Y luego ella, me fue a criar, me dio de comer, fuimos, salía adelante como todos. Fuimos saliendo adelante y luego ella, pero no salía mucho porque no podía salir así, porque la gente le miraba.
Luego ella, así a pesar de todo, salimos de eso y ella a pesar de esas cosas que pasó, ese dolor que tenemos, esa pérdida de mi hermano, sigue ahí y bueno, ella está ahí, pero trabaja todo, pero no es igual como antes, antes era todo distinto y luego ella pues, a la hora de trabajar no puede. Porque cuando me dice mi mamá, de cuando estaba en cama de agua, su cuello se le había pegado de acá, hacia acá. Y no puede mover mucho, no puede voltear tanto, ni para el lado derecho ni para el lado izquierdo, ni para mirar a veces tanto al cielo, ni hacia abajo. Solamente, poco.
A veces, cuando ella sale a trabajar la gente le mira muy indiferente, le miran, cuando ella sale la gente se persina, yo no entiendo por qué, se persinan no sé por qué. Le miran extraño. Cuando ella está caminando, le preguntan y ella a veces no sabe qué responder. Si contarle todo o bien ella llora, se agacha, ella agarra su chompa y llora, se esconde. No puede conseguir trabajo porque cuando la ven, se asustan. Cuando ella trata de más salir adelante, como que la gente le mira raro, la gente no le ven como una persona más, le ven distinta. Muy distinta la ven porque a ella le ha pasado ese accidente. Y yo no entiendo por qué.
Yo quisiera que la gente cuando la vea, que no la trate diferente porque ella es una persona como todos nosotros, uno no estamos libre del peligro que pase por las calles. Uno trabaja normal y de pronto que venga y explote todo. Y te cambia la vida, absolutamente todo. Y que se pongan a pensar esas personas, que tengan un corazón ahí y que vea con eso. Que a cualquiera, como le digo le puede pasar. Que se pongan un poquito en parte de ella y que digan solamente mirar y ...nada más, que cuando ella está pasando así, a veces se ríen, se burlan. Que se pongan mejor dicho en su lugar. Que a ver que esa persona le hubiera sucedido eso, ¿qué se siente a que alguien se ría de ti o se persiné de ti?, ¿o que te miren extrañamente?, se siente rara. Claro que ustedes no lo sentirán, pero si te pasara eso, te sentirías extraño.
Señora Celestina, Elba, hemos escuchado el testimonio de ustedes, comprendemos el dolor grande tanto de usted señores celestina, como de usted Elba, madre e hija. Dolor, no sólo por la pérdida del hijo, del hermano sino por la desgracia que le ha llegado a la señora. Sin embargo la vida sigue adelante, la vida nos sonríe y también para la señora Celestina. A pesar de que la gente tal vez no entienda esto, yo creo que sí encuentran corazones que los entienden. Comenzando por nosotros de la Comisión de la Verdad ¿quiere decir algo más?
Le pediría a la Comisión, que le podrían dar a mi madre un tratamiento porque ella como esta ahorita, no consigue trabajo, de acá, yo quisiera, le pediría mucho que le harían una cirugía a mi madre, para así poder salir delante, que a veces no pensamos ¿quiénes han sido esas personas que han puesto ese coche bomba en ese año?, nosotros no tenemos la culpa, pero nos ha pasado. Bueno, yo que todo, más que nada pediría que le dieran a mi madre una cirugía ya que con eso, podría aliviar un poco. Porque una pérdida, de un hermano, de un ser querido, ya se fue y no es igual.
Ya que ella está conmigo y viva y le doy gracias a Dios, que le dio fuerzas para seguir adelante por mí y por ella, estamos vivas, yo quisiera que le dieran una cirugía para que mi madre me pueda sacar adelante a mí y a mis hermanos. También que, todo siga pa adelante y muchas gracias.
