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Tercera Sesión, 9 de agosto de 2002

Caso 14. Testimonio de la señora Olimpia Cajas Bravo

Rolando Ames:
La Comisión de la Verdad y Reconciliación, aquí en Tingo María, vamos a invitar a la primera testimoniante, a la señora Olimpia Cajas Bravo, que pase a hacer su declaración. La señora Olimpia Cajas Bravo y sus familiares, nos van a presentar el caso del señor Esaú Cajas Julca, quién fue secuestrado por efectivos militares en mil novecientos noventa y llevado a la base militar Los Laureles, donde fue torturado. Su hija Olimpia Cajas, logró ingresar a la dependencia militar y de acuerdo a su testimonio vio a su padre con vida, a la fecha está en calidad de desaparecido.
Nos ponemos de pie. Señora Olimpia Cajas, formula usted promesa solemne de que su declaración la hace con honestidad y buena fe y que por tanto expresará sólo la verdad en relación a los hechos relatados.

Sí, juro.

Gracias.

Humberto Lay:
Doña Olimpia Cajas Bravo, vamos a iniciar con usted la audiencia pública del día de hoy, recogiendo su testimonio. Queremos recordarle que para usted y para la Comisión de la Verdad y Reconciliación esta es una gran oportunidad para que nos haga conocer su testimonio, su experiencia, sus vivencias sobre los trágicos hechos de violencia que acontecieron por esos lugares.
Debe estar usted totalmente convencida y segura de que todo cuanto va a manifestar en el curso de su testimonio, son de una gran importancia para el trabajo de investigación que viene haciendo la comisión. Por eso entonces, con la seguridad y la garantía del caso, esperamos escuchar su testimonio.

Olimpia Cajas:
Bien, señores miembros de la Comisión de la Verdad, señores autoridades, familiares víctimas, señores periodistas de diferentes medios de comunicación. En primer lugar agradezco a los miembros de la Comisión de la Verdad, por darnos una oportunidad más en decir la verdad de los hechos ocurridos de hace años.
Hemos venido callando durante doce años porque no había democracia para poder decir o reclamar a sus seres queridos y ahora es momento y queremos ser escuchados por nuestras autoridades y por todo el país entero para que, estos hechos no sigan sucediendo.
Bien, me voy a centrar en los antecedentes de mi padre. Mi padre, el señor Esaú Cajas Julca, de sesentidos años de edad, nació en el distrito de San Rafael, provincia de Ambo, departamento de Huánuco. Desde muy joven se dedicó al comercio obteniendo grandes logros económicamente. En varias oportunidades fue autoridad de su pueblo, desempeñándose como teniente gobernador, agente municipal. Era un hombre muy querido por su, por sus pobladores y por toda la gente que le conocían. Durante su permanencia como autoridad hizo obras como escuelas, puentes, caminos, etc.
Y era partidario activo del Partido Aprista Peruano, en ese entonces, el doctor Héctor Huerto Milla y la doctora Judith de la Matta. Como padre, era un padre ejemplar, un padre luchador, que a diario luchaba con el trabajo, ¿para qué?, para traer el pan de cada día a nuestro hogar para satisfacer nuestras necesidades biológicas. Porque tenía un amor tan grande para sus hijos.
Se preocupaba bastante por nosotros, por nuestra superación. Posteriormente, nosotros cambiamos de domicilio a la ciudad de Huánuco, porque mi padre quería lo mejor para nosotros, que seamos algo en la vida para podernos defender. Mi padre siguió en Huánuco con el comercio, era mayorista de papas, le conocían como el rey de la papá.
Se dedicaba a diferentes actividades, tenía una pequeña empresa de compra y venta de carros de segunda, con una tienda de abarrotes en el jirón Huánuco. Vivíamos muy bien. Un día llegó a la tienda de mi papá un señor que se había enamorado de uno de sus carros. Y el señor no tenía dinero para comprarlo. Ellos decidieron hacer un trueque, una chacra con un carro. Hasta ese entonces, nosotros no conocíamos la selva. Realizaron el negocio.
