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Audiencias Públicas de Casos en Huamanga

Primera Sesión, 8 de abril de 2002, 9 a.m. a 1 p.m.

Caso 2. Testimonio de Liz Rojas Váldez

Soy Liz Rojas Váldez, tengo 23 años soy ayacuchana. Mi madre fue desaparecida el 17 de mayo de 1991, ella era profesora del nivel primario, ella trabajaba en Pacaicasa, ella tenía dos hijos que soy yo, Liz, y Paul, somos sólo dos. Ella era madre soltera... bueno, el día en que pasó la desaparición de mi madre fue cuando Ayacucho sufría uno de los paros, llegó una amiga a mi casa que la señora que siempre nos traía papas, entonces, este, ella llegó y mi mamá le dijo, oye, Aurelia, por qué no me traes las papas, ella dijo, ay Marcelita, pero es que no hay carro no hay movilidad, cómo quieres que te traiga, las papas llegaron, pero no te puedo traer las papas para la casa porque no hay movilidad, en qué te voy a traer. Entonces como nosotros teníamos la hermana de mi mamá en nuestra propia casa, que era una quinta, era una panadería y teníamos triciclos que era para repartir los panes, entonces mi mamá le dice, Aurelia, Aurelia sabes que acá hay triciclos y lo vamos a traer las papas porque necesito papas para cocinar, entonces la señora dijo muy bien Marcela lo vamos a traer, mi mamá dijo, pero no hay costales, ella dijo, yo tengo costales en mi casa, vamos, y la señora vivía por La Magdalena, yo justo ese día me tocaba leer obras porque ella siempre me hacía leer obras y obras y obras, siempre tenía que cumplir apenas tenía una hora o dos horas para jugar y ese momento pues, como era paro, era de costumbre que como no había carros, todos los niños, todos salíamos a jugar a la pista, sea voly, en bicicleta, cualquier cosa, yo justo ese momento estaba jugando, yo, yo le iba seguir a mi mamá porque cuando iba ir a la casa de la amiga, ella me dijo, no, Liz ya jugaste demasiado, ahora te toca estudiar, ve a leer tu obra que volviendo te voy a tomar lo que has leído. Me fui porque yo le iba seguir, tanto que insistía no pude seguirla. Yo seguía leyendo mi obra y ella se fue, pues, ella salió aproximadamente de la casa a la cinco y media de la tarde todavía con el... todavía era de día. Ya era tarde, oscurecía y ella no aparecía, y nosotros vivíamos sólo los tres yo, Paul, mi mamá en la casa, éramos sólo tres en nuestra casa, y mi abuela que vivía en la chacra y que de vez en cuando venía, y sus hermanos que también viven en el campo que de vez en cuando sólo para hacer sus compras, sólo así venían, pero los tres vivíamos juntos; entonces, como era ya tarde y yo dije por qué no viene hasta ahora y ya oscurecía y en el paro no había luz, no había nada, todo estaba oscuro, y yo salí a buscarla a la casa de la señora porque yo conocía; al llegar, me acompañé con una prima mía, ese año, ese año yo tenía doce años, iba pa los trece. Agarré una prima con sandalias me fui así como estaba en la casa, me fui en toda la oscuridad llegué a la casa de la señora, le toqué, la señora estaba asustada. Yo le dije, señora, buenas noches, por favor, me podría llamar a mi mamá, no sé qué hace hasta ahora no sé, le digo, y la señora no querían. Me decía, Licita entra, entra, entra, me agarraron todo, habían familiares de ella me hicieron sentar me daron un vaso de agua y yo veía, pero, por qué señora, gracias, yo pensé no; ni por acá, lo que había pasado. Entonces me dijeron, siéntante, siéntate, ¿Liz estás tranquila? me dice, sí, le digo, llámamelo a mi mamá, que ya es tarde que nos tenemos que ir señora es muy peligroso andar de noche, y me dice, sabes qué Liz, me dice, tienes que ser fuerte, me dice. ¿Qué ha pasado? le digo. Mira, tu mamá se lo han llevado los policías, me dice, y yo, no sé, ese momento, por más que yo era niña, para mí, ya sentí que la había perdido, por las cosas que habíamos vivido aquí en Ayacucho. Yo dije, ya no, no sé... mi corazón ¿no? Yo decía, no sé, sentía que algo se me había apagado; pero ella me dice, tienes que tranquilizarte; yo me puse a llorar, y ella me dice, tranquilízate, sí solamente se lo han llevado pero mañana dice que la van a soltar. Yo le digo, dónde está, le digo, está en la PIP, ya señora, me fui.