Créanme, tanto Celestina como Elba, la Comisión de la Verdad, toma nota de lo que ustedes dicen. Estamos atentos a la voz de ustedes, esperamos que sí pueda realizarse el deseo de ustedes. Les agradecemos muchísimo esta narración, tan dura, tan dramática que ustedes han tenido que decirnos. Les agradecemos mucho y guardamos su recuerdo con mucho cariño. Gracias.
Quisiera informarles que finalizada esta audiencia pública, procederemos a develar a la entrada de este anfiteatro, en un clima de silencio y respeto una placa conmemorativa de la importante ceremonia que ha tenido lugar a lo largo de estos dos días. Está concluyendo esta quinta audiencia pública en la ciudad de Lima y es necesario expresar en voz alta, muchos agradecimientos.
En primer lugar, aquel dirigido a los testimoniantes que han demostrado inmenso coraje en venir aquí y decirnos a todos aquello que han sufrido. Además, nuestra gratitud a los observadores extranjeros, entre ellos hay que resaltar la presencia del Presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuya presencia significa para nosotros un apoyo inestimable, nuestra gratitud también para los representantes diplomáticos de países amigos, que en actitud fraterna han querido compartir estas dolorosas experiencias.
A las personalidades de nuestro país, que con su presencia han demostrado el compromiso de los mundos de la política, de la intelectualidad, de los medios de comunicación, con la tarea de la Comisión. A las organizaciones de Derechos Humanos que nos acompañaba ya desde hace un tiempo, y lo hacen con entrañable amistad. A los distintos grupos artísticos y culturales que colaboraron con nosotros en la vigilia. Especialmente al grupo cultural Yuyashcani. A los representantes de los diversos credos, en la liturgia inter confesional previa. Comulgaron todos en los principios fundamentales de defensa de la vida y la justicia.
A los medios de comunicación social, prensa escrita, radial y televisiva, quiero resaltar especialmente nuestro reconocimiento a Canal N, a Radio Televisión Nacional, a TV Cultura, a la Red Científica Peruana, a Terra Networks, a Telefónica del Perú, y entre los diarios, al diario El Comercio, entre otros de circulación nacional. Todos ellos han permitido que el país, comparta esa experiencia singular, dolorosa, pero dignificante. Nuestra gratitud a los organismos públicos por su apoyo desinteresado, Policía Nacional del Perú, Essalud y la Oficina de Normalización Previsional, que nos ha brindado este anfiteatro.
A todas las personas que han concurrido a lo largo de estas cuatro jornadas, alentándonos con su escucha atenta y respetuosa. A todos los que desde distintos lugares del país han seguido lo que se ha vivido en estos días, permitiendo que experiencias personales e irrepetibles, puedan sin embargo extenderse y hacerse patrimonio de una memoria común.
Y finalmente, pero no por ello menos importante, nuestra gratitud a las Sede Regional Lima de la Comisión de la Verdad, y dentro de la Comisión de la Verdad, al Área de Comunicaciones y Educación, a la Unidad de Audiencias Públicas y al Equipo de Salud Mental.
Concluye esta audiencia pública, al inaugurarla señalamos que ella como las anteriores, sería ocasión para conocer de la manera más dramática, a través de la voz de las víctimas los horrores que se vertieron sobre nuestro país y nuestros compatriotas durante las últimas décadas. Sabíamos pues, que en estas jornadas oiríamos de hechos dolorosos , repulsivos e indignantes. Y sin embargo, estoy seguro de que ustedes, igual que nosotros los miembros de la Comisión, habrán sentido en estos días ¿qué limitada?, ¿qué tímida e inocente resulta nuestra imaginación frente a la capacidad de violencia y crueldad ante el desenfreno auto destructivo que hizo presa de nuestra patria en aquellos años?