Bueno, nosotros eventualmente permanecíamos en la selva llamado la Roca, en Tingo María, a pocas horas de aquí. Y después pasaron los días, los meses. Mi padre tuvo una visita sorprendente, en el domicilio donde vivíamos, en Paucarbamba, jirón Tahuantinsuyo. Vino una mujer con el nombre llamado Sonia, que había sido enviado por el Partido Comunista del Perú. Ella venía a pedir cupos a mi padre por el simple hecho de tener una chacra en la selva.
Decía, que los dueños tenían que permanecer ahí porque sino de lo contrario debería ser de quién trabaja. No de las personas que están fuera. Entonces, le obligó a dar cupos porque nos había amenazado a muerte. El colaboró, pero como ustedes saben en ese tiempo estaba tan picante esto de la subversión y de miedo a nuestras vidas, de miedo a que le pase algo a sus hijos él tenía que colaborar.
Vivíamos ya desde ese momento con miedo, a pesar de estar en la ciudad.
Así sucesivamente fueron pasando los meses, hasta que por fin llegó un día veinte de noviembre de mil novecientos noventa. Y mi padre como de costumbre salía a realizar sus actividades. A eso de las diez de la mañana, llegaron a mi domicilio aquella mujer que en aquel tiempo había venido con amenazas de muerte, acompañado con un personal desconocido, con un hombre vestido de civil.
Ellos tocaron la puerta, ingresaron de inmediato encontrándole ahí a mi hermano que en estos momentos me acompaña. El en esos tiempos tenía once años de edad. Y se encontraba mi mamá en la casa. Entonces, ellos llegaron a la casa buscándole a mi padre. Y ella le dijo que él no está. Ya entonces, vamos a volver. Pero ¿para qué ustedes lo necesitan a él?, no, lo necesitamos con suma urgencia porque queremos conversar.
Luego se fueron, y así pasó el día, yo llegué a eso de las doce a mi domicilio y como de costumbre mi papá no faltaba a la hora del almuerzo, era puntual porque compartíamos todos nuestros hermanos, a la hora de la comida. Y ese día no llegó y yo le pregunto a mi mamá ¿y mi papá?, no seguramente ya almorzó fuera, debe tener mucho trabajo.
Bueno, y así pasó el día, la noche, no llegó. De inmediato nosotros los familiares nos hemos puesto a buscarlo. Primeramente, hemos recurrido a la comandancia de Huánuco, nos llevamos una grata sorpresa, encontramos el carro de mi papá estacionado en la puerta. Y yo al ver el carro me alegré. Ahí esta mi padre. Debe haber pasado algo.
Total, llegamos conversamos con las autoridades y nos dicen que el carro habían encontrado estacionado por la salid de Huánuco, Cotosh, que ahí habían dejado dos hombres vestidos de pantalón azul y polo blanco y ellos habían cruzado por el río, dejando abandonado el carro.
Y desde ese momento no sabíamos ¿qué es lo que había pasado con mi padre? Porque mi padre era un hombre muy bueno, no tenía enemigos, porque era un hombre servicial, honesto. Entonces, no sabíamos qué pensar, qué es lo que pasó con él. Entonces, noche y día buscábamos por distintos lugares. Por los ríos, corríamos a la morgue, al cementerio. Hemos buscado, hemos entrado al ejército de Huánuco. Mi padre era un hombre relacionado con todas las autoridades. Entonces, nosotros no podíamos imaginar, decíamos que él tiene amigos en el ejército, tiene amigos en todas las entidades. Mas bien pensábamos que le habían robado, le habían asaltado.