No sé cómo, pero lo único que me acuerdo es que yo llegué a la casa pero ya no tenía zapatos, no sé cómo, llegué, llegué a mi casa, pero yo me acuerdo que ya estaba sin zapatos, porque sentía que estaba en un sueño. No sé, sentía que se me había derrumbado algo. Llegué, como en mi casa solo éramos los tres, yo y Paul, Paul tenía esa época ocho años, qué iba hacer yo y Paul; a Paul contarle... no podía contarle porque él era un niño, él en qué me iba a ayudar, si yo le contaba algo que le había pasado a su mamá, de hecho que él se iba a poner a llorar; entonces, yo tenía que ser fuerte, entonces sólo fui me acerqué a su hermana de mi mamá, a mi tía Marina, y le conté y le dije, ha pasado esto, se lo han llevado los policías a mi mamá, entonces ella me dice, pero, por qué, qué ha pasado, si nosotros nunca hemos tenido ningún problema. No sé, el momento que se fue a traer los costales se lo llevaron, y en eso justo Paul bajaba y me escucha. Quién se lo ha llevado a mi mamá, quién, y yo le escuché gritando. Pero por qué, chiquito, yo le digo, no te preocupes, ya va a volver, ya, ya debe estar más rato por aquí. Y esa noche ya no pudimos hacer nada, pero de todas maneras yo fui con mi tía a la PIP, le dije, señor a mi mamá se lo han traído detenida acá, y los señores me dijeron. No, acá no hay nada.
Yo no podía hacer nada porque no tenía otra persona más que mi madre, ella era todo para mí, para Paul, todo, después de eso al día siguiente... toda esa noche no pude dormir, pensando por qué me pasaba esto, pero de todas maneras tenía que tener fuerzas por Paul, porque él era muy pequeño y mi madre era muy valiente y yo decía, tengo que ser fuerte, al día siguiente, bueno toda esa noche no pude dormir, al día siguiente muy temprano me fui para la PIP de nuevo les dije, señor, a mi mamá ayer lo han detenido; fui donde la amiga, ya más tranquila, donde la señora le dije, señora, que pasó, la señora me dijo, y nosotros veníamos, yo vivo en la avenida Ramón Castilla, veníamos caminando por San Sebastián y subimos todo jirón Sol y de jirón Sol dimos justo a la avenida Mariscal Cáceres llegando al parque de la Magdalena había muchos militares, militares, policías, civiles, todos; y la señora ese día iba con un bebé que tenía recién dos años, era de la señora, pero mi mamá ese momento al llegar de Magdalena, le apoyaba cargando pero sin manta sobre un brazo. En eso, dice que mi mamá como los vio a todos ellos, mi mamá y la señora dijeron, oye, Aurelia ,hay policías acá, no creo que hayga batida porque yo no he traído documentos, ah. Qué tal nos pasa algo, entonces Aurelia dijo, no, no te preocupes, Marcela hace rato están. Siguieron caminando porque ya dos cuadras más allá ya era su casa de la señora, ¿no? Y más allá llegando a Américo Oré es un callejoncito. Llegando entre Américo Oré y Mariscal Cáceres, un señor vestido de civil le apuntó, este, con una arma en la cabeza a mi mamá y le agarró del cabello y le arrastró para ese callejón y le dio a la paralela que es otro callejón también y le dio a Mariscal Cáceres, otro parque, también que está en el óvalo y dice que ahí había un carro que todo ese callejón le arrastró del cabello a mi mamá, y mi mamá pedía auxilio, auxilio, porque había señoras de ahí que había unas tienditas, le arrastró del cabello golpeándola y después como ella gritaba auxilio, auxilio, la gente le escuchó, porque después yo fui a verificar y le taparon la... ese señor le tapó la boca porque fue uno solo con arma, le dio la vuelta y llegó al parque y justo había un carro ahí del ejército y le tiró ahí como un costal, entonces en ahí se fue el señor, otro policía se acercó a la