Los relatos que hemos escuchado con atención, con dolor y con respeto crean en nosotros, quiero decir en todos los peruanos la obligación de preguntarnos ¿qué nos pasó?, ¿cómo llegamos a los extremos de degradación?, que las víctimas nos han contado valerosa y generosamente en sus relatos. He dicho degradación y aunque esa palabra pueda sonar excesiva, en realidad solo refleja con palidez los actos de que hemos sido oyentes en estas jornadas. Hablamos de crímenes cometidos desde una posición de fuerza absoluta frente a víctimas desarmadas e inadvertidas. Y por si esa posición de fuerza no hubiera sido suficiente para los verdugos, fueron crímenes cometidos en nocturnidad, la mayoría de ellos. Con alevosía, como nos lo han hecho saber repetidamente los testimoniantes de estas audiencias.
No era eso ya excesivo, al parecer no. Los atropellos tuvieron que ser cometidos, además con ferocidad, con ensañamiento. Como si el sufrimiento ajeno se hubiera convertido en el fin principal, en motivo de goce enfermizo para los que ejecutaban los crímenes o para quiénes los ordenaban desde cómodos y seguros refugios u oficinas.
Los testimonios que se nos han presentado coinciden en señalar ese regusto por la crueldad, ese deseo de rebajar la dignidad de las víctimas que comienza por el uso del lenguaje. La recurrencia de los insultos, como si la fuerza física no fuera suficiente, rebela además sentimientos de desprecio basado en consideraciones, de raza, cultura o pobreza, así como hace patente la desvaloración de la mujer.
Ese lenguaje soez del verdugo ante la víctima inerme, delata en suma esos patrones de marginación que como sabemos siguen incrustados en nuestro país y constituyen tal vez el más grande obstáculo para alcanzar una sociedad justa y democrática. Estoy hablando ciertamente de esas vejaciones morales que como nos han mostrado los testimoniantes se sumaban casi infaliblemente a los atropellos físicos y que eran tan graves como ellos. En algún caso esa agresión al honor y la dignidad humanas, llegó el extremo de expropiar el nombre de una persona para bautizar con él a una siniestra organización criminal.
El dolor de las víctimas, es insondable y el fondo irreparable, nada de lo que hagamos compensará cabalmente la pérdida de un padre, una madre, un hermano, ni en los años de zozobra ni en largo tiempo de humillación que significó la indiferencia, cuando no el menosprecio general de la sociedad hacia quienes debían ser más bien acogidos y confortados. El drama de las víctimas por otro lado, siendo individual e incomparable nos remite también a una tragedia colectiva. Nuestra sociedad entera fue afectada por los años de violencia y eso lo hemos comprobado, lo comprobamos cada día en el empobrecimiento de nuestra cultura cívica, en el rebajamiento de nuestros criterios de exigencia moral, en nuestra tolerancia hacia la prepotencia, el abuso, el cinismo, la hipocresía que ha infectado nuestros espacios de dialogo público.
¿ Dónde se encuentra la raíz de ese deterioro?, es difícil decirlo, pero las víctimas que han compartido sus historias con nosotros en estos días nos ofrecen algunas pistas que deberíamos tomar en cuenta para nuestra reflexión. Hemos oído en efecto, en más de un caso cómo se destruyó la unidad familiar mediante asesinatos de padres y madres, mediante secuestros y amenazas. Destrucción que inevitablemente se expresaría en un proceso de corrosión de nuestro tejido social. Ahí donde debieron estar la solidaridad, la capacidad de ayuda mutua, la compasión, se instalaron más bien, el recelo, el miedo recíproco y el egoísmo. El terror inflingido desde el estado o desde las organizaciones subversivas funcionó, así lo hemos visto como una sustancia paralizante, que quebró nuestras voluntades e impidió que en nuestra sociedad actuaran esas reservas morales que tal vez nos hubieran evitado caer en la barbarie que hoy lamentamos.
La degradación de una sociedad comienza también cuando se permite que germine en ella una cultura autoritaria, fruto de una suerte de pedagogía perversa que arrebata a las personas su libertad de espíritu y de razón que son nuestros bienes más preciados. La instrucción forzada que las organizaciones subversivas daban a ciertos sectores humildes del país, incitándolos a asumir como verdad total un dogma de odio y desprecio a la vida humana, es parte de esa historia autoritaria. También lo es sin embargo, esa otra instrucción asolapada, difundida desde diversos pliegues del estado y la sociedad que nos enseñaban que el orden público debe ser conseguido a cualquier precio.
