Cuarta Sesión,
22 de junio de 2002,
3 p.m. a 7 p.m.
CASO 27. Celestina
Rafael Pocjo, Elba Santos Rafael
Por favor le ruego ponerse de pie. Señora Celestina
Rafael Pocjo, señora Elba Santos Rafael, van a brindar
ustedes su testimonio ante la Comisión de la Verdad
y Reconciliación y también ante el país.
Prometen solemnemente hacer su declaración con honestidad,
con buena fe y decir sólo la verdad de aquellos hechos
que nos van a relatar.
Sí.
Sí, muchísimas gracias, tomen asiento.
Señora Celestina, señora Elba, bienvenida a
esta sala de audiencias, comprendemos el dolor de ustedes al
recordar el coche bomba que les hizo sufrir a ustedes, por
eso mismo nosotros atentos a la voz de ustedes vamos a escucharlas
con mucho respeto solidarizándonos con el dolor de ustedes.
Pueden comenzar.
Buenas tardes señores comisionados. Yo me llamo Celestina
Rafael, yo sufrí un coche bomba en avenida Abancay,
en mil novecientos noventa, ventidós de marzo, la nueve
de la noche. Con mi menor hijo que tenía cuatro años.
Yo vendía, yo trabajaba en avenida Abancay, estuve
llevando mi triciclo a un depósito. Y mucho tráfico
había en avenida Abancay y con mi niño dijo,
estuve avanzando en avenida Abancay, mucho tráfico había
y varios carros habían, más adelante de mí.
Yo no sabía nada, se explotó, en el suelo me
tendí. Que hay me levanté ardiendo, mi hijo estaba
dentro del treciclo, estaba quemando, yo levanté así ardiendo,
agarré treciclo, el tablero levanté, el bebe
estaba quemando como, como un pollo así. Agarré la
mano, se salió. Y parece de mi se salió. El bomberos
llevaron, nos echaron agua, a mi hijo llevaron otro carro,
a mí otro carro. Nos separaron. Antes que pasara eso
mi vida era otro. Mis planes, mis sueños eran, tenía
yo estudiar corte y confección. Así trabajando,
sacar adelante a mi menor hijo que tenía seise años
y cuatro años.
Después de ese momento que me llevaron al hospital,
ya nunca más volvé a ver a mi hijo. En hospital
me dicieron que mi hijo estaba sano, salvo, en hospital. Yo
en ese momento, yo n creía que estaba sano. En hospital,
doctores, tres meses, cuatro meses, no comía, no abría
mi boca, no via a nadies. Estoy ahí, casi de un año,
en su casa de mi hermana. Casi un año, no podía
caminar, no podía ni hacer nada. Mi hermana, mis familias,
mis paisanos , todo han hecho por mí. Todo han hecho
actividades, para que pueden comprar medicinas.
Mi hijo que
perdí, en hospital me decían. En
hospital estuve en cama de agua. Los doctores me curaban, ese
tiempo estaba de huelga los practicantes, el doctor Manuel
Chicón, siempre venía a verme. Siempre me curaban.
En mi esposo, toda la vida estaba en mi lado, mis hermanos,
mi hermana. Día y noche estaban. Hay veces no trabajaban,
no tenían, ya no tenía plata. Al último
ya, a su casa mi hermano me llevó. Esas fechas, ese
accidente que me pasó ese día éramos varios.
Una señora, una chica, un joven, que se ha muerto. Varios éramos,
no sólo yo también.
En su casa de mi hermana
llegué, me sacaron, porque
ya no tenía plata, no tenía pasaje ya, mis hermanos,
mi esposo. A su casa de mi hermano me han llevado. Ahí no
podía caminar, no podía, no podía hacer
nada. De hay poco a poco bajé de la cama, bajé de
la cama, se abrían mis pies, todos mis heridas ardían.
En hospital también mi cortaban, mi volvían con
gasa. La gasa le cortaban, abrían, con tijera me cortaban,
mis manos se juntaban, mi cortaban cada rato. Yo no podía
soportar, no podía, yo le decía a los doctores ¡mátanme!,
yo no quiero vivir. No quiero vivir, mátanme. Ya no
puedo soportar tanto dolor, tanto que me cortan cada rato.