señora y le dijo, ya tú, también sígueme, y la señora dijo, por qué yo te voy a seguir, por qué yo tengo que seguirte. Sígueme, este agente de la PIP que ese también, estos dos eran de la PIP, de la Policía de Investigaciones que antes era la PIP. Este hombre se fue caminando primero y le dijo a la señora, sígueme, la señora le siguió cinco pasos, después dice que reaccionó la señora, porque estaba atontada y dijo, porque le voy a seguir, si le sigo también así me llevarán; la señora volteó, tomó fuerzas y se fue para su casa, y el señor no más no le siguió. Lo dejó así.
Nosotros, yo a lo menos, yo lo conozco a este señor, lo he visto, sé quién es, sé cómo se llama, sé su apelativo, porque ese tiempo todo estos señores trabajaban con apelativo, lo conozco, tengo su foto, sé todo de ellos, pero ahora no lo puedo decir por seguridad, en su debido momento lo voy a decir a los comisionados para que investiguen, porque esto no se puede quedar así, lo que me hicieron a mí y a mi hermano y a mi familia no se puede quedar así. Lo que le hicieron a mi madre aún más. Después de esto, yo, mi casa, mi paradero era la PIP, la PIP y la PIP, yo ahí estaba todo el día, yo que era una niña, yo había descuidado mis clases, todo, pero tenía que estar ahí; en una de esas, una de mis tías la hermana de mi mamá que vive en Lima, llegó; porque yo la llamé, le dije, tía, ayúdame cómo voy a hacer mi mamá no aparece, son dos, tres días que no aparece. Entonces ella llegó.
Ella llegó de Lima, nosotros de nuevo estábamos en la PIP preguntando, preguntando, y nos hicimos amigos, y gracias a Dios. ¿De quién? De la persona que le torturaba a mi mamá ¿no?. Entonces de este señor nos hicimos amigos, y yo le dije, a quién buscas, me dijo, el señor era muy amable, era muy joven, pero era de rango, era un oficial. Y yo le digo, señor, busco a mi mamá, le digo, se lo han traído acá y por qué me niegan. Entonces este señor, yo le di con qué color de ropa estaba, todo, vestida, cómo estaba. Entonces él me dijo, sí, ese día sí la trajeron, yo le dije, de ese sitio no sé adónde la han llevado, entonces él me dijo sí de ese sitio le agarraron, le trajeron acá a la PIP, porque esa señora estaba ahí, pero ya llegó sin zapatos, estaba sin zapatos y le pusieron un costal de azúcar y estaba ahí sentada, amarrada con sus brazos, yo la vi, sí está ahí tu mamá, me dice; yo le digo, señor, ayúdame, tú me tienes que ayudar, le digo. Es todo lo que yo tengo, nosotros, qué va ser de nosotros, de mí de mi hermano, nosotros no tenemos a nadie, no tenemos papá, no tenemos nadie, ella es todo para nosotros. Entonces el señor me dice, hay que esperar un poquito, ten un poquito de paciencia, y con este señor, desde ese día, días y días sea en la mañana, en la tarde, en la noche, depende que él tenía tiempo nos encontrábamos, porque yo siempre iba a buscarlo, le preguntaba cómo estaba ella, y al principio me decía, está bien, está bien. Después, yo le digo, qué le haces tú a mi mamá, y él me dijo, no, yo simplemente le pregunto Liz, me dice, no te preocupes; pero qué le haces, yo sé que tú le haces algo. Por tantas cosas que había en Ayacucho no se podía tapar el Sol con un dedo, a lo menos a la edad que yo tenía. Yo, cuando salía, veía muertos y no muertos sanamente, no, cruelmente; entonces yo le dije, tú me ves cómo soy yo, le digo, dime lo que sea, pero yo quiero saber, qué pasa, entonces él me dijo, Liz, solamente le pongo música para que escuche, fuerte, y le paso electricidad por los dedos y los pies. Yo le digo, por qué, dime por qué. Liz, me dice, tienes que ser fuerte, ya va a pasar esto, tienes que esperar siquiera mínimo quince días.