Durante días hemos buscado por los ríos, por todo lados. Era como si la tierra se lo hubiese tragado. No había ninguna noticia de él. Pasamos días y noches, desesperados, llorando sin comer. Hasta que un día ventisiete de diciembre a horas siete y media de la mañana, recibí una llamada telefónica de una persona desconocida, averiguando sobre mis familiares. Y yo pregunté, que se identifique, ¿con quién tengo el gusto de conversar?, él me dijo que no podía darme su nombre porque él estaba amenazado de muerte por el Ejército Peruano. Los Laureles aquí del ejército de Tingo María.
Más bien, él aceptó conversar conmigo en un lugar secreto. Yo fui acompañado de mi mamá con uno de mis hermanos. Allí él me contó detalladamente lo que había ocurrido con mi padre. El se encontraba sesenta días detenido en el cuartel Los Laureles de Tingo María. Había sido torturado cruelmente, incluso me había enseñado las torturas que tenía en las piernas, quemaduras de cigarro, punzones de cuchillos.
De repente había logrado su libertad porque sus familiares se movilizaron. El era doctor. Y pudieron pagar una fuerte suma de dinero para obtener su libertad. El me dijo -yo vi a tu padre y conversé con él-. Como las celdas en ese entonces en Tingo María eran de palitos así, que tenían un espacio de diez centímetros, los presos que estaban detenidos, podía apreciar todo lo que pasaba afuera.
Entonces, ese día veinte de noviembre, a horas dos de la tarde, estacionó un helicóptero donde ellos vieron, ellos vieron que un hombre vendado bajaba del helicóptero. Y que este señor no podía caminar porque estaba vendado los ojos y no sabía donde estaba, pisaba altos y bajos. Y de inmediato, lo habían ingresado a una celda de torturas, donde mi padre fue torturado cruelmente. Por los militares del ejército. Le torturaron, le rompieron el brazo y le pusieron descargas eléctricas a un hombre de ese entonces, cincuentiseis años de edad. Un hombre inocente que no sabía nada.
Luego de múltiples torturas, lo tiraron a la celda donde estaban los demás presos. Ahí mi padre preguntó a uno de los detenidos, le dijo -hermano, ¿dónde estoy?-, porque él no sabía ni donde estaba. Entonces ahí fue donde mi padre le contó a los presos. Le dijo que había sido secuestrado por el ejército de Tingo María en circunstancias que él estaba con su carro, bajando por el jirón Tarapacá. Había sido intervenido por los, por el Servicio de Inteligencia. A él lo cruzó un carro e inmediatamente lo vendaron. Y lo trasladaron a otro carro y luego fue llevado al cuartel Los Avelinos de Yanac, donde ahí le subieron al helicóptero y lo trajeron a la ciudad de Tingo María.
Entonces, mi padre había contado todo lo ocurrido. Esto a raíz de haber tenido una chacra en la selva. A raíz de repente de haber colaborado con la subversión. Pero en ese tiempo, ¿quién no colaboraba?, todos de miedo a morir tenían que colaborar. Y días antes, había sido detenida esa mujer que había venido a visitar a mi hogar. Ella había sido detenida por el ejército donde durante veinte días lo habían torturado y entonces, ella trataba de proteger a los verdaderos terroristas y decir que las personas inocentes eran. Y mi padre, fue llevado así al cuartel Los Laureles de Tingo María.
Y posteriormente, ya teniendo dos testigos que habían sido puestos en libertad el venticuatro de diciembre y que ellos allí se habían hecho una promesa para el primero que salga debería notificar a los familiares para poder agilizar los documentos para su libertad.
Entonces, es por eso que aquellos dos testigos que obtuvieron su libertad me llamaron al teléfono, ¿por qué?, porque mi padre le había dado. Incluso, me mandó una nota donde decía -estoy detenido en el cuartel Los Laureles, por favor agilicen, porque yo como padre nunca les había abandonado y ahora ustedes también no me abandonen, por favor-.