¿ No esta la raíz de nuestro deterioro colectivo en ese sojuzgamiento de mentes y corazones?, y si es así, ¿no está acaso en nuestras manos desembarazarnos de esa cultura autoritaria y sustituirla por una cultura de paz y de libertad?, ¿no podemos aprender a mirar como dijo la niña hace pocos minutos, con los ojos del corazón? Ninguna sociedad recobra su salud moral, cívica y política, sin restaurar sus instituciones. En estas dos jornadas hemos oído también sobre la gran defección de las instituciones de nuestro país. Cuando más se necesitaba de ellas.
Las organizaciones subversivas por un lado, y la Policía nacional y las Fuerzas Armadas, por el otro. Son habitualmente las caras más visibles de violencia. Pero no debe pasar inadvertido que órganos como el Ministerio Público, el Poder Judicial, el Congreso, no supieron cumplir con su deber, como tampoco lo hicieron, aceptémoslo, los partidos políticos ni mucho medios de prensa. Sin ellos a la altura de su deber, nuestra democracia renaciente de mil novecientos ochenta, no pudo erigirse obre bases firmes y sucumbió a la tentación siempre presente en la historia latinoamericana de devenir régimen autoritario o simple y llanamente dictadura. He ahí una lección amarga y por eso mismo instructiva, que hoy los peruanos no podemos darnos el lujo de ignorar.
Las terribles historias que hemos oído poseen pues diversas caras y cada una de ellas trae consigo una enseñanza y una obligación para los peruanos. Las enseñanzas hemos de extraerlas, todos juntos mediante una reflexión sincera y a eso quieren contribuir estas audiencias y el trabajo entero de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Nuestras obligaciones son muchas y empiezan desde luego por la exposición de toda la verdad, por la renuncia al silencio cobarde o interesado y por el resarcimiento a las víctimas. Muchas de ellas en estos días nos han mencionado lo que esperan, sabemos que las necesidades son muchas y diversas. Tal vez insuperables en un plazo breve por un país pobre como es el nuestro.
Al mismo tiempo sabemos que hay tareas urgentes como la provisión de una educación de buena calidad, como la atención a los traumas sufridos por la población, como remedio paulatino pero sostenido de la honda precariedad material en que han quedado numerosos pueblos afectados por la violencia. Sumado a todo ello y tal vez como primer requisito esta el cambio espiritual y moral que debe verificarse en cada uno de nosotros.
Los testimonios que hemos oído nos ofrecen también una muestra de ese cambio, pues así como hubo y hay todavía rabia, dolor, indignación, pesar intolerable. Hemos conocido historias de magnanimidad y de perdón. Y ellas deben inspirarnos en la búsqueda de esa urgente regeneración moral de nuestra patria. La atención prestada a esta audiencia pública y a las anteriores, la presencia de ustedes aquí y la colaboración de los medios de comunicación, el respeto mostrado a las víctimas, todo ello nos permite mantener la ilusión de que ese cambio se puede operar. Sabemos que no todos los peruanos se han incorporado todavía a esa reflexión. Ustedes amigos, concernidos con el drama sufrido por nuestros compatriotas, pueden ayudarnos a esparcir la buena palabra que queremos llevar al país, el mensaje de compasión y reconciliación que es el fin último de estas audiencias.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación, les agradece su presencia y colaboración y reitera asimismo, su alto reconocimiento a los invitados de los organismos internacionales que nos han acompañado estos días. Y sobre todo, como lo dije en primer término, a las víctimas que han tenido la generosidad y el valor de compartir con nosotros sus dolorosos recuerdos.
Con la seguridad de que en esto días hemos dado un paso más hacia la reconciliación, hacia el reencuentro con nosotros mismos declaro clausurada la Quinta Audiencia Pública de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, celebrada en Lima capital de la República los días veintiuno y ventidós de junio del año dos mil dos.


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