Yo esperando, esperando, pero siempre ahí en contacto con el señor, en contacto en saber, en qué iba a pasar con ella; después un día me dijo, tu mamá está un poco malita, qué pasa, debe ser por el frío, está un poco coja, y yo le digo, qué está comiendo, entonces él me dijo, Liz, yo no puedo ser muy bien, tú me escuchas todo, yo te digo todo, y tú me tienes que escuchar. Ya dímelo. Mira allá los presos, nosotros le damos todo el desperdicio de lo que nosotros cocinamos. Por ejemplo, de las verduras, las cáscaras, cualquier cosa como para la comida del chancho. Ah ya, y yo decía y pero, qué va a comer ¿no?, días y días sin comer, ya me imagino. Y casi todas las mujeres, Liz, allá son violadas, todas, no hay ninguna que se escape, no sólo uno lo viola, todos. Yo decía, a él le decía, tú crees que mi madre va a resistir, ayúdame, le digo. Perfecto, tú has sido muy fuerte, yo también soy fuerte, pero tú tienes que ser realista. Le digo, tú me tienes que ayudar, tú estás a lado de ella; me dice, ten paciencia, ten paciencia, a mí tampoco no me gusta estar así, vivir aquí; porque él se vino por una decepción amorosa aquí a Ayacucho, que él lo primero que quería era morirse, y se vino a Ayacucho pensando que lo maten; él, es lo que me dijo, pero después estaba arrepentido, ya quería irse rápido a cualquier sitio. En eso, yo le digo, me tienes que ayudar, entonces él me dice, mira Liz, nosotros de la PIP a tu mamá de aproximadamente si no es a las doce a la una a las dos lo trasladamos al cuartel para torturarlo, allá le torturamos nosotros a tu mamá, no sólo yo, Liz, muchos lo torturamos allá, sería mentirte si yo te digo que sólo está en mis manos, si estuviera en mis manos, yo no sería capaz de hacerlo, pero somos muchos. Entonces yo le dije, entonces qué plan tienes (inaudible), él me ayudó; entonces él me dijo, mira, Liz, en el transcurso que vamos por la Vía de Evitamiento, la trasladamos a tu mamá y la llevamos a la PIP, yo la voy a empujar en la Vía del Evitamiento porque va encima del carro. Era un tipo camión, el Dodge, creo que era ese carro del ejército. Yo le voy a empujar al barranco, esa es la única solución, otra solución no hay porque está muy resguardada. Yo le dije, está bien perfecto. Entonces vamos a estar esperando en el huayco; siempre esperando, esperando, pero nunca se llegó a saber nada de ella; después de eso yo le digo, Luis, cuándo, y quedamos un día, después no pasó eso, al siguiente día, él me dice ya va a ser esta noche. No podía, después me dijo, ya no está en mis manos. Después poco a poco el señor se fue disimulando, tampoco ya no le podíamos, ya se escondía, prácticamente.