Y luego, sabiendo de lo ocurrido, he avisado a mis familiares. Y nos constituimos de inmediato al cuartel Los Laureles de Tingo María y pudimos conversar con el comandante. Solicitando el paradero de mi padre y él nos dijo que no, seguramente que debe estar en Castillo. De inmediato nos fuimos a Castillo, no estaba ahí. Regresamos, -mi comandante no está allí-.Entonces debe estar en Tarapoto-.
Mi primo viajó a Tarapoto, -no debe estar en Tingo María-. Entonces, así nos paseaban. Nosotros todavía teníamos temor de decir que teníamos los testigos. Porque ellos le habían amenazado de muerte. Entonces, esperábamos que nos diga -sí está aquí, los voy a entregar, no, no está aquí, pueden buscar, pueden entrar-. Así, se pasó ese día, regresamos al otro día nuevamente a conversar con el comandante, a suplicarle.
Yo, mi primo y la hermana menor de mi papá. Le suplicamos como a un Dios para que me entregue a mi padre. Pero él se negaba, decía que no sabía nada de él. Entonces, fue ahí donde le dijimos que nosotros tenemos a dos testigos que habían compartido la celda con mi padre. Y entonces, el comandante se amargó, habló lisuras y nos botó. Nos botó de su oficina.
Y salimos, regresamos a Huánuco, al día siguiente nuevamente, yo como hija mayor no sabía que hacer por mi padre. Toda la noche no había podido dormir. En la noche con mis pensamientos desesperados, no sabía qué hacer para poder obtener la libertad de mi padre.
Entonces, había pensado yo, yo entre sí con mis pensamientos ingenuos, había pensado en decirle que yo era terrorista para salvarle a mi padre. Porque él era un hombre de edad y en aquellos tiempos se encontraba mal de salud. Entonces, yo sola había pensado y al día siguiente de nuevo nos hemos dirigido a la base de Los Laureles donde también fuimos negados rotundamente por este comandante. Entonces, después de haber dialogado con él, se salieron todos mis familiares y yo me quedé a conversar personalmente con él y me quedé así, mis familiares salieron, ellos indagaron por ahí ¿quién era el capitán?
Mientras yo adentro con el comandante conversando, le digo -mi comandante-, me arrodillé ante sus pies, -por favor entrégueme a mi padre, porque él para mí ha sido padre y madre, porque me crío desde los seis meses de nacida y mi madre me había abandonado-. Y así, arrodillada, reclamando a mi padre él me negó, me dijo que no, me siento preocupado por la desaparición de tu padre, yo te voy a ayudar a encontrarlo. Pero que me vas a ayudar si mi padre está aquí, detenido. Tú lo has torturado cruelmente.
Entonces, él me dijo ¿cómo tú sabes?, le dije que yo tengo dos testigos, que usted había puesto en libertad el venticuatro de diciembre. Y dos de ellos me han narrado de lo ocurrido aquí. Entonces, me respondió con lisuras, me amenazó a matarme. Pero yo a pesar que él me estaba amenazando a muerte, no quería salir de su oficina hasta que me entregara a mi padre.
Me agarré de una de las patas de su escritorio y llamó a los soldados para que me sacaran a jalones. Pero yo no quería soltarme en ese instante porque quería verlo a mi padre. Entonces así seguía amarrado de la pata del escritorio y los soldados me jalonearon. Yo le dije en ese instante al comandante, -mi comandante, yo si soy terrorista, por favor yo soy más joven y quiero que le sueltes a mi padre y yo me voy a quedar a cambio de él-.
Entonces, él me dijo -no hijita, ya nosotros acá tenemos bastante Servicio de Inteligencia-. Entonces, ya no sabía ¿qué hacer?, porque no quería salir con las manos vacías de allí. Le dije -entrégame a mi padre en cualquier estado que se encuentre-. No, no está aquí.
Entonces, como las celdas estaban ahí al frente y eran con palitos así y uno podía prestar desde ahí a los presos que estaban detenidos. Entonces, en ese momento no me interezó perder la vida. Los soldados me habían jaloneado y me habían sacado al patio. Yo corrí al patio y grité fuertemente ¡papito, por favor!.
Entonces, corría a las celdas y me agarré de los palos fuerte. Entonces de ahí le pude ver a mi padre tirado en el piso. En forma inhumana. Con una mirada perdida. Me sacaron a jalones, me quisieron matar en ese instante porque mis familiares estaban afuera y no sabían que estaba ocurriendo dentro.
Entonces dijo el comandante, -sácanle a esta mujer porque está loca, sáquenlo y nunca más vuelvas por aquí porque sino vas a perder tu vida-. No importa, mátame le dije, mátame ahorita. Porque en ese momento, yo estaba perdiendo al mismo tiempo a mi padre y a mi madre. No tenía valor de abandonarlo en el momento que más me necesitaba.
Entonces, los soldados me sacaron a empujones afuera, donde afuera me estaban esperando mis familiares ¿y por qué te demoraste?, me dijo. No, allí está mi padre, yo no voy a salir del ejército. No, está loca, esa mujer está loca. Llévanlo porque está loca esa mujer. Y mis familiares no me creyeron que yo había visto a mi padre adentro. Porque me dijo ¿por qué te demoraste?, yo le dije -le dije al comandante que era terrorista-. Entonces, uno de mis primos me mandaron una cachetada. Porque tú tenías que hablar eso si tú no eres.
Entonces, yo no podía salir porque en ese momento un parte de mi vida se quedaba allí dentro. Yo sin poder hacer nada por mi padre. En ese momento que yo lo vía, en forma inhumana era tan rápido. Que él estaba tirado en el piso. Parece que estaba roto la pierna o algo. Que no podía reaccionar. Era como un mendigo que para en la calle tirado. Y cuando salí de ahí del ejército, mi tía le dijo al comandante -mi comandante alguna vez tiene que haber justicia para nosotros, no voy a cesar hasta perder el último vestido que tengo aquí, hasta encontrar la verdad de mi hermano-. -Puede irse a donde ustedes quieran, si es posible vayan al presidente-.
Entonces, eso fue el último día que fuimos al ejército, porque ya me habían amenazado de muerte. Entonces, delante de nosotros salió un carro, lleno de soldados. Y nosotros salimos en el centro. Y detrás también otro carro lleno de soldados. Entonces, en ese tiempo estábamos acompañados por un periodista de la Radio Nacional. Entonces, él se percató no que, de los hechos y nos dijo, tenemos que cambiar de carro, porque ellos nos van a matar.
Entonces, de inmediato entramos en una cochera y cambiamos de carro y para ir a Huánuco, ahí en la salida nos estaban esperando porque ellos, de repente tenían en mente de desaparecernos como ya teníamos testigos. Y así, recurrimos a la Fiscalía de los Derechos Humanos de Huánuco para poner en alerta y poder hacer algo por él. Llevemos a la Fiscal, pero no logró encontrar a mi padre.
Recurrimos a distintas instituciones, incluso viajamos a Lima, al senado, también a los Derechos Humanos, hemos denunciado en Lima. Pero no hemos tenido ninguna respuesta positiva. Entonces, yo como hija desesperada ya no podía encontrar a mi padre, llegaba a mi casa y encontraba a mis hermanos. Ellos en ese tiempo eran pequeños y me preguntaban ¿papá? Entonces, yo no sabía ¿qué decirlo? Porque nosotros queríamos mucho a mi padre, porque era un hombre que valía oro. No era dable para que él desaparezca, así en esa manera.
De ahí, he denunciado el Habeas Corpus, con el documento el Habeas Corpus, ese día el Fiscal me dijo, llévate este documento y entrégale al comandante. Entonces, yo pensativa, perdida, impotente, no sabía ¿qué hacer? Crucé el puente Calicanto y a Dios, doy gracias que en ese momento se presentó un amigo y le dije -por favor puedes llevarlo esto al ejército-. Sí, si me pagas el pasaje, yo lo llevo. Entonces, él lo había llevado y justamente le había entregado a las manos del comandante. Y el comandante le dijo -espérate que voy a leerlo-.
Empezó a leer el documento y se había amargado. Había dicho ¿dónde está esa perra?, ¿por qué me ha denunciado a mí?, ¿por qué no denuncia a los terroristas?, si ella ahorita hubiera estado aquí, le hubiera hecho una coladera. Dile, que no se acerque ni más por aquí, porque lo voy a matar a ella y a toda su familia.
Entonces, de aquel momento nosotros vivíamos vigilado por ellos. No teníamos libertad, vivíamos encerrado en la casa con mis hermanos. Ya no podíamos hacer nada porque estábamos amenazados de muerte. Así pasaron los años y sin saber nada de él. Sin saber nada de él, ¿dónde fue a parar?, pero de uno de los testigos me había dicho que un día él lo habían sacado y lo habían atado de pies y manos y lo habían puesto en una camioneta cuatro por cuatro, allí como un animal estuvo acompañado de dos hombres más, tirado todo el día en la calor. Que no podía moverse para ningún lado.
De ahí lo llevaron y él decía -no podían haber visto si ha regresado o no. Entonces, todo esto ha causado a mi familia un tanta desgracia, que todo mi padre que había construido se vino abajo. Nosotros estábamos traumados hasta ahora, seguimos así. Mis pobres hermanos lloraban, porque habíamos perdido todo buscando a mi padre. Habíamos terminado todo. No sabíamos administrar bien.
Entonces, esto ha marcado muy fuerte en nuestras vidas. Que mis hermanos no podían salir adelante porque ellos amaban mucho a mi padre, no podían estudiar porque es un problema muy grande. Entonces, pasaron así los años sin saber nada de él hasta que ahora último en el año mil novecientos noventiocho, siguieron molestándonos, viniendo a buscar a nuestra casa, si se encontraba o no mi mamá política. Y no sé, ellos nos siguen amenazando.
Pero, hoy día es un día donde yo he narrado toda la verdad, ¿cómo desapareció mi padre?, hasta hoy en el día no hemos vuelto a saber nada de él y por eso, yo pido de todo corazón a la Comisión de la Verdad, que investiguen el caso de mi padre, porque ellos lo tienen en sus manos el documento con nombre y apellidos del comandante. Yo lo tengo aquí su fisonomía, sé el nombre y el apellido del asesino de mi padre ¿Porque lo digo asesino?, porque aquella vez con mi desesperación me había puesto en contacto con un soldado que se había reenganchado y yo le había pagado un fuerte suma de dinero para que me dé el croquis del ejército, de repente por ahí habría algún lugar secreto dónde podría estar.
Y sí él me dijo, que hay un lugar secreto. Cuando los fiscales entraban habían unos pozos donde a ellos los metían y los tapaban con una calamina y ponían grass por encima. Entonces, las autoridades que entraban, no encontraban nada. Y allí me contó que este comandante con cara de ángel y tan joven era un asesino porque él había podido presenciar una tortura tan dura a un terrorista legítimo que era extranjero.
Y ellos habían detenido y eso de las doce de la noche, él había amarrado al hombre de pies y manos, completamente desnudo y había subido el volumen de la música para que la gente que vivían alrededor no podía escuchar los gritos de aquel hombre. Y a eso de las doce de la noche había empezado a torturarle al extranjero. En primer lugar, le había punzado dice todo el cuerpo con unas navajas y luego le había cortado el pene y le dijo ¡come esto!. Y el gringo mascó su pene. Y lo escupió en la cara del comandante.
Entonces, ahí el comandante dice más enfurecido, le sacó un ojo, el otro ojo, la lengua y le cortó con un hacha todos los miembros, lo llenaron en un costal y lo arrojaron al río Huallaga. Y me dijo -seguramente así habrá pasado con tu padre, porque ese capitán es un asesino, no tiene compasión de nada-. Era así como un psicópata, porque actuaba así.
Entonces, ahora que es tiempo de decir la verdad, que ya todo el país y el mundo entero ha escuchado nuestros testimonios, quisiera que ya esto no vuelva a repetir porque perder un padre es perder todo, porque el padre es la persona quién educa, quién ayuda, construye y te encamina por el camino del bien.
Pero nosotros hemos al Presidente de la República, al señor Alejandro Toledo y al ministro de Justicia, para que no vuelva a pasar estos tipos de violencia y que por favor las autoridades no son para matar, para asesinar sino las autoridades son para poner el orden, para solucionar los problemas. Yo me pregunto, ¿qué clase de autoridades son esas que han salido de la Escuela Militar?, han estudiado cinco años para matar, para hacer daño a la gente.
No sé, deben enseñar, deben capacitar para hacer el bien con la sociedad, no el mal. Porque nosotros que hemos sufrido en carne propia, no sólo yo hay tantos víctimas que han sufrido de repente lo peor y que por favor señor Ministro de Justicia, que ya no vuelva a suceder estos casos, que estos sirvan de antecedentes, para que ya esas autoridades no continúen trabajando. Porque hay mucha gente profesional desempleadas que quieren trabajar verdaderamente, hacer justicia.
Y en estos momentos quiero denunciar públicamente, no me importa si perder la vida, porque estoy reclamando a mi padre, al hombre que me dio la vida, al hombre que me formó. Quiero denunciar al comandante Miguel Rojas García, el asesino de mi padre. Que en estos momentos sigue en actividad y le han subido de grado. Por favor señores autoridades, quiero justicia, quiero que este hombre pague todo lo que ha hecho, que repare, que haga una reparación civil a mis familiares.
¿ Cómo es posible que un asesino siga en actividad?, por favor, hagan justicia. Y por favor, por último. Pido a la Comisión de la Verdad que se esclarezca los hechos sobre el secuestro y desaparición de mi padre. Allí lo tienen el nombre y apellido y que conozca todo el país, todo el mundo que conozcan esto, para que no siga sucediendo.
Bien señores miembros de la verdad, les agradezco bastante por darnos una oportunidad más en decir la verdad que tanto tiempo hemos callado de miedo a perder la vida, porque realmente no había democracia, estábamos con las mordazas bien puestas. No podíamos decir ni lo malo, ni lo bueno. Pero ahora si veo que hay democracia y uno puede decir lo que uno siente, que tanto tiempo ha quedado callado y ahora ya es momento en decir lo que pasó. Gracias.

Humberto Lay:
Señora Olimpia, hemos escuchado con estupor el drama que nos ha contado de su relato, la comisión lo menos que puede hacer en este momento es expresarle a usted su solidaridad. Lamentamos de veras las cosas que han pasado y que la víctima de esa situación irracional que usted con dramatismo nos ha contado, haya sido justamente su padre. Nosotros tenemos que expresarle a usted nuestro reconocimiento por el valor que ha tenido para contar esta trágica historia. Abriguemos la esperanza de que estos esfuerzos, el sacrificio suyo de venir a contarnos con mucho valor toda esta historia, desemboque en eso que usted está pidiendo, justicia.
Finalmente, queremos decirle que estas pruebas por las que estamos pasando en el curso de la investigación que hace la comisión, si bien es cierto que tienen una situación de dolor para las víctimas, para los familiares de las víctimas, por otro lado también significa una suerte de reparación para ustedes, el haber compartido con el país su dolor, la libera a usted de un gran pesar. Sigamos pues señora en el empeño de hacer esta investigación hasta que esa justicia que usted reclama, se haga realidad y que sirve todo esto también como una lección para que en el futuro no vuelvan a suceder estas tragedias. Muchas gracias por haber venido a la comisión.

Olimpia Cajas:
Gracias.

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