Tercera Sesión,
9 de agosto de 2002
Caso 14. Testimonio
de la señora Olimpia Cajas Bravo
Rolando Ames:
La Comisión de la Verdad y Reconciliación,
aquí en Tingo María, vamos a invitar a la primera
testimoniante, a la señora Olimpia Cajas Bravo, que
pase a hacer su declaración. La señora Olimpia
Cajas Bravo y sus familiares, nos van a presentar el caso del
señor Esaú Cajas Julca, quién fue secuestrado
por efectivos militares en mil novecientos noventa y llevado
a la base militar Los Laureles, donde fue torturado. Su hija
Olimpia Cajas, logró ingresar a la dependencia militar
y de acuerdo a su testimonio vio a su padre con vida, a la
fecha está en calidad de desaparecido.
Nos ponemos de
pie. Señora Olimpia Cajas, formula usted
promesa solemne de que su declaración la hace con honestidad
y buena fe y que por tanto expresará sólo la
verdad en relación a los hechos relatados.
Sí, juro.
Gracias.
Humberto Lay:
Doña Olimpia Cajas Bravo, vamos a iniciar
con usted la audiencia pública del día de hoy,
recogiendo su testimonio. Queremos recordarle que para usted
y para la Comisión de la Verdad y Reconciliación
esta es una gran oportunidad para que nos haga conocer su testimonio,
su experiencia, sus vivencias sobre los trágicos hechos
de violencia que acontecieron por esos lugares.
Debe estar
usted totalmente convencida y segura de que todo cuanto va
a manifestar en el curso de su testimonio, son de
una gran importancia para el trabajo de investigación
que viene haciendo la comisión. Por eso entonces, con
la seguridad y la garantía del caso, esperamos escuchar
su testimonio.
Olimpia Cajas:
Bien, señores miembros de la Comisión
de la Verdad, señores autoridades, familiares víctimas,
señores periodistas de diferentes medios de comunicación.
En primer lugar agradezco a los miembros de la Comisión
de la Verdad, por darnos una oportunidad más en decir
la verdad de los hechos ocurridos de hace años.
Hemos
venido callando durante doce años porque no había
democracia para poder decir o reclamar a sus seres queridos
y ahora es momento y queremos ser escuchados por nuestras autoridades
y por todo el país entero para que, estos hechos no
sigan sucediendo.
Bien, me voy a centrar en los antecedentes
de mi padre. Mi padre, el señor Esaú Cajas Julca, de sesentidos
años de edad, nació en el distrito de San Rafael,
provincia de Ambo, departamento de Huánuco. Desde muy
joven se dedicó al comercio obteniendo grandes logros
económicamente. En varias oportunidades fue autoridad
de su pueblo, desempeñándose como teniente gobernador,
agente municipal. Era un hombre muy querido por su, por sus
pobladores y por toda la gente que le conocían. Durante
su permanencia como autoridad hizo obras como escuelas, puentes,
caminos, etc.
Y era partidario activo del Partido Aprista Peruano,
en ese entonces, el doctor Héctor Huerto Milla y la doctora
Judith de la Matta. Como padre, era un padre ejemplar, un padre
luchador, que a diario luchaba con el trabajo, ¿para
qué?, para traer el pan de cada día a nuestro
hogar para satisfacer nuestras necesidades biológicas.
Porque tenía un amor tan grande para sus hijos.
Se preocupaba
bastante por nosotros, por nuestra superación.
Posteriormente, nosotros cambiamos de domicilio a la ciudad
de Huánuco, porque mi padre quería lo mejor para
nosotros, que seamos algo en la vida para podernos defender.
Mi padre siguió en Huánuco con el comercio, era
mayorista de papas, le conocían como el rey de la papá.
Se dedicaba a diferentes actividades, tenía una pequeña
empresa de compra y venta de carros de segunda, con una tienda
de abarrotes en el jirón Huánuco. Vivíamos
muy bien. Un día llegó a la tienda de mi papá un
señor que se había enamorado de uno de sus carros.
Y el señor no tenía dinero para comprarlo. Ellos
decidieron hacer un trueque, una chacra con un carro. Hasta
ese entonces, nosotros no conocíamos la selva. Realizaron
el negocio.
Bueno, nosotros eventualmente permanecíamos en la selva
llamado la Roca, en Tingo María, a pocas horas de aquí.
Y después pasaron los días, los meses. Mi padre
tuvo una visita sorprendente, en el domicilio donde vivíamos,
en Paucarbamba, jirón Tahuantinsuyo. Vino una mujer
con el nombre llamado Sonia, que había sido enviado
por el Partido Comunista del Perú. Ella venía
a pedir cupos a mi padre por el simple hecho de tener una chacra
en la selva.
Decía, que los dueños tenían que permanecer
ahí porque sino de lo contrario debería ser de
quién trabaja. No de las personas que están fuera.
Entonces, le obligó a dar cupos porque nos había
amenazado a muerte. El colaboró, pero como ustedes saben
en ese tiempo estaba tan picante esto de la subversión
y de miedo a nuestras vidas, de miedo a que le pase algo a
sus hijos él tenía que colaborar.
Vivíamos
ya desde ese momento con miedo, a pesar de estar en la ciudad.
Así sucesivamente fueron pasando los meses, hasta que
por fin llegó un día veinte de noviembre de mil
novecientos noventa. Y mi padre como de costumbre salía
a realizar sus actividades. A eso de las diez de la mañana,
llegaron a mi domicilio aquella mujer que en aquel tiempo había
venido con amenazas de muerte, acompañado con un personal
desconocido, con un hombre vestido de civil.
Ellos tocaron
la puerta, ingresaron de inmediato encontrándole
ahí a mi hermano que en estos momentos me acompaña.
El en esos tiempos tenía once años de edad. Y
se encontraba mi mamá en la casa. Entonces, ellos llegaron
a la casa buscándole a mi padre. Y ella le dijo que él
no está. Ya entonces, vamos a volver. Pero ¿para
qué ustedes lo necesitan a él?, no, lo necesitamos
con suma urgencia porque queremos conversar.
Luego se fueron,
y así pasó el día, yo
llegué a eso de las doce a mi domicilio y como de costumbre
mi papá no faltaba a la hora del almuerzo, era puntual
porque compartíamos todos nuestros hermanos, a la hora
de la comida. Y ese día no llegó y yo le pregunto
a mi mamá ¿y mi papá?, no seguramente
ya almorzó fuera, debe tener mucho trabajo.
Bueno, y
así pasó el día, la noche, no
llegó. De inmediato nosotros los familiares nos hemos
puesto a buscarlo. Primeramente, hemos recurrido a la comandancia
de Huánuco, nos llevamos una grata sorpresa, encontramos
el carro de mi papá estacionado en la puerta. Y yo al
ver el carro me alegré. Ahí esta mi padre. Debe
haber pasado algo.
Total, llegamos conversamos con las autoridades
y nos dicen que el carro habían encontrado estacionado por la salid
de Huánuco, Cotosh, que ahí habían dejado
dos hombres vestidos de pantalón azul y polo blanco
y ellos habían cruzado por el río, dejando abandonado
el carro.
Y desde ese momento no sabíamos ¿qué es
lo que había pasado con mi padre? Porque mi padre era
un hombre muy bueno, no tenía enemigos, porque era un
hombre servicial, honesto. Entonces, no sabíamos qué pensar,
qué es lo que pasó con él. Entonces, noche
y día buscábamos por distintos lugares. Por los
ríos, corríamos a la morgue, al cementerio. Hemos
buscado, hemos entrado al ejército de Huánuco.
Mi padre era un hombre relacionado con todas las autoridades.
Entonces, nosotros no podíamos imaginar, decíamos
que él tiene amigos en el ejército, tiene amigos
en todas las entidades. Mas bien pensábamos que le habían
robado, le habían asaltado.
Durante días hemos buscado por los ríos, por
todo lados. Era como si la tierra se lo hubiese tragado. No
había ninguna noticia de él. Pasamos días
y noches, desesperados, llorando sin comer. Hasta que un día
ventisiete de diciembre a horas siete y media de la mañana,
recibí una llamada telefónica de una persona
desconocida, averiguando sobre mis familiares. Y yo pregunté,
que se identifique, ¿con quién tengo el gusto
de conversar?, él me dijo que no podía darme
su nombre porque él estaba amenazado de muerte por el
Ejército Peruano. Los Laureles aquí del ejército
de Tingo María.
Más bien, él aceptó conversar conmigo
en un lugar secreto. Yo fui acompañado de mi mamá con
uno de mis hermanos. Allí él me contó detalladamente
lo que había ocurrido con mi padre. El se encontraba
sesenta días detenido en el cuartel Los Laureles de
Tingo María. Había sido torturado cruelmente,
incluso me había enseñado las torturas que tenía
en las piernas, quemaduras de cigarro, punzones de cuchillos.
De repente había logrado su libertad porque sus familiares
se movilizaron. El era doctor. Y pudieron pagar una fuerte
suma de dinero para obtener su libertad. El me dijo -yo vi
a tu padre y conversé con él-. Como las celdas
en ese entonces en Tingo María eran de palitos así,
que tenían un espacio de diez centímetros, los
presos que estaban detenidos, podía apreciar todo lo
que pasaba afuera.
Entonces, ese día veinte de noviembre, a horas dos
de la tarde, estacionó un helicóptero donde ellos
vieron, ellos vieron que un hombre vendado bajaba del helicóptero.
Y que este señor no podía caminar porque estaba
vendado los ojos y no sabía donde estaba, pisaba altos
y bajos. Y de inmediato, lo habían ingresado a una celda
de torturas, donde mi padre fue torturado cruelmente. Por los
militares del ejército. Le torturaron, le rompieron
el brazo y le pusieron descargas eléctricas a un hombre
de ese entonces, cincuentiseis años de edad. Un hombre
inocente que no sabía nada.
Luego de múltiples torturas, lo tiraron a la celda
donde estaban los demás presos. Ahí mi padre
preguntó a uno de los detenidos, le dijo -hermano, ¿dónde
estoy?-, porque él no sabía ni donde estaba.
Entonces ahí fue donde mi padre le contó a los
presos. Le dijo que había sido secuestrado por el ejército
de Tingo María en circunstancias que él estaba
con su carro, bajando por el jirón Tarapacá.
Había sido intervenido por los, por el Servicio de Inteligencia.
A él lo cruzó un carro e inmediatamente lo vendaron.
Y lo trasladaron a otro carro y luego fue llevado al cuartel
Los Avelinos de Yanac, donde ahí le subieron al helicóptero
y lo trajeron a la ciudad de Tingo María.
Entonces,
mi padre había contado todo lo ocurrido.
Esto a raíz de haber tenido una chacra en la selva.
A raíz de repente de haber colaborado con la subversión.
Pero en ese tiempo, ¿quién no colaboraba?, todos
de miedo a morir tenían que colaborar. Y días
antes, había sido detenida esa mujer que había
venido a visitar a mi hogar. Ella había sido detenida
por el ejército donde durante veinte días lo
habían torturado y entonces, ella trataba de proteger
a los verdaderos terroristas y decir que las personas inocentes
eran. Y mi padre, fue llevado así al cuartel Los Laureles
de Tingo María.
Y posteriormente, ya teniendo dos testigos
que habían
sido puestos en libertad el venticuatro de diciembre y que
ellos allí se habían hecho una promesa para el
primero que salga debería notificar a los familiares
para poder agilizar los documentos para su libertad.
Entonces,
es por eso que aquellos dos testigos que obtuvieron su libertad
me llamaron al teléfono, ¿por qué?,
porque mi padre le había dado. Incluso, me mandó una
nota donde decía -estoy detenido en el cuartel Los Laureles,
por favor agilicen, porque yo como padre nunca les había
abandonado y ahora ustedes también no me abandonen,
por favor-.
Y luego, sabiendo de lo ocurrido, he avisado a
mis familiares. Y nos constituimos de inmediato al cuartel
Los Laureles de
Tingo María y pudimos conversar con el comandante. Solicitando
el paradero de mi padre y él nos dijo que no, seguramente
que debe estar en Castillo. De inmediato nos fuimos a Castillo,
no estaba ahí. Regresamos, -mi comandante no está allí-.Entonces
debe estar en Tarapoto-.
Mi primo viajó a Tarapoto, -no debe estar en Tingo
María-. Entonces, así nos paseaban. Nosotros
todavía teníamos temor de decir que teníamos
los testigos. Porque ellos le habían amenazado de muerte.
Entonces, esperábamos que nos diga -sí está aquí,
los voy a entregar, no, no está aquí, pueden
buscar, pueden entrar-. Así, se pasó ese día,
regresamos al otro día nuevamente a conversar con el
comandante, a suplicarle.
Yo, mi primo y la hermana menor de
mi papá. Le suplicamos
como a un Dios para que me entregue a mi padre. Pero él
se negaba, decía que no sabía nada de él.
Entonces, fue ahí donde le dijimos que nosotros tenemos
a dos testigos que habían compartido la celda con mi
padre. Y entonces, el comandante se amargó, habló lisuras
y nos botó. Nos botó de su oficina.
Y salimos,
regresamos a Huánuco, al día siguiente
nuevamente, yo como hija mayor no sabía que hacer por
mi padre. Toda la noche no había podido dormir. En la
noche con mis pensamientos desesperados, no sabía qué hacer
para poder obtener la libertad de mi padre.
Entonces, había pensado yo, yo entre sí con
mis pensamientos ingenuos, había pensado en decirle
que yo era terrorista para salvarle a mi padre. Porque él
era un hombre de edad y en aquellos tiempos se encontraba mal
de salud. Entonces, yo sola había pensado y al día
siguiente de nuevo nos hemos dirigido a la base de Los Laureles
donde también fuimos negados rotundamente por este comandante.
Entonces, después de haber dialogado con él,
se salieron todos mis familiares y yo me quedé a conversar
personalmente con él y me quedé así, mis
familiares salieron, ellos indagaron por ahí ¿quién
era el capitán?
Mientras yo adentro con el comandante
conversando, le digo -mi comandante-, me arrodillé ante sus pies, -por favor
entrégueme a mi padre, porque él para mí ha
sido padre y madre, porque me crío desde los seis meses
de nacida y mi madre me había abandonado-. Y así,
arrodillada, reclamando a mi padre él me negó,
me dijo que no, me siento preocupado por la desaparición
de tu padre, yo te voy a ayudar a encontrarlo. Pero que me
vas a ayudar si mi padre está aquí, detenido.
Tú lo has torturado cruelmente.
Entonces, él me dijo ¿cómo tú sabes?,
le dije que yo tengo dos testigos, que usted había puesto
en libertad el venticuatro de diciembre. Y dos de ellos me
han narrado de lo ocurrido aquí. Entonces, me respondió con
lisuras, me amenazó a matarme. Pero yo a pesar que él
me estaba amenazando a muerte, no quería salir de su
oficina hasta que me entregara a mi padre.
Me agarré de una de las patas de su escritorio y llamó a
los soldados para que me sacaran a jalones. Pero yo no quería
soltarme en ese instante porque quería verlo a mi padre.
Entonces así seguía amarrado de la pata del escritorio
y los soldados me jalonearon. Yo le dije en ese instante al
comandante, -mi comandante, yo si soy terrorista, por favor
yo soy más joven y quiero que le sueltes a mi padre
y yo me voy a quedar a cambio de él-.
Entonces, él me dijo -no hijita, ya nosotros acá tenemos
bastante Servicio de Inteligencia-. Entonces, ya no sabía ¿qué hacer?,
porque no quería salir con las manos vacías de
allí. Le dije -entrégame a mi padre en cualquier
estado que se encuentre-. No, no está aquí.
Entonces,
como las celdas estaban ahí al frente y eran
con palitos así y uno podía prestar desde ahí a
los presos que estaban detenidos. Entonces, en ese momento
no me interezó perder la vida. Los soldados me habían
jaloneado y me habían sacado al patio. Yo corrí al
patio y grité fuertemente ¡papito, por favor!.
Entonces, corría a las celdas y me agarré de
los palos fuerte. Entonces de ahí le pude ver a mi padre
tirado en el piso. En forma inhumana. Con una mirada perdida.
Me sacaron a jalones, me quisieron matar en ese instante porque
mis familiares estaban afuera y no sabían que estaba
ocurriendo dentro.
Entonces dijo el comandante, -sácanle a esta mujer
porque está loca, sáquenlo y nunca más
vuelvas por aquí porque sino vas a perder tu vida-.
No importa, mátame le dije, mátame ahorita. Porque
en ese momento, yo estaba perdiendo al mismo tiempo a mi padre
y a mi madre. No tenía valor de abandonarlo en el momento
que más me necesitaba.
Entonces, los soldados me sacaron
a empujones afuera, donde afuera me estaban esperando mis familiares ¿y por qué te
demoraste?, me dijo. No, allí está mi padre,
yo no voy a salir del ejército. No, está loca,
esa mujer está loca. Llévanlo porque está loca
esa mujer. Y mis familiares no me creyeron que yo había
visto a mi padre adentro. Porque me dijo ¿por qué te
demoraste?, yo le dije -le dije al comandante que era terrorista-.
Entonces, uno de mis primos me mandaron una cachetada. Porque
tú tenías que hablar eso si tú no eres.
Entonces, yo no podía salir porque en ese momento un
parte de mi vida se quedaba allí dentro. Yo sin poder
hacer nada por mi padre. En ese momento que yo lo vía,
en forma inhumana era tan rápido. Que él estaba
tirado en el piso. Parece que estaba roto la pierna o algo.
Que no podía reaccionar. Era como un mendigo que para
en la calle tirado. Y cuando salí de ahí del
ejército, mi tía le dijo al comandante -mi comandante
alguna vez tiene que haber justicia para nosotros, no voy a
cesar hasta perder el último vestido que tengo aquí,
hasta encontrar la verdad de mi hermano-. -Puede irse a donde
ustedes quieran, si es posible vayan al presidente-.
Entonces,
eso fue el último día que fuimos al
ejército, porque ya me habían amenazado de muerte.
Entonces, delante de nosotros salió un carro, lleno
de soldados. Y nosotros salimos en el centro. Y detrás
también otro carro lleno de soldados. Entonces, en ese
tiempo estábamos acompañados por un periodista
de la Radio Nacional. Entonces, él se percató no
que, de los hechos y nos dijo, tenemos que cambiar de carro,
porque ellos nos van a matar.
Entonces, de inmediato entramos
en una cochera y cambiamos de carro y para ir a Huánuco, ahí en la salida
nos estaban esperando porque ellos, de repente tenían
en mente de desaparecernos como ya teníamos testigos.
Y así, recurrimos a la Fiscalía de los Derechos
Humanos de Huánuco para poner en alerta y poder hacer
algo por él. Llevemos a la Fiscal, pero no logró encontrar
a mi padre.
Recurrimos a distintas instituciones, incluso viajamos
a Lima, al senado, también a los Derechos Humanos, hemos denunciado
en Lima. Pero no hemos tenido ninguna respuesta positiva. Entonces,
yo como hija desesperada ya no podía encontrar a mi
padre, llegaba a mi casa y encontraba a mis hermanos. Ellos
en ese tiempo eran pequeños y me preguntaban ¿papá?
Entonces, yo no sabía ¿qué decirlo? Porque
nosotros queríamos mucho a mi padre, porque era un hombre
que valía oro. No era dable para que él desaparezca,
así en esa manera.
De ahí, he denunciado el Habeas Corpus, con el documento
el Habeas Corpus, ese día el Fiscal me dijo, llévate
este documento y entrégale al comandante. Entonces,
yo pensativa, perdida, impotente, no sabía ¿qué hacer?
Crucé el puente Calicanto y a Dios, doy gracias que
en ese momento se presentó un amigo y le dije -por favor
puedes llevarlo esto al ejército-. Sí, si me
pagas el pasaje, yo lo llevo. Entonces, él lo había
llevado y justamente le había entregado a las manos
del comandante. Y el comandante le dijo -espérate que
voy a leerlo-.
Empezó a leer el documento y se había amargado.
Había dicho ¿dónde está esa perra?, ¿por
qué me ha denunciado a mí?, ¿por qué no
denuncia a los terroristas?, si ella ahorita hubiera estado
aquí, le hubiera hecho una coladera. Dile, que no se
acerque ni más por aquí, porque lo voy a matar
a ella y a toda su familia.
Entonces, de aquel momento nosotros
vivíamos vigilado
por ellos. No teníamos libertad, vivíamos encerrado
en la casa con mis hermanos. Ya no podíamos hacer nada
porque estábamos amenazados de muerte. Así pasaron
los años y sin saber nada de él. Sin saber nada
de él, ¿dónde fue a parar?, pero de uno
de los testigos me había dicho que un día él
lo habían sacado y lo habían atado de pies y
manos y lo habían puesto en una camioneta cuatro por
cuatro, allí como un animal estuvo acompañado
de dos hombres más, tirado todo el día en la
calor. Que no podía moverse para ningún lado.
De ahí lo llevaron y él decía -no podían
haber visto si ha regresado o no. Entonces, todo esto ha causado
a mi familia un tanta desgracia, que todo mi padre que había
construido se vino abajo. Nosotros estábamos traumados
hasta ahora, seguimos así. Mis pobres hermanos lloraban,
porque habíamos perdido todo buscando a mi padre. Habíamos
terminado todo. No sabíamos administrar bien.
Entonces,
esto ha marcado muy fuerte en nuestras vidas. Que mis hermanos
no podían salir adelante porque ellos amaban
mucho a mi padre, no podían estudiar porque es un problema
muy grande. Entonces, pasaron así los años sin
saber nada de él hasta que ahora último en el
año mil novecientos noventiocho, siguieron molestándonos,
viniendo a buscar a nuestra casa, si se encontraba o no mi
mamá política. Y no sé, ellos nos siguen
amenazando.
Pero, hoy día es un día donde yo he narrado
toda la verdad, ¿cómo desapareció mi padre?,
hasta hoy en el día no hemos vuelto a saber nada de él
y por eso, yo pido de todo corazón a la Comisión
de la Verdad, que investiguen el caso de mi padre, porque ellos
lo tienen en sus manos el documento con nombre y apellidos
del comandante. Yo lo tengo aquí su fisonomía,
sé el nombre y el apellido del asesino de mi padre ¿Porque
lo digo asesino?, porque aquella vez con mi desesperación
me había puesto en contacto con un soldado que se había
reenganchado y yo le había pagado un fuerte suma de
dinero para que me dé el croquis del ejército,
de repente por ahí habría algún lugar
secreto dónde podría estar.
Y sí él me dijo, que hay un lugar secreto. Cuando
los fiscales entraban habían unos pozos donde a ellos
los metían y los tapaban con una calamina y ponían
grass por encima. Entonces, las autoridades que entraban, no
encontraban nada. Y allí me contó que este comandante
con cara de ángel y tan joven era un asesino porque él
había podido presenciar una tortura tan dura a un terrorista
legítimo que era extranjero.
Y ellos habían detenido y eso de las doce de la noche, él
había amarrado al hombre de pies y manos, completamente
desnudo y había subido el volumen de la música
para que la gente que vivían alrededor no podía
escuchar los gritos de aquel hombre. Y a eso de las doce de
la noche había empezado a torturarle al extranjero.
En primer lugar, le había punzado dice todo el cuerpo
con unas navajas y luego le había cortado el pene y
le dijo ¡come esto!. Y el gringo mascó su pene.
Y lo escupió en la cara del comandante.
Entonces, ahí el comandante dice más enfurecido,
le sacó un ojo, el otro ojo, la lengua y le cortó con
un hacha todos los miembros, lo llenaron en un costal y lo
arrojaron al río Huallaga. Y me dijo -seguramente así habrá pasado
con tu padre, porque ese capitán es un asesino, no tiene
compasión de nada-. Era así como un psicópata,
porque actuaba así.
Entonces, ahora que es tiempo de
decir la verdad, que ya todo el país y el mundo entero ha escuchado nuestros testimonios,
quisiera que ya esto no vuelva a repetir porque perder un padre
es perder todo, porque el padre es la persona quién
educa, quién ayuda, construye y te encamina por el camino
del bien.
Pero nosotros hemos al Presidente de la República,
al señor Alejandro Toledo y al ministro de Justicia,
para que no vuelva a pasar estos tipos de violencia y que por
favor las autoridades no son para matar, para asesinar sino
las autoridades son para poner el orden, para solucionar los
problemas. Yo me pregunto, ¿qué clase de autoridades
son esas que han salido de la Escuela Militar?, han estudiado
cinco años para matar, para hacer daño a la gente.
No
sé, deben enseñar, deben capacitar para hacer
el bien con la sociedad, no el mal. Porque nosotros que hemos
sufrido en carne propia, no sólo yo hay tantos víctimas
que han sufrido de repente lo peor y que por favor señor
Ministro de Justicia, que ya no vuelva a suceder estos casos,
que estos sirvan de antecedentes, para que ya esas autoridades
no continúen trabajando. Porque hay mucha gente profesional
desempleadas que quieren trabajar verdaderamente, hacer justicia.
Y en estos momentos quiero denunciar públicamente,
no me importa si perder la vida, porque estoy reclamando a
mi padre, al hombre que me dio la vida, al hombre que me formó.
Quiero denunciar al comandante Miguel Rojas García,
el asesino de mi padre. Que en estos momentos sigue en actividad
y le han subido de grado. Por favor señores autoridades,
quiero justicia, quiero que este hombre pague todo lo que ha
hecho, que repare, que haga una reparación civil a mis
familiares. ¿ Cómo es posible que un asesino siga en actividad?,
por favor, hagan justicia. Y por favor, por último.
Pido a la Comisión de la Verdad que se esclarezca los
hechos sobre el secuestro y desaparición de mi padre.
Allí lo tienen el nombre y apellido y que conozca todo
el país, todo el mundo que conozcan esto, para que no
siga sucediendo.
Bien señores miembros de la verdad, les agradezco bastante
por darnos una oportunidad más en decir la verdad que
tanto tiempo hemos callado de miedo a perder la vida, porque
realmente no había democracia, estábamos con
las mordazas bien puestas. No podíamos decir ni lo malo,
ni lo bueno. Pero ahora si veo que hay democracia y uno puede
decir lo que uno siente, que tanto tiempo ha quedado callado
y ahora ya es momento en decir lo que pasó. Gracias.
Humberto Lay:
Señora Olimpia, hemos escuchado con estupor
el drama que nos ha contado de su relato, la comisión
lo menos que puede hacer en este momento es expresarle a usted
su solidaridad. Lamentamos de veras las cosas que han pasado
y que la víctima de esa situación irracional
que usted con dramatismo nos ha contado, haya sido justamente
su padre. Nosotros tenemos que expresarle a usted nuestro reconocimiento
por el valor que ha tenido para contar esta trágica
historia. Abriguemos la esperanza de que estos esfuerzos, el
sacrificio suyo de venir a contarnos con mucho valor toda esta
historia, desemboque en eso que usted está pidiendo,
justicia.
Finalmente, queremos decirle que estas pruebas por
las que estamos pasando en el curso de la investigación que
hace la comisión, si bien es cierto que tienen una situación
de dolor para las víctimas, para los familiares de las
víctimas, por otro lado también significa una
suerte de reparación para ustedes, el haber compartido
con el país su dolor, la libera a usted de un gran pesar.
Sigamos pues señora en el empeño de hacer esta
investigación hasta que esa justicia que usted reclama,
se haga realidad y que sirve todo esto también como
una lección para que en el futuro no vuelvan a suceder
estas tragedias. Muchas gracias por haber venido a la comisión.
Olimpia Cajas:
Gracias.
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