Después de eso qué me quedó. Nos mandaban notas porque el caso de mi mamá publicamos en revistas, denunciamos en periódicos, por radio, nosotros después de eso denunciamos a la Fiscalía, una fiscal había, un sitio encargado donde se denunciaba, todos los casos de los desaparecidos. Fuimos donde la fiscal, pero, por miedo, esta señora, la amiga que estaba acompañada, ella no pudo atestiguar, dijimos que era acompañada por mi abuela; así llenamos la denuncia porque todo el mundo estaban aterrorizada, nadie quería hablar, nadie quería decir nada lo que ha visto. Lo hicimos como si mi abuela estaba acompañándola, por no perjudicar a la señora, lo denunciamos. Después la fiscal nos dice, al día siguiente, cuando vuelvo, porque este señor que le agarró, muy fresco, había ido a la Fiscalía, había averiguado todo lo que habíamos hablado, porque este señor nos perseguía por todas partes por donde andábamos, había dicho a la fiscal, sabes, había leído todo lo que habíamos denunciado, todo nuestro testimonio, todo. Y le dijo a la fiscal, sabes qué, dile a esa señora que yo no me he llevado a la señora delante de su mamá, estaba otra persona y dile que no mienta. Y la fiscal nos dijo, ese joven ha venido y ha dicho que ustedes están mintiendo, que no se lo ha llevado delante de su mamá, sino estaba otra señora acompañándola a ella. Yo le dije, señorita, entonces qué pruebas más, este señor viene a decir que sí la tiene a mi mamá. Entonces ayúdeme, ella tiene sus derechos, qué es lo que ella ha hecho para que le encierren ahí, ni a un animal, y no se pueda hacer nada. Después de eso con mi tía que llegó de Lima, se habían ido al cuartel, tanto que le insistíamos, porque nosotros no podíamos ni dormir ni comer, a lo menos yo no podía. Se fueron al cuartel, dice que llegaron donde este coronel que estaba ese tiempo encargado. La fiscal entró, entró a la oficina, mi tía estaba ahí atrasito donde había un sofá para sentarse, este, para esperar, y la puerta abierta lo habían dejado. El coronel no se había dado cuenta que mi tía estaba ahí, y la fiscal le dijo, señor estamos viniendo por Marcela Váldez, dice que acá lo tienen, y el coronel le dijo, me van a disculpar, le dijo, sabes qué, carajo, no te metas en mis cosas, si está aquí, qué vas a hacer tú, tú no te metas en mis cosas, tú dedícate a las cosas que tú puedes hacer, y tú sabes cuál nada más. Sí está acá, así que desaparece, tengo muchas cosas que hacer. A la fiscal la botó, mi tía, se salieron y a mi tía le dijo el coronel, después dice que rápidamente, vulgarmente, tan liso que les trató, a mi tía le dijo, ¿usted es la hermana de Marcela Váldez? Sí, bueno nosotros no lo tenemos nada acá, lo hizo ver unos libros, no lo tenemos nada acá, ni su nombre está aquí registrada que ella está aquí, no está aquí, si sabemos algo le vamos avisar no se preocupe, ella salió, se vino del cuartel.
Después de quince días que este nuestro informante nos explicaba, explicaba, que teníamos paciencia pasó los quince días, después él se hizo el desentendido, como que desapareció; después de eso, qué nos quedaba, buscar, buscar los lugares donde estaba porque después ya nos mandaron notas que iban a botar el cadáver por ahí, buscábamos Infiernillo, fui a buscar Infiernillo voltear cadáveres, miles de cadáveres ahí, de todo tipo, de toda clase, había campesinos con su poncho, había, este, gente con pantalones, señoritas de toda clase, volteando, volteando, pero nunca la encontré a mi mamá.
Después de eso de nuevo fui a buscarle a mi informante. Ese día conseguí, todo, como sea, conversar con él y le dije, tú me tienes que ayudar, tú sabes. Entonces él me dijo, Liz tú has hecho mucha chilla, mucho. Has denunciado, has hecho todo, sabes que a ellos lo único que les va a quedar, en el cuartel hay un horno, y para no quedar para que no hayga ninguna huella, ningún rastro, es probablemente que le hayan metido al horno a tu mamá, así que no has debido de denunciar, no has debido de hacer nada. Ahora todo el mundo sabe, a ellos no les gusta que les involucren las cosas que ellos han hecho, a nadie. Ellos van tapar a toda costa lo que ellos han hecho, así que ahora es probablemente que tú... no creo que encuentres nada de ella, ni el cadáver. Entonces yo le dije, gracias por lo que eres sincero. Entonces me dijo, tú quieres siempre que yo te diga la verdad, te lo estoy diciendo la verdad, eso es lo que pasa allá, o bien es probable que hay un cuarto en el sótano que ella estaba, que es un cuarto sólo donde ella puede estar parada, que esa parte de la puerta es como si fuera una pared, está en el sótano del cuartel, sólo ella puede estar parada no puede ni echarse, ahí hace sus necesidades, ahí le tiramos las cosas que puede comer, tal vez ahí puede estar, pero tampoco creo que de ahí salga viva, y si de ahí se supone que se va a morir con tantas cosas que le van a hacer, le meterán igual ahí al horno. Así que prepárate, tienes que ser fuerte. Aparte de eso, la vez pasada cuando tu mamá todavía estaba viva, yo cuando conversé, porque yo le había dicho a mi informante dile cómo está, dile que has conversado y nos conoces a nosotros, y le había dicho, Marcela sabes que he conversado con Liz, ella está detrás de todo esto, y ella le había dicho, señor usted sabe perfectamente que yo de acá no creo que salga viva, lo único que yo, si usted se encuentra con mi hija, dígale que se cuiden mucho mis hijos, que ella tiene que ser fuerte y que nunca más se separe con Paul; entonces, eso es lo que él me dijo, aunque mi corazón se me salía por la boca yo tenía que ser fuerte, no sólo por mí, porque yo sentía que seguir andando, andando en busca de ella, por lo menos enterrarla, ahora yo no puedo ni dormir, no puedo estar tranquila, no hay un momento de felicidad en mí. Así, por ejemplo, yo tengo veintidós años, soy joven, debo estar siquiera en una fiesta, en un sitio, divertiéndome; no puedo, porque eso está en mí, es como una sombra. Ni siquiera puedo... ni siquiera... la enterrado. A veces pienso no sé, digo que tal vez algún día pueda volver, a veces dejo la puerta... digo tal vez, cualquier rato, pueda entrar ella, pero no, no está, no vuelve. Son ya once años, pero hablando es como si fuese ayer todo lo que nos ha pasado, todo lo que hemos tenido que sufrir por ser huérfanos, después de ese caso yo tuve que, no sé tal vez arrimarme a la casa de mi tía. Porque a mi casa, hace dos años, hasta recién hace dos años, nunca ni siquiera he querido entrar a mi casa, en el hogar donde hemos vivido, porque mi madre de lunes a viernes era profesora, sábados ella se dedicaba a hacer panes, domingos era familiar; yo, Paul, ella nos bañábamos juntos, nos íbamos al campo, todo se acabó, de un momento a otro este señor me quitó todo, me quitó a mi madre, me quitó mi felicidad, me quitó todo. Yo tengo derecho a ser feliz, hasta ahora no lo soy, ojalá que algún día sea feliz, eso es lo único que yo espero. Y por lo menos encontrar sus huesos, enterrarla, tal vez así un poco me pueda sentir tranquila, porque hasta ahora no puedo estar tranquila, no puedo. Por lo menos que me den aunque sea los huesos esos señores, no sé. Y todavía no puedo estar tranquila, también, con las cosas que yo me he enterado que en el cuartel hacían a las mujeres, digo, cómo habrá muerto mi mamá, ella no se merecía eso. Por qué, qué éramos nosotros para merecernos esto. No señores. Ojalá que se haga justicia, les ruego a todos... y otra cosa, ojalá, también que por ejemplo yo quisiera estar junto con Paul. Paul, desde el momento que pasó esto, siempre vivió con mi tía, en Lima, hasta ahora. Hasta hoy día que está aquí ¿no?, él vivió allá y yo me quedé con otra tía. Con la tía que yo vivía tenía ocho hijos y yo tenía que estar ahí. No era como mi madre. Desde ese momento, por más que yo estaba enferma, tenía que aguantármelo, porque mi madre ya no estaba ahí. Cuando estaba mi madre, así sea la hora que sea, ella corría me decía, Liz estás enferma, te duele esto, vamos me llevaba al médico; pero desde ese momento no hubo nadie. Así tenga hambre, tenía que aguantármelo, tenía que esperar la voluntad de las personas. Todo, todo cambió, todo, todos mis sueños, todo se me derrumbó. Eso no es justo por qué, muchas cosas, por ejemplo lo que más, bueno me van a disculpar, tal vez me sienta en confianza con ustedes para contarles muchas cosas. A los quince años cuando llegué a tener mi hijo, cuando él nació, yo no sabía nada o sea ni por qué pasó, pero pasó, cuando él nació yo no sabía ni cómo bañarlo; cuando él nació todo el mundo tenía familiares en el hospital, yo no tenía a nadie, yo ese día me moría de dolor en el hospital, no había nadie quien me diga qué te pasa o qué pasó, yo estuve sola ahí. Estos señores me causaron mucho daño a mí, mucho, y yo agradezco a las personas, ella está aquí la que me está ayudando con mi hijo, le agradezco, ella sabe, no, y muchas cosas, porqué por falta de ella, por falta de ella me pasó muchas cosas, gracias a estos señores que hicieron lo que quisieron sin respetar nuestros derechos. Me pisotearon como quisieron hasta ahora. Bueno, bueno son diez años ¿no? Muchas cosas que a veces ahora se me han pasado por la mente, qué he pasado, diario fue una historia para mí; diario fue una lucha para mí, lo que yo pido por favor es a todos ustedes que se haga justicia, que yo quiero ver por lo menos los huesos de mi madre, enterrarla, por qué, por ejemplo, en día de los muertos aquí en Ayacucho todo el mundo se va al cementerio, y yo no sé ni adónde ir. No sé si poner flores, a veces no sé, hasta ahora a veces pienso... porque hay rumores que dicen que en la selva hay un sitio donde hay... un sitio, un campo donde hay gente que está viva. Hasta mi abuela, ahorita, hasta ahorita ella piensa que va a volver su hija. Yo creo que esto se tiene que aclarar señores, se tiene que saber, yo sé los nombres de estos señores, gracias a Dios porque esto pasó a pleno luz del día, los conocemos. Lo conozco, no fue como en otros casos que entraron encapuchados, no se les conocía, no se les veía el rostro. Pero en este caso sí se sabe, se sabe quiénes fueron. A estos señores hay que interrogarlos, preguntarlos, qué fue de ellos, qué hicieron con ellos. Y ellos saben. Porque tampoco yo no, por lo menos hasta este momento yo no estoy tranquila yo no soy feliz, no soy feliz, todas las cosas para mí ha sido un sacrificio desde el momento en que mi madre desapareció. Todo... nada fue fácil para mí, nada, nada fue fácil. Tuve que hacer miles de cosas para sobresalir, mi hermano igual, y nosotros necesitamos, tenemos derechos a ser feliz. Hasta ahora yo pienso y necesito ser feliz, tal vez sólo por esa fuerza estoy aquí. Yo quiero ser feliz señores.

Comisionada:
Señorita Liz, apreciamos bastante este testimonio que ha dado, estamos seguros, seguros que hay muchas cosas más que tiene guardadas en su corazón, y que quisiera expresarlas, pero el tiempo va avanzando ¿no?, y estamos seguros de la simpatía de toda la nación, a su dolor, a su sufrimiento, tanto como la señora Angélica también. Muchísimas gracias, sabemos que no ha sido fácil esto para ustedes ¿no?, y esperamos, Dios mediante, que algo se pueda hacer ¿verdad?, y que esa justicia que usted pide que ambas piden pues va a llegar, muchísimas gracias, Dios las bendiga.


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