Los doctores me decían, tú lo quieres a tu hija,
tú lo quieres a tu hijo, tienes que poner de tu parte
para poder curar y sanarte, pa que estés con tus hijos,
con tu mamá que está llorando. Con tu hija que
está llorando, que está sufriendo abandonado.
Tienes que poner tu parte para que te sanes y curarte.
Los
doctores me dician, yo no podía comer, no podía
nada. Y con sorbete nomás me hacían tomar el
caldito, agua. No conocía a nadies, no via a nadies,
porque mi cara, mi ojo, todo estaba cerrado. De ahí me
llevaron, y yo como sea aprendí caminar, bajando de
la cama, poco a poco gateando, salí a la escalera, de
hay no podía aguantar ya dolor, de hay regresaba, de
la escalera miraba la calle y después regresaba a la
cama. De hay así, así aprendí caminar.
Porque, ya mis hermanos, mis familias ya sabía que estaban
bien cansados venir, cansados ya. Yo sentía, no me demostraban
nada pero yo sentía así. De hay, decidí ir
a mi casa. Me dice, yendo a tu casa, ¿qué vas
a comer?, ¿quién te va dar de comer? Tú tienes
que estar acá, con nosotros.
Así, mis hermanos, me decían, mis familias,
todos mis... De hay, mis hermanos no me querían soltar.
Mi vida era un...no sé. Así ahora también
ciego así. No puedo hacer nada, no puedo, esta juntao
mi cuello porque tanto estuve en la cama. Mis pies esta hueco,
mi espalda está hueco. Tanto estar en la cama. No puedo
hacer nada. Ahora también mi, ya mis esposo también
ya creo que, él también ya no es como antes,
no me, ya creo que quiere ser otro, como antes quería
estar conmigo, andar, salir a la calle, con mis hijos. Parece
ya tiene vergüenza de mi. Yo siento así pero no
me demuestra. Parece que ya no valgo para nada yo. Así yo
quisiera ver a mi hijo, yo quisiera verlo a mi hijo ¿dónde
esta?, como me han dicho que esta sano y salvo. De repente
esta por ahí.
De repente esta por ahí, quiero verlo. Quiero verlo ¿dónde
está mi hijo?, mi hijo cargado yo trabajaba, nunca más
voy a olvidar, nunca más voy a ....a un primo que tanto
me ha apoyado, me ha ..ha sufrido por mí, ha andado,
ha hecho actividades mis hermanos, él me ha colaborado
con cien tarjetas repartiendo, hoy día ha fallecido.
No sé, yo no puedo cómo responder. No puedo como
agradecer.
Señores comisionado, muy buenas noches, mi nombre es
Elba, mi nombre es Elba, antes del atentado del coche bomba,
tenía seis años. Mi mamá antes era distinta,
todo con ella podía jugar, con ella podía correr,
hacer muchas cosas como todos. Antes que le pasara esas cosas
del atentado, mi madre era tan linda, que a veces cuando se
iba a trabajar, dejaba sus coloretes, se pintaba el rostro,
se pintaba los labios. Antes, cuando ella lo dejaba así yo
agarraba, me pintaba así lo que hacía le imitaba.
Cuando ella sufrió el accidente ya no era lo mismo.
Ese día mi mamá salió a trabajar, un
ventidós de marzo, del año noventa. Se fue a
trabajar como todos y me dejó en una casa de una tía.
En ahí, mi tía llegó la noche y me llevó pa
su casa. En otra casa, yo, mi tía dejó la televisión
prendida. Yo fui ahí a mirar y todo, yo en el televisión
veía que las casas se quemaban, salía mucho fuego,
y cómo mi mamá era comerciante, con su triciclo
ella que trabajaba, yo vi el mismo triciclo que se quemaba.
Se quemaba todo eso, veía y pensaba que era ella. Pensaba
que era ella que estaba ahí pero mi tía de pronto
viene y le apaga el televisión, me dice: pasa adentro
hija, anda vaya a descansar, duerme. Tía ¿por
qué está quemándose esa casa?, ¿qué está pasando
en ahí?, ¿por ahí creo trabaja mi mamá?,
no ha venido tía a recogerme.
Mi tía me abrazó llorando y no entendía
el por qué. No entendía que sucedía, luego,
mi tía me hizo dormir, pero yo, yo sentía un
presentimiento. Comencé a llorar, comencé a llorar
ahí. Luego, al día siguiente mi tía se
va al techo. Se va a limpiar ahí, yo bajé, yo
quería ver a mi mamá, me necesitaba ver. Necesitaba
verle, de ahí me fui caminando hasta mi casa. Llegué a
mi casa, mi mamá no estaba, mi casa estaba cerrada.
Y en ese momento tenía hambre, mucha hambre y entré por
debajo de la puerta, como sea haciendo un hoyo, así.
Entré, no había nadies, los cuartos estaban
cerrados. Mi mamá no estaba y me fui a mi otra tía,
de ahí mi tía me dijo, ¿por qué estás
así?, no te has lavado el cabello, nada. Estas sin peinar, ¿qué has
comido?, ¿por qué estás así?, ¿de
dónde has venido?, ¿por qué?, ¿dónde?, ¿por
qué has venido así?, ¿dónde estabas?,
me dijo. No tía, mi mamá no viene, por eso he
venido tía. He venido sola de mi otra tía.
Y
luego, me abrazó, pasa adentro come, ahí está tu
desayuno. Come hija, me dice. Después, estaba mirando,
ahí estaba comiendo, vuelta pasó lo mismo que
vi en la televisión, cómo se quemaban todo. Evitaban
que yo no vea eso y lo apagaban. Y yo me iba, yo me iba atrás
ahí a llorar, tras de la estera. Me agachaba y decía ¿dónde
está mi mamá?, quiero verla, ¿dónde
está mi hermanito?, decía y no veía la
razón por qué no estaban conmigo. Luego, mi tía,
pasaron días. Bueno, trajeron, vinieron todos mis tíos.
Comenzaron a cocinar ahí bastante comida. Luego llegó un
carro con un cajón, y vi en una bolsa ahí un
zapatito, una sandalias también y en ese día
mi hermanito se había ido con unas sandalias. En una
bolsa estaba separado, yo quería ver, mis tías
no me dejaban. Mi tía se descuidó, cuando le
llamó mi tío y yo vi y esos zapatitos estaban
con sangre, con humos. Todo lo que se había accidentado.
Luego quería entrar en un cuarto dónde estaban
todos mis tíos, ahí había un cajón
sobre la mesa. En ahí, estaban ahí agarrando,
diciendo, aquí está la ropita pal bebe y yo decía,
seguro lo están curando, seguro está vivo, no
me dejaban entrar a ese cuarto. Quería entrar, mis tías
me agarraban.
No hija, anda vaya, corre, cómprate, me decía,
cómprate tus dulces, me daban. Con mis primas me iba.
Me hacían distraer pero a pesar de eso, yo me daba cuenta
de lo que estaba sucediendo. Al ver eso, mi hermano no le podía
ver, yo sentí ahí ese momento, que mi mamá no
estaba conmigo, pensaba que ella se había ido y luego
me di cuenta, me di cuenta que lo que había visto en
la televisión, era también lo que le había
sucedido a mi mamá. Después de ahí me
llevaron, mi tíos me trataban de que yo no vea. Me fui
al cerro ahí llorando, yo miraba el cielo y decía: ¿por
qué?, ¿por qué no está mi mamá conmigo?, ¿por
qué no está mi hermanito?, seguro se ha muerto.
No me dejaron ir al entierro, me llevaron a una casa de una
tía. Llegó una casa de mi tía y tenía,
ahí pasaron los días y comenzó para estudiar
y mi tía, mi prima le dice al director que por qué no
había entrado antes al colegio. Mi prima le dice que
mi mamá había sufrido un accidente, por allá,
por el Ministerio de Economía y el director le dice:
pero tendría que prepararle para que ella pueda aprender
más, porque ya tiene siete años. Y a la hora
de que mi prima me enseñaba a escribir, era muy difícil
pa escribir para mi la a, las vocales, las letras, muy difícil
porque no sentía al lado de mi madre. No estaba junto
a mí, todo era muy confuso, no entendía casi, ¿qué es
lo que sucedía?, ¿por qué no podía
ver a mi mamá?
Llegaba el día de la Madre, y mi mamá no estaba
conmigo. Mis compañeros miraban a sus mamás,
la abrazaban. Ellos podían abrazar, decían poesías,
esas cosas. Y yo no podía decir nada a nadie. Luego,
cuando fue mi prima, me dice: vamos a visitar a tu mamá,
está en hospital, me dice. Entendí que mi mamá estaba
allá y que ella...y que ella estaba allí. Me
llevaron al hospital, nunca en mi vida había entrado,
así un cuarto donde habían personas accidentadas,
con su, chorreando de sangre.
Prácticamente ahí, me había asustado
demasiado, no quería entrar a ese cuarto. Mi mamá estaba
ahí. Me daba miedo entrar porque mis tíos me
decían, ahí está tu mama, ella es tu mamá,
vamos a abrazarla. Pero si ella no es mi mamá, le decía.
Ella no es mi mamá. Mi mamá no es ella, mi mamá era
distinta. Por qué me dicen que es ella. Le decía,
me trataba de esconder entre las faldas de mi tía. Cuando
la veía a mi mamá le decía, no me acerquen
esa señora no es mi mamá. Y luego ahí,
mi mamá me decía: Elba, me dijo mi nombre. Yo
escuché su nombre. Yo decía pero ¿por
qué esa señora tiene la voz de mi mamá?,
y no es ella porque su rostro era distinto.
Ella era bonita, ¿por qué esta su rostro hinchado?, ¿por
qué está sin cabello?, ¿por qué esta
en esa cama? Y mis tías me dicen: ese día que
has visto en televisión, eso es lo que le sucedió a
tu mamá. Me dijo así, no quería entrar,
a la rejusta le abracé, mis tías me hicieron
abrazarle, ella también. De ahí, yo dije, tía
vámonos de acá, me da miedo este lugar, vámonos,
me da miedo. Este sitio, nunca he entrado, ¿por qué hay
tantas personas así? Luego nos fuimos, ella estaban
conversando, nos fuimos del hospital y después de ahí,
otro año también de estudio ahí.
Pero,
también vuelta me trajeron a mi mamá.
Ahí en ese momento ya, como ya a mi mamá la extrañaba
mucho, ya quería ya estar con ella cerca, pero hasta
quería dormir con ella. Porque tanto tiempo sin verla,
yo decía: sí esa señora que está ahí echada
y le ha pasado esas cosas, sí debe ser mi mamá.
Tal vez su rostro ha cambiado, pero es ella porque tiene su
voz, es ella. Yo quería quedarme allá en hospital,
echarme con ella pero no podía porque ella estaba con
sus heridas.
Mis tías me decían: ¿cómo vas
a dormir con tu mamá?, si tu mamá esta con, esta
con sus heridas. Ella tiene que recuperarse, vamos a venir
otro día para que te quedes con ella más tiempo.
Yo no me quería ir pero así, así llorando
me alejaron de ella. Me alejaron de ella y así, comencé a
extrañarle. Mi mamá se fue recuperando, la veía
en casa de una tía, yo estaba en otra casa. Llegó a
la casa, ella tenía que comenzar a trabajar así,
porque ya no tenía mucha ayuda, ya. Y luego ella, me
fue a criar, me dio de comer, fuimos, salía adelante
como todos. Fuimos saliendo adelante y luego ella, pero no
salía mucho porque no podía salir así,
porque la gente le miraba.
Luego ella, así a pesar de todo, salimos de eso y ella
a pesar de esas cosas que pasó, ese dolor que tenemos,
esa pérdida de mi hermano, sigue ahí y bueno,
ella está ahí, pero trabaja todo, pero no es
igual como antes, antes era todo distinto y luego ella pues,
a la hora de trabajar no puede. Porque cuando me dice mi mamá,
de cuando estaba en cama de agua, su cuello se le había
pegado de acá, hacia acá. Y no puede mover mucho,
no puede voltear tanto, ni para el lado derecho ni para el
lado izquierdo, ni para mirar a veces tanto al cielo, ni hacia
abajo. Solamente, poco.
A veces, cuando ella sale a trabajar
la gente le mira muy indiferente, le miran, cuando ella sale
la gente se persina,
yo no entiendo por qué, se persinan no sé por
qué. Le miran extraño. Cuando ella está caminando,
le preguntan y ella a veces no sabe qué responder. Si
contarle todo o bien ella llora, se agacha, ella agarra su
chompa y llora, se esconde. No puede conseguir trabajo porque
cuando la ven, se asustan. Cuando ella trata de más
salir adelante, como que la gente le mira raro, la gente no
le ven como una persona más, le ven distinta. Muy distinta
la ven porque a ella le ha pasado ese accidente. Y yo no entiendo
por qué.
Yo quisiera que la gente cuando la vea, que
no la trate diferente porque ella es una persona como todos
nosotros, uno no estamos
libre del peligro que pase por las calles. Uno trabaja normal
y de pronto que venga y explote todo. Y te cambia la vida,
absolutamente todo. Y que se pongan a pensar esas personas,
que tengan un corazón ahí y que vea con eso.
Que a cualquiera, como le digo le puede pasar. Que se pongan
un poquito en parte de ella y que digan solamente mirar y ...nada
más, que cuando ella está pasando así,
a veces se ríen, se burlan. Que se pongan mejor dicho
en su lugar. Que a ver que esa persona le hubiera sucedido
eso, ¿qué se siente a que alguien se ría
de ti o se persiné de ti?, ¿o que te miren extrañamente?,
se siente rara. Claro que ustedes no lo sentirán, pero
si te pasara eso, te sentirías extraño.
Señora Celestina, Elba, hemos escuchado el testimonio
de ustedes, comprendemos el dolor grande tanto de usted señores
celestina, como de usted Elba, madre e hija. Dolor, no sólo
por la pérdida del hijo, del hermano sino por la desgracia
que le ha llegado a la señora. Sin embargo la vida sigue
adelante, la vida nos sonríe y también para la
señora Celestina. A pesar de que la gente tal vez no
entienda esto, yo creo que sí encuentran corazones que
los entienden. Comenzando por nosotros de la Comisión
de la Verdad ¿quiere decir algo más?
Le pediría a la Comisión, que le podrían
dar a mi madre un tratamiento porque ella como esta ahorita,
no consigue trabajo, de acá, yo quisiera, le pediría
mucho que le harían una cirugía a mi madre, para
así poder salir delante, que a veces no pensamos ¿quiénes
han sido esas personas que han puesto ese coche bomba en ese
año?, nosotros no tenemos la culpa, pero nos ha pasado.
Bueno, yo que todo, más que nada pediría que
le dieran a mi madre una cirugía ya que con eso, podría
aliviar un poco. Porque una pérdida, de un hermano,
de un ser querido, ya se fue y no es igual.
Ya que ella está conmigo y viva y le doy gracias a
Dios, que le dio fuerzas para seguir adelante por mí y
por ella, estamos vivas, yo quisiera que le dieran una cirugía
para que mi madre me pueda sacar adelante a mí y a mis
hermanos. También que, todo siga pa adelante y muchas
gracias.
Créanme, tanto Celestina como Elba, la Comisión
de la Verdad, toma nota de lo que ustedes dicen. Estamos atentos
a la voz de ustedes, esperamos que sí pueda realizarse
el deseo de ustedes. Les agradecemos muchísimo esta
narración, tan dura, tan dramática que ustedes
han tenido que decirnos. Les agradecemos mucho y guardamos
su recuerdo con mucho cariño. Gracias.
Quisiera informarles
que finalizada esta audiencia pública,
procederemos a develar a la entrada de este anfiteatro, en
un clima de silencio y respeto una placa conmemorativa de la
importante ceremonia que ha tenido lugar a lo largo de estos
dos días. Está concluyendo esta quinta audiencia
pública en la ciudad de Lima y es necesario expresar
en voz alta, muchos agradecimientos.
En primer lugar, aquel dirigido a los testimoniantes que han
demostrado inmenso coraje en venir aquí y decirnos a
todos aquello que han sufrido. Además, nuestra gratitud
a los observadores extranjeros, entre ellos hay que resaltar
la presencia del Presidente de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, cuya presencia significa para nosotros
un apoyo inestimable, nuestra gratitud también para
los representantes diplomáticos de países amigos,
que en actitud fraterna han querido compartir estas dolorosas
experiencias.
A las personalidades de nuestro país, que con su presencia
han demostrado el compromiso de los mundos de la política,
de la intelectualidad, de los medios de comunicación,
con la tarea de la Comisión. A las organizaciones de
Derechos Humanos que nos acompañaba ya desde hace un
tiempo, y lo hacen con entrañable amistad. A los distintos
grupos artísticos y culturales que colaboraron con nosotros
en la vigilia. Especialmente al grupo cultural Yuyashcani.
A los representantes de los diversos credos, en la liturgia
inter confesional previa. Comulgaron todos en los principios
fundamentales de defensa de la vida y la justicia.
A los medios
de comunicación social, prensa escrita,
radial y televisiva, quiero resaltar especialmente nuestro
reconocimiento a Canal N, a Radio Televisión Nacional,
a TV Cultura, a la Red Científica Peruana, a Terra Networks,
a Telefónica del Perú, y entre los diarios, al
diario El Comercio, entre otros de circulación nacional.
Todos ellos han permitido que el país, comparta esa
experiencia singular, dolorosa, pero dignificante. Nuestra
gratitud a los organismos públicos por su apoyo desinteresado,
Policía Nacional del Perú, Essalud y la Oficina
de Normalización Previsional, que nos ha brindado este
anfiteatro.
A todas las personas que han concurrido a lo largo
de estas cuatro jornadas, alentándonos con su escucha atenta
y respetuosa. A todos los que desde distintos lugares del país
han seguido lo que se ha vivido en estos días, permitiendo
que experiencias personales e irrepetibles, puedan sin embargo
extenderse y hacerse patrimonio de una memoria común.
Y finalmente, pero no por ello menos importante, nuestra gratitud
a las Sede Regional Lima de la Comisión de la Verdad,
y dentro de la Comisión de la Verdad, al Área
de Comunicaciones y Educación, a la Unidad de Audiencias
Públicas y al Equipo de Salud Mental.
Concluye esta
audiencia pública, al inaugurarla señalamos
que ella como las anteriores, sería ocasión para
conocer de la manera más dramática, a través
de la voz de las víctimas los horrores que se vertieron
sobre nuestro país y nuestros compatriotas durante las últimas
décadas. Sabíamos pues, que en estas jornadas
oiríamos de hechos dolorosos , repulsivos e indignantes.
Y sin embargo, estoy seguro de que ustedes, igual que nosotros
los miembros de la Comisión, habrán sentido en
estos días ¿qué limitada?, ¿qué tímida
e inocente resulta nuestra imaginación frente a la capacidad
de violencia y crueldad ante el desenfreno auto destructivo
que hizo presa de nuestra patria en aquellos años?
Los
relatos que hemos escuchado con atención, con dolor
y con respeto crean en nosotros, quiero decir en todos los
peruanos la obligación de preguntarnos ¿qué nos
pasó?, ¿cómo llegamos a los extremos de
degradación?, que las víctimas nos han contado
valerosa y generosamente en sus relatos. He dicho degradación
y aunque esa palabra pueda sonar excesiva, en realidad solo
refleja con palidez los actos de que hemos sido oyentes en
estas jornadas. Hablamos de crímenes cometidos desde
una posición de fuerza absoluta frente a víctimas
desarmadas e inadvertidas. Y por si esa posición de
fuerza no hubiera sido suficiente para los verdugos, fueron
crímenes cometidos en nocturnidad, la mayoría
de ellos. Con alevosía, como nos lo han hecho saber
repetidamente los testimoniantes de estas audiencias.
No era
eso ya excesivo, al parecer no. Los atropellos tuvieron que
ser cometidos, además con ferocidad, con ensañamiento.
Como si el sufrimiento ajeno se hubiera convertido en el fin
principal, en motivo de goce enfermizo para los que ejecutaban
los crímenes o para quiénes los ordenaban desde
cómodos y seguros refugios u oficinas.
Los testimonios
que se nos han presentado coinciden en señalar
ese regusto por la crueldad, ese deseo de rebajar la dignidad
de las víctimas que comienza por el uso del lenguaje.
La recurrencia de los insultos, como si la fuerza física
no fuera suficiente, rebela además sentimientos de desprecio
basado en consideraciones, de raza, cultura o pobreza, así como
hace patente la desvaloración de la mujer.
Ese lenguaje
soez del verdugo ante la víctima inerme,
delata en suma esos patrones de marginación que como
sabemos siguen incrustados en nuestro país y constituyen
tal vez el más grande obstáculo para alcanzar
una sociedad justa y democrática. Estoy hablando ciertamente
de esas vejaciones morales que como nos han mostrado los testimoniantes
se sumaban casi infaliblemente a los atropellos físicos
y que eran tan graves como ellos. En algún caso esa
agresión al honor y la dignidad humanas, llegó el
extremo de expropiar el nombre de una persona para bautizar
con él a una siniestra organización criminal.
El dolor de las víctimas, es insondable y el fondo
irreparable, nada de lo que hagamos compensará cabalmente
la pérdida de un padre, una madre, un hermano, ni en
los años de zozobra ni en largo tiempo de humillación
que significó la indiferencia, cuando no el menosprecio
general de la sociedad hacia quienes debían ser más
bien acogidos y confortados. El drama de las víctimas
por otro lado, siendo individual e incomparable nos remite
también a una tragedia colectiva. Nuestra sociedad entera
fue afectada por los años de violencia y eso lo hemos
comprobado, lo comprobamos cada día en el empobrecimiento
de nuestra cultura cívica, en el rebajamiento de nuestros
criterios de exigencia moral, en nuestra tolerancia hacia la
prepotencia, el abuso, el cinismo, la hipocresía que
ha infectado nuestros espacios de dialogo público. ¿ Dónde se encuentra la raíz de ese deterioro?,
es difícil decirlo, pero las víctimas que han
compartido sus historias con nosotros en estos días
nos ofrecen algunas pistas que deberíamos tomar en cuenta
para nuestra reflexión. Hemos oído en efecto,
en más de un caso cómo se destruyó la
unidad familiar mediante asesinatos de padres y madres, mediante
secuestros y amenazas. Destrucción que inevitablemente
se expresaría en un proceso de corrosión de nuestro
tejido social. Ahí donde debieron estar la solidaridad,
la capacidad de ayuda mutua, la compasión, se instalaron
más bien, el recelo, el miedo recíproco y el
egoísmo. El terror inflingido desde el estado o desde
las organizaciones subversivas funcionó, así lo
hemos visto como una sustancia paralizante, que quebró nuestras
voluntades e impidió que en nuestra sociedad actuaran
esas reservas morales que tal vez nos hubieran evitado caer
en la barbarie que hoy lamentamos.
La degradación de una sociedad comienza también
cuando se permite que germine en ella una cultura autoritaria,
fruto de una suerte de pedagogía perversa que arrebata
a las personas su libertad de espíritu y de razón
que son nuestros bienes más preciados. La instrucción
forzada que las organizaciones subversivas daban a ciertos
sectores humildes del país, incitándolos a asumir
como verdad total un dogma de odio y desprecio a la vida humana,
es parte de esa historia autoritaria. También lo es
sin embargo, esa otra instrucción asolapada, difundida
desde diversos pliegues del estado y la sociedad que nos enseñaban
que el orden público debe ser conseguido a cualquier
precio. ¿ No esta la raíz de nuestro deterioro colectivo
en ese sojuzgamiento de mentes y corazones?, y si es así, ¿no
está acaso en nuestras manos desembarazarnos de esa
cultura autoritaria y sustituirla por una cultura de paz y
de libertad?, ¿no podemos aprender a mirar como dijo
la niña hace pocos minutos, con los ojos del corazón?
Ninguna sociedad recobra su salud moral, cívica y política,
sin restaurar sus instituciones. En estas dos jornadas hemos
oído también sobre la gran defección de
las instituciones de nuestro país. Cuando más
se necesitaba de ellas.
Las organizaciones subversivas por
un lado, y la Policía
nacional y las Fuerzas Armadas, por el otro. Son habitualmente
las caras más visibles de violencia. Pero no debe pasar
inadvertido que órganos como el Ministerio Público,
el Poder Judicial, el Congreso, no supieron cumplir con su
deber, como tampoco lo hicieron, aceptémoslo, los partidos
políticos ni mucho medios de prensa. Sin ellos a la
altura de su deber, nuestra democracia renaciente de mil novecientos
ochenta, no pudo erigirse obre bases firmes y sucumbió a
la tentación siempre presente en la historia latinoamericana
de devenir régimen autoritario o simple y llanamente
dictadura. He ahí una lección amarga y por eso
mismo instructiva, que hoy los peruanos no podemos darnos el
lujo de ignorar.
Las terribles historias que hemos oído poseen pues
diversas caras y cada una de ellas trae consigo una enseñanza
y una obligación para los peruanos. Las enseñanzas
hemos de extraerlas, todos juntos mediante una reflexión
sincera y a eso quieren contribuir estas audiencias y el trabajo
entero de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Nuestras obligaciones son muchas y empiezan desde luego por
la exposición de toda la verdad, por la renuncia al
silencio cobarde o interesado y por el resarcimiento a las
víctimas. Muchas de ellas en estos días nos han
mencionado lo que esperan, sabemos que las necesidades son
muchas y diversas. Tal vez insuperables en un plazo breve por
un país pobre como es el nuestro.
Al mismo tiempo sabemos
que hay tareas urgentes como la provisión
de una educación de buena calidad, como la atención
a los traumas sufridos por la población, como remedio
paulatino pero sostenido de la honda precariedad material en
que han quedado numerosos pueblos afectados por la violencia.
Sumado a todo ello y tal vez como primer requisito esta el
cambio espiritual y moral que debe verificarse en cada uno
de nosotros.
Los testimonios que hemos oído nos ofrecen también
una muestra de ese cambio, pues así como hubo y hay
todavía rabia, dolor, indignación, pesar intolerable.
Hemos conocido historias de magnanimidad y de perdón.
Y ellas deben inspirarnos en la búsqueda de esa urgente
regeneración moral de nuestra patria. La atención
prestada a esta audiencia pública y a las anteriores,
la presencia de ustedes aquí y la colaboración
de los medios de comunicación, el respeto mostrado a
las víctimas, todo ello nos permite mantener la ilusión
de que ese cambio se puede operar. Sabemos que no todos los
peruanos se han incorporado todavía a esa reflexión.
Ustedes amigos, concernidos con el drama sufrido por nuestros
compatriotas, pueden ayudarnos a esparcir la buena palabra
que queremos llevar al país, el mensaje de compasión
y reconciliación que es el fin último de estas
audiencias.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación, les
agradece su presencia y colaboración y reitera asimismo,
su alto reconocimiento a los invitados de los organismos internacionales
que nos han acompañado estos días. Y sobre todo,
como lo dije en primer término, a las víctimas
que han tenido la generosidad y el valor de compartir con nosotros
sus dolorosos recuerdos.
Con la seguridad de que en esto días hemos dado un
paso más hacia la reconciliación, hacia el reencuentro
con nosotros mismos declaro clausurada la Quinta Audiencia
Pública de la Comisión de la Verdad y Reconciliación,
celebrada en Lima capital de la República los días
veintiuno y ventidós de junio del año dos mil
dos.
Caso 21Caso
22Caso
23Caso
24Caso
25Caso
26Caso